a estamos en el ansiado momento de las primeras vacunaciones. Y eso es, en sí mismo, una excelente noticia muy de agradecer por la celeridad de los investigadores en sacar al mercado el preparado inmunológico. Aunque no se trate de vacunas definitivas, es la gran noticia de 2021, antes incluso de que el nuevo año haya comenzado a tirar del calendario. Bendita noticia, sobre todo para ancianos y profesionales de los centros hospitalarios, angustiados cada vez que notaban alguno de los síntomas básicos de la covid-19 más habituales: cansancio, dolor de cabeza o fiebre.

Necesitábamos buenas noticias. Lo mismo hubiéramos tenido que esperar cinco años a y el número de contagios y muertes habría sido exponencial. Estas vacunas aliviarán la situación y controlarán la pandemia aunque seguirán muriendo personas en todo el mundo. Lo que no entiendo es por qué vamos a tardar tantos meses en estar vacunados todos los que queramos hacerlo, si la inmunidad colectiva va a ser el remedio. Si estoy vivo es probablemente por aquella vacuna que me pusieron hace medio siglo en la paletilla izquierda, cuya señal es aún visible. De no vacunarme, quizá hubiera muerto de varicela o sarampión. Más de cien mil niños murieron de sarampión en el mundo hace dos años y ni nos enteramos. La mayoría menores de 5 años y de las regiones más pobres del mundo.

Volviendo a este virus, me admira que el ser humano ha vuelto a demostrar que puede hacer frente a casi cualquier tipo de adversidad. Los científicos de todo el mundo han logrado dar con vacunas eficaces deberíamos celebrar este logro sin precedentes que hace más grande a la humanidad; esto significa que necesitamos mantener la responsabilidad con las medidas preventivas mientras no exista cura de la covid-19 y se mantenga el peligro real de contagio y muerte. Queda mucho para poder estar a salvo. El virus sigue buscando transmitirse, lo vemos en Gran Bretaña y en Sudáfrica con el surgimiento de nuevas cepas más transmisibles.

No queda otra que interiorizar que no tenemos la cura para la enfermedad ni siquiera en los países ricos que, oh novedad, nos hemos llevado la peor parte de la enfermedad y desde el principio. El mensaje ha de ser rotundo: la pandemia sigue en pleno apogeo en buena parte del mundo; quedan meses de alerta máxima y no es posible una vida normal de momento. Es el comienzo del fin, pero no es el final.

Digo esto porque me preocupa que la alegría por la introducción de las vacunas favorezca una falsa sensación de seguridad que hace adoptar conductas de más riesgo a la población. Ahí tenemos la experiencia del sida cuando la existencia de tratamientos efectivos y su uso como profilaxis, facilitó un aumento de las conductas sexuales de mayor riesgo. Quiero decir que las vacunas, hoy por hoy, no permiten disminuir las medidas de prevención actuales que nos alejan de los seres queridos, son incómodas, alteran la vida diaria y en muchos sectores suponen un daño económico insostenible, además de complicar las cuentas públicas. Pero la alternativa es todavía más destructiva sanitaria y económicamente cada vez que se opta por políticas permisivas.

Esto que a mí me parece tan obvio, no lo ven así los negacionistas que rechazan la enfermedad o niegan su gravedad exigiendo libertad para saltarse las normas solidarias antipandemia por el forro de sus sensaciones. Les respeto, a mi vez, pero me gustaría saber su opinión si les pusieran un papel a la firma en el que se comprometen a pagarse el tratamiento si el virus les toca en carne propia; o en la de sus hijas.

La libertad tiene su reverso y se llama responsabilidad. Por eso me voy a vacunar, por salvar la vida propia y por salvar la de los demás. Decenas de miles de personas han tenido una muerte horrible, solos, sin haber podido despedirse de su sus familiares. Ya no es cuestión de dudar de si vacunarnos o no, cuando sabemos que podemos evitar más muertes y más ruina económica; vacunarse es una manera de colaborar directamente en el deseado feliz año 2021 para todos. Que así sea, queridos lectores.