l planeta para un extraterrestre que aterrizase estos días ofrecería un ambiente extraño, entre apacible e inquietante. Más de 3.000 millones de personas están en cuarentena, confinadas en sus domicilios; las calles están vacías, así como los parques, las carreteras sin coches y los cielos sin aviones, todo ello dentro de un silencio impresionante. Hemos pasado de una sociedad super acelerada e hiperactiva a otra caracterizada por el reposo más absoluto, parece que todo el mundo está en shock. La pandemia del coronavirus es una epidemia global, que con mayor o menor intensidad, desde hace varios meses amenaza nuestro sistema de vida; como bien dicen muchos expertos no será el fin del mundo, pero sí del que hemos conocido hasta ahora. La pandemia va aponer la puntilla a este régimen liberal que nos ha regido durante estos dos últimos siglos. El globo se ha pinchado y parece evidente que las sociedades de mercado no son el mejor de los mundos posibles, incuestionables y sin riesgos, pese a lo que nos han hecho creer. Es verdad que han contribuido al bienestar general y global pero no se puede dejar todo a su albedrío, ya que no nos garantiza la supervivencia como especie humana como hemos visto con esta crisis sanitaria y su desarrollo llevado hasta el paroxismo de esta última década nos ha costado pagar un gran tributo al clima y ecosistema del planeta, aparte de dejarnos un mundo super endeudado y con graves y grandes desigualdades sociales y económicas entre los países, en definitiva, un mundo roto y muy convulso.

Asistamos a un desastre sin precedentes, el Fondo Monetario Internacional pronostica para este año la peor recesión desde la Gran Depresión de 1929; la actividad económica caerá en más de 170 países. Ha llegado el momento de repensar el vigente modelo socio económico. La transformación no solo pasa por políticas más justas e innovadoras sino también por el cambio de actitud individual de cada uno de nosotros; aceptando que vivimos en una vulnerabilidad compartida en un mundo lleno de límites. Como decía un chiste de El País de estos días, en vez de reconstruir la economía, por qué no creamos otra, social y sostenible, no enfocada a la producción y consumismo sin límites, en la cual se asegure la renta universal respetando el medio ambiente y la dignidad humana por encima de todo. Estamos ante una crisis global, antesala de otras que vendrán en el futuro y no solo sanitarias sino también climáticas y nos ha pillado sin una gobernanza global. A pesar del deterioro de la credibilidad de los organismos creados desde la Segunda Guerra Mundial como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial, la ONU, el G20 o G40, hay que apoyarse en ellos ya que ahora en plena lucha contra la pandemia y sus consecuencias no podemos prescindir de ellas; pero a medio plazo habrá que ser conscientes de que los retos futuros serán todos de alcance global y tendremos que estar preparados para ello; igual la hora de los políticos ya ha pasado y nos hace falta otro tipo de líderes, más científicos y con una visión global de los problemas. Se ha llamado a filas a la ciudadanía; ahora está por ver si tras el esfuerzo colectivo se nos ofrece una vida mejor. Es por ello que esta pandemia no deja de ser una oportunidad de rectificar a tiempo, de cambiar nuestro sistema de vida, un aviso quizás el último, igual aún estamos a tiempo de evitar un desastre climático global en el futuro. Esta crisis puede servir como un acelerador de los cambios que antes se vislumbraban y que ahora se van a ir consolidando, a medida que vayamos saliendo de esta crisis como la transición energética hacia otras fuentes de energía, la digitalización, con todo lo que comporta (teletrabajo, teleasistencia, etcétera) la movilidad sostenible, la consolidación de una economía social no orientada al consumo... seguro que habrá un antes y un después de esta crisis en nuestra forma de vida. Así el historiado italiano Emmanuel Felice autor de la Historia Económica de la Felicidad, nos recordaba que la peste negra del siglo XIV contribuyó a erradicar en Europa Occidental lo que quedaba de las estructuras feudales a diferencia de Oriente, donde pervivieron durante bastantes años más; por ejemplo, en Rusia hasta segunda mitad del siglo XIX, no se abolió la servidumbre de la greba, una norma feudal, que esclavizaba al campesinado, lo ligaba con la tierra que trabajaba y cuando se vendía esta se enajenaba a los campesinos con ella. Nuestro planeta en la actualidad es frágil e incierto y nuestras vidas ahora también; los países dependemos unos de otros y solo desde la multilateralidad y la globalización podremos afrontar este reto y los que nos vengan en el futuro.