l final del Gobierno del presidente USA Trump ha conmocionado a Europa, para quien América sigue siendo referente. Culminación de un mandato rompedor, incluso para la práctica política de Estados Unidos, ha permitido contemplar a la más alta autoridad de la mayor potencia mundial alzarse en contra de los fundamentos políticos que configuran y sostienen tal potencia, mediante actitudes y decisiones arriesgadas, al negar la realidad de su derrota electoral primero e intentar forzar la evidencia; no únicamente con la acusación de fraude dirigido al propio sistema, más que a su oponente, y pretender la modificación de los resultados de las elecciones. El rechazo judicial a sus pretensiones y la acción institucional han impedido su propósito de ser reconocido como presidente. Al parecer, su decisión era llegar hasta el final. La convocatoria a sus seguidores en el asalto al Capitolio, en el momento en que la representación nacional proclamaba la victoria y calidad de presidente electo de Biden, constituye una acción dirigida a convulsionar el orden institucional mediante un golpe de fuerza. Hubiese triunfado de haber suscitado la movilización masiva de sus partidarios, llenando las calles de Washington y forzando a la asamblea legislativa a aceptar su nominación. ¡No le ha sido posible!

Un hecho que caracteriza a USA desde el punto de vista institucional es la solidez de su constitución. Proclamada en 1788, sigue vigente actualmente sin excesivas modificaciones. Resultado inequívoco de un sistema social y ordenamiento jurídico estable, hasta el punto de estar obligados a reconocer que viene funcionando sin que haya sido sacudida por las más graves situaciones y acontecimientos. Igualmente se puede concluir en la irrelevancia de la personalidad del presidente a lo largo del tiempo histórico recorrido, porque el conjunto del sistema funciona, apoyado en una sociedad en donde los conflictos internos son amortiguados y las situaciones graves del exterior afrontadas con resolución y éxito. Son estas, circunstancias que se han apoyado permanentemente en unas élites a las que se denomina anglosajonas por su origen, que cuentan con la aquiescencia de la mayoría social, por convicción o sumisión; evidenciada en las ocasiones en que la colectividad ha sido requerida para llevar adelante las propuestas de los dirigentes.

La actuación de Trump ha roto este espejo de solidez, no únicamente por el propósito a que respondían sus actuaciones, sino por haber hecho frágil el sistema institucional americano en la figura de los mismos legisladores, la imagen de mayor relevancia de lo que pretende ser el sistema político de los USA como imagen de la unidad nacional y democrática que pretende representar. Cabe preguntarse por los factores que han llevado a una situación crítica de esta índole. En principio el mismo Trump puede ser comprendido en esa clase dirigente anglosajona, miembro del partido republicano. Es exponente acabado del denominado supremacismo blanco, planteamiento exasperado de los valores de la cultura de las élites blancas anglosajonas, hecho suyo por los sectores blancos menos favorecidos. Estos últimos obcecados por hacer recaer la frustración de su propia existencia en relación al tipo ideal de vencedor americano, sobre las gentes de todo origen -negros, chicanos y demás- que buscan oportunidades de supervivencia en la tierra americana, en que existen.

La trayectoria seguida por América se corresponde con la potencia hegemónica mundial a partir de las dos guerras mundiales del pasado siglo. Cabeza incuestionable en terrenos económico, tecnológico y militar; mejor que ningún rival, responsable del aspecto del mundo actual. Los niveles alcanzados en estos terrenos expresan esa potencialidad, de la que se llegó a pensar permanente e insuperable, particularmente, ante el fracaso y caída del Imperio soviético en el decenio de 1990. No obstante, el actual panorama mundial permite una perspectiva diferente. En el momento presente notables áreas de la Tierra han progresado en niveles que permiten relativizar el éxito americano. Se alzan el este y sur de Asia y mundo del Pacífico como potencias que se acercan a los parámetros americanos. América misma se percibe afectada por la actividad que despliegan. Las consecuencias se dejan ver, no únicamente en la rivalidad en el terreno económico y técnico. También en el militar, influencia política e ideológica; evidencia de la disminución del peso de América en cuanto potencia global.

Al margen de que el proceso indicado sea igualmente resultado de iniciativas americanas, por tener su origen en decisiones de los dueños de capital y riqueza que encontraron mejores oportunidades de optimizar sus recursos con su traslado a los espacios ocupados por las hoy potencias rivales, tal vez nos encontramos ante lo que se denomina el signo de los tiempos. En definitiva, la evolución de la Historia como trasunto de la vida. Estados Unidos y Occidente pueden estar abocados al declive. La política practicada por Trump, compulsiva y contradictoria -y errática, por qué no-, ha perseguido impedir la disminución de la capacidad productiva americana y del resto de los factores que configuran el poder. Es la reacción frente a la constatación de la capacidad de los rivales, a quienes se tiene por tramposos. No obedece a la fuerza de la que se hace exhibición, sino a la necesidad de hacer frente a un adversario en avance permanente que amenaza la hegemonía propia.

Pero la realidad muestra la debilidad de un sistema en declive. Un declive percibido de manera inconsciente por la masa americana que reclama la mano firme frente al enemigo ¡América primero! Los analistas del sistema mirarán a los índices que reflejan el poderío, e incluso la situación de supremacía, negándose a contemplarla con la perspectiva del tiempo; actitud inútil. La trayectoria de los factores que configuran la potencia de los estados apuntan a la superación de Occidente por parte de emergentes, que conocimos subdesarrollados varios decenios antes. En la coyuntura de la presente crisis -primero económica, ahora igualmente sanitaria- se ha contemplado la eficacia de unos sistemas que han alcanzado el más alto nivel en todos los campos sin atenerse a las exigencias que se pretendió imponerles desde puntos de vista occidentales. Quienes han alcanzado el más alto nivel en los indicadores del desarrollo y bienestar lo han hecho acomodando los principios de verdad universal occidentales a las circunstancias de su concreta realidad. Ni India ni China se someten a los planteamientos neoliberales en el terreno de la economía, de considerar repercuten en perjuicios de su planteamiento. China y la mayoría de los territorios que lidera se resisten a la implantación del modelo político constitucional-parlamentario, democrático y de Estado de Derecho que Occidente considera insoslayable para el funcionamiento.