risis, dichosas crisis, las hay de todos los colores, pero todas tienen algo en común; son capaces de sacar lo mejor y lo peor de cada uno de nosotros. No hay más que verlo estos días en los que, salvo algunas excepciones muy puntuales, se multiplican los gestos de solidaridad y compromiso por parte de la ciudadanía. Personas que sacan lo mejor de sí mismas para intentar ayudar, en todo lo posible, a los más débiles de una sociedad que aún no se cree del todo lo que le está sucediendo. Uniones solidarias que están provocando que personas anónimas y vecinos que, a pesar de su proximidad ni se conocían, formen ya familias que trabajan y luchan a su manera para intentar darle vuelta y vencer esta situación. Todo un ejemplo de energía canalizada hacia el bien común mediante la aplicación, de forma más o menos espontánea, de principios tan estrechamente relacionados entre sí como son el de subsidiariedad y solidaridad. El principio de subsidiariedad que implica que los problemas que puedan surgir en una comunidad deben resolverse en la instancia más cercana a la persona interesada, ya sean a nivel particular o colectivo. Y que cuando ésta, por la razón que sea, no pueda resolver el problema, sea la institución superior más inmediata quien asuma la responsabilidad de su solución, así hasta llegar al órgano o entidad capaz de resolver el problema de la forma más eficiente posible. El principio de solidaridad, tan vinculado al interés común y a la ayuda recíproca de personas y pueblos entre sí cuando éstos pasan por dificultades. Ambos, sin duda, ligados al sentimiento de pertenencia y de apoyo mutuo, a la interdependencia y al consenso, y que a pesar de estar recogidos en constituciones de multitud de Estados y tratados internacionales como el fundacional de la Unión Europea de Maastrich de 1992, son ninguneados e ignorados por dirigentes políticos que se dedican a defender egoístamente sus propios intereses con recetas en las que priman la defensa de criterios economicistas frente a la defensa de las personas. Vemos cómo la Unión Europea se desgarra a causa de la incapacidad de pensar y actuar conforme a la unidad que de hecho tiene y a su deber como ente superior para la resolución de problemas en todo su territorio, por la ineficacia de quienes la componen cuando pretenden actuar por separado, por la irresponsabilidad de quienes creen que no tienen nada que ganar respetando las reglas comunes, como si no fuera con ellos, por la insolidaridad de los Estados que consideran a otros los culpables de crisis como la actual. Esperemos que no sigan dejando en manos de miles de personas la carga de resolver unos problemas que por responsabilidad y recursos económicos y financieros a ellos corresponde y que aún sea posible llegar a acuerdos para poder aplicar políticas que garanticen el bien común europeo, si es que quieren estar a la misma altura de una sociedad que está dando ejemplo de lo que es capaz.