e ésta habremos de salir fortalecidos" es la recurrente consigna con la que la publicidad mediática y política nos bombardea continuamente. Ante un peligroso riesgo de progresiva desestructuración de las consideradas como aceptables condiciones de nuestro modo de vida, tal afirmación parece acudir al rescate de las mismas. Constituye un claro ejemplo de acto de fe y actitud resiliente que, como se sabe, es aquella que consigue hacer que surjamos reforzados ante todo tipo de adversidad dejando el horizonte despejado para un nuevo futurible. Cuestión que siendo controlada tradicionalmente por la religión, tras su proceso secularizador, lo es ahora por la visión de un radical-moderantismo supercivilizador, dirigido por un grupo de teócratas carismáticamente elegidos, utilizando la expresión que diera en su día el filósofo Jan Patocka. Son éstos los que nos hayan de salvar, en primera y última instancia, de todos los males que nos aquejan. Literalmente: "El radicalismo de la supercivilización renueva el viejo concepto (€), de plenitud de los tiempos, aunque en modo alguno ya bajo una forma religiosa, sino como salvación religioso-política". Y en el imaginario del ciudadano medio, suple la fe religiosa por la creencia redentora en las capacidades de la ciencia en coordinación con el poder establecido cualquiera que sea su origen y naturaleza.

Ahora bien, la crisis coronavírica demuestra que aún hoy, y frente a las tesis del coreano Han, el poder continúa necesitando imperativamente del ritual para su supervivencia. De esos elementos carismáticos al margen de la racionalidad propiamente dicha, pero, eso sí, en régimen de monopolio. Lo cual hace, evidentemente, distanciarse, en cierta medida, del proyecto moderado de supercivilización prometida basado en el dominio de la "técnica volcada en las máquinas, los instrumentos y los artefactos".

En la filosofía del checo, moderantismo y radicalismo son dos actitudes completamente enfrentadas en la visión y asunción del problema. Frente al plural atomismo, de suma de las partes mediante aparente participación del primero, en el segundo, se da un monismo absolutista e impositivo, tomando en ambos casos a la Razón como referente único de la empresa civilizadora. Moderantismo, que en cierto modo rozaría el relativismo con el riesgo de "perder nervio" moral -advertirá-, frente al dogmatismo de todo radicalismo. Patocka, no obstante, fue él mismo un moderado radical en la defensa de los principios democráticos, pagándolo con su propia vida como consecuencia del extremo interrogatorio al que fuera sometido por la policía del régimen checoslovaco tras haber firmado la Carta del 77.

Vale que, para el autor, la representación política de los moderantistas fuera aquella de las democracias formales frente a la de los radicalistas englobados en los recién desparecidos regímenes que se reclamaban de la democracia real. Pero independientemente de ello, en cuanto a la situación actual, también cabe reconocer que tras la caída del muro las democracias del presente funcionan en una especie de hibridación entre el componente tecnocrático de las primeras y el más directamente relacionado con la manipulación por parte del sistema de las personas del segundo, con el único objetivo de sometimiento del ser humano, mediante un adoctrinamiento sin resistencia alguna, a la ideología del consumo para la vida cotidiana, y el de la implantación de la ciencia como la superestructura que haya de sustituir naturalmente el tradicional papel desempeñado por la religión en las sociedades tradicionales.

Llama la atención cómo esta manipulación es ejercida, según Patocka, mediante el "dominio de las personas por el trabajo, la diversión, la educación, la indoctrinación y la información, de dominio de la técnica que logra quebrantar no sólo la voluntad en un momento dado, sino el mismo carácter personal del hombre". Y eso a pesar de que cuando escribiera estas palabras eran tiempos aún, en ausencia de pandemia, recién estrenados de la Guerra Fría (1946-1989). No cabe la menor duda que desde entonces acá los logros de la ciencia en su aplicación tecnológica han crecido de manera exponencial y que, por tanto, así también su más que aparente legitimación entre la clase dirigente como la única ideología realmente creíble del estadio supercivilizador. Lo que consigue hacer que hablemos, paradójicamente, de una carismática ciencia. Ciencia ya plenamente resiliente tras la cura de humildad a la que se ha visto eventualmente sometida por esta crisis pandémica.

La ciencia, recuerda el filósofo checo, ya fue en su día aquella religión oficial de la supercivilización radical en una parte del mundo occidental aparentemente disuelta el año de 1989 (ver caso Lysenko), siendo reconvertidos sus países al moderantismo burgués que participa de la nueva Europa. Pero observando cómo esta forma de conocimiento representa tan sólo una parte de la verdad habría de recordarnos el que: "La verdad no es una mera cuestión teórica, resuelta con métodos objetivos que, a través de ciertas personas e instituciones, están siempre a disposición de la humanidad. Previamente y en un sentido más profundo, la verdad es el combate interno del hombre por su libertad interna y esencial, por la libertad que alberga en su núcleo de manera esencial, una libertad no dependiente en modo alguno del poder fáctico (Ibídem, pág.)". Y para que la ciencia sea realmente igual de veraz que carismática, resulta necesario, quizá, el no olvidarlo.

El autor es escritor