estos últimos días estamos viendo cómo agricultores y ganaderas pelean en las calles contra unos precios abusivos y unos costes de producción muy por encima de lo que deberían ser en una sociedad justa. Los intermediarios, los monopolios alimenticios y la concepción del campo como una despensa suponen el caldo de cultivo perfecto para precarizar la vida de la gente del campo y llevar a nuestras zonas no urbanas a un contexto de mendicidad, donde los servicios básicos son testimoniales y las salidas para la juventud una quimera. Y sí, la actualidad en torno a la España vaciada tiene mucho que ver con la revuelta del campo, y tiene que ver, porque zonas como Extremadura, aun disponiendo de un territorio en kilómetros cuadrados mayor que el de la Comunidad de Madrid o la provincia de Barcelona, muere demográficamente y ha significado y significa uno de los territorios que más población ha aportado, fruto de la inmigración, a diferentes puntos del Estado español.

Seguramente si fuese un ave, sería un papagayo, ya que no paro de repetir, una tras otra vez, que la única salida posible para recuperar nuestra dignidad y vivir vidas que merezcan la pena ser vividas se encuentra en una salida del capitalismo productivista de la mano de una transición ecosocial que ha de ser profunda y decrecentista. Un proceso colectivo que ha de poner en el centro a la soberanía alimentaria y a las personas, en definitiva, una alternativa de vida que democratice los precios, que luche por la producción ecológica y que tenga en cuenta los peligros del acaparamiento de la producción o distribución de alimentos.

Curioso resulta ver a muchos agricultores y ganaderos envueltos en banderas de España, no seré yo quien defienda a este gobierno, pero pensar que el problema del campo viene de ahora o que el Estado español, gobierne quien gobierne, nos protege del capitalismo y su garras o es un iluso integral o nos quiere tomar el pelo. Dicho lo cual, la lucha por la supervivencia del campo se librará en Europa y contra Europa, que no, con ella y para ella, y digo esto, porque siempre al Estado español se le ha considerado la huerta de Europa, una huerta exótica para nórdicos y anglosajones pero precaria y poco rentable para pequeñas agricultoras y ganaderos del sur de Europa.

Como bien dijo David Fernández, exdiputado de la CUP catalana, somos zapatistas urbanos que desde abajo y a la izquierda, lo siguiente lo añado yo, buscamos construir una matriz cooperativista desde la independencia plena, la justicia social y el ecologismo no liberal. Por ello, debemos enfocar el futuro y este siglo XXI desde el mayor pragmatismo y la más profunda coherencia política, es decir, estamos en un contexto sociohistórico donde es de una obligación absoluta decir bien alto que no podemos abordar el problema agrícola y ganadero sin cuestionar el sistema productivista y de libre mercado.

Es en este momento donde es crucial recordar que en el Estado español empresarios como Juan Roig, dueño de Mercadona, se encuentra entre los hombres más ricos. Riqueza, que tiene mucho que ver con el monopolio de la oferta alimentaria, y con no pagar lo que se debe pagar a aquellas personas que suministran el producto en origen a las grandes cadenas de supermercados. Por no hablar de que se sirve de una plantilla de trabajadores y trabajadoras que se ven obligadas a ofrecer su fuerza de trabajo para poder sobrervivir y que, a cambio, reciben migajas en comparación con la riqueza que generan al empresario en cuestión.

Retornar a una economía local que conecte con la producción descentralizada y de policultivo, fomentar una ganadería extensiva que tenga en cuenta el bienestar animal, promover un sistema de distribución con los menos intermediarios posibles, en conclusión, mover las piezas necesarias para generar una soberanía alimentaria dentro de unos marcos de producción ecosociales, donde el binomio consumidor-productor se convierta en un equilibrio, y no como hasta ahora, en un desequilibrio donde quien verdaderamente gana es el capitalismo y sus élites económicas.