ay tópicos elevados a la categoría de afirmaciones inmutables -no sin dejar de obedecer a intereses espurios muy actuales- y uno de esos tópicos es el de la llamada Unión de los Burgos de Pamplona. Como breve e inmemorial antecedente -porque la realidad documentada es que el retorcido asunto de la desunión de Iruña tiene mucho que ver con la religión importada- pues la religión propia y ocultada, que sí la tuvieron los primigenios vascones, está también testimoniada en la palabra iru, irune. Mairu, o Mari, el nombre que se le da a la diosa madre tierra, mairubaratza se denomina a los cromlech. Así Iturrama sería Iturramairu o Iturramari, la fuente de Mairu o de Mari.

La unidad de Iruña, incluyendo sus burgos y suburbios, es una realidad documentalmente constatada. El nombre de la capital ya figura desde las épocas preromana, romana y antigua: Irune (Irunlarrea, Irubide, Lezkairu, Irulegi...), Ponpe-Irune (Ponpeilune, Panpelune, Pampilona, Pamplona); en el Laude Panpilonae Epístola del año 408; o en la demolición de las murallas de Pamplona por Carlomagno en el 778. En el Fuero General de Navarra figura la unidad de la Cuenca de Pamplona, Iruñerria.

Es necesario que se salga al paso de las falsedades interesadas en el relato histórico sobre la capital de los vascones y de Navarra. La realidad es que la fractura de la unidad jurisdiccional de la ciudad de Pamplona-Iruña fue debida fundamentalmente a la intervención de la Iglesia, que sustituyó la jurisdicción cívica municipal preexistente, mediante la suplantación de la misma por el poder del obispo, el cual se acentúa en 1087 con el obispo Pedro de Roda. Gobierno teocrático que se generalizó durante la alta edad media en muchos lugares de Europa, siguiendo las directrices del papado.

El camino hacia la recuperación de la unidad jurídica, administrativa y política, es demasiado lento -con avances y retrocesos- a lo largo de los siglos XII y XIII, en una continua pulsión entre el poder civil y el eclesiástico, que culmina con la guerra fratricida de la Navarrería de 1276. En el siglo XIV se dan pasos decisivos hacia la unidad, los más importantes con el paso del dominio de la ciudad al rey en 1319 y con el rey Carlos II, que libera los censos de los vecinos, potencia la fortificación unitaria de la ciudad y el aumento de población. Este rey navarro asimismo fomentó las tradicionales ferias de Iruña cuyo origen está en las fiestas del solsticio de verano y aumentó su duración a 20 días, que comenzaban el día de San Juan, 24 de junio, y duraban hasta el 14 de julio. Ferias que luego fueron la base de las fiestas de San Fermín.

Ya en el siglo XV, año 1422, los conflictos de protocolo, por el asiento de preeminencia, por llevar el palio, o en el ceremonial de jurar al heredero Carlos príncipe de Viana, generan problemas de preferencia entre los tres núcleos urbanos de Iruña. Ese problema protocolario, pero en realidad político, llevó a los mismos representantes de los tres núcleos a redactar el texto de la unión, presididos por el rey, que lo suscribió el 8 de septiembre de 1423, con lo que Carlos III -aprovechando su buena relación con el obispo Sancho Sanchiz de Oteiza (1420-1425)- promulga el fuero sobre la unión ciudadana, aprobado en las Cortes de Navarra. Los representantes de los pamploneses juran observarlo, así como el rey hacerlo cumplir. Pamplona vuelve a ser un solo municipio y jurisdicción, sin particularismos jurídicos, sin partidismos étnicos ni económicos, terminando las tres alcaldías, tres jurerías, tres comunidades, tres recintos amurallados.

Estamos en el 597º aniversario de la unión de los tres núcleos urbanos de Iruña-Pamplona, capital del Estado contemporáneo de Navarra, que se rigió por su fuero de la unión hasta 1841. El 18 de julio de 1512 el Consejo Real de Navarra aprobó la unión de la cuenca de Pamplona a la ciudad, aunque su materialización ha quedado pendiente tras la conquista continuada, ya que la Comarca y la Mancomunidad hoy no llegan a la reunificación de la ciudad de Pamplona Iruña y su suburbio la cuenca de Pamplona, Iruñerria.