lguna vez te han susurrado al oído ese anhelo? Si ha sido así, ¿era mutua la pasión? ¿Cuál fue la reacción de tu cuerpo al escucharlo? Hoy te propongo hablar del deseo sexual, un tema super atractivo y emocionante como pocos.

Nada menos que en 1986, IPES-Navarra (una entidad cultural, referente en la historia reciente de Navarra) organizó unas jornadas sobre el deseo y me invitó a impartir una conferencia, a la que puse ese sugerente título. Posteriormente hemos tenido la oportunidad de repetir, título y contenido, en diversas ocasiones y modalidades de intervención (conferencias, cursos, talleres, congresos...) a lo largo de estos años, consciente del atractivo que supone disertar sobre los deseos sexuales, porque a casi todo el mundo le interesa este asunto.

He de reconocer que profundizar en el estudio del deseo sexual, me place enormemente, en la medida en que es un tema que me subyuga y apasiona. En realidad, estamos hablando de un poderoso impulso, con raigambre neurofisiológica, que nos impele a buscar relaciones, contacto corporal, caricias y abrazos, intimidad, afecto, placer... Puede haber otras motivaciones, claro, pero la gran mayoría de ellas tienen que ver con aspectos que nos hacen la vida más intensa, gratificante, amorosa y saludable que pone a prueba nuestra capacidad de sensibilidad. Como en tantas otras actividades humanas, hay una parte negruzca, de dolor, que hoy vamos a obviar.

Amable lector/a, estoy seguro que alguien te ha dicho al oído, alguna vez, “tengo ganas de ti”, “te tengo ganas”, “te deseo” (o expresiones similares). A ciencia cierta si ese anhelo también era recíproco, es muy posible que nos estemos refiriendo a una experiencia única y maravillosa en aquellas personas que se involucran de mutuo acuerdo en esa vivencia tan genuina y sensual. Bueno, si todavía no ha tenido lugar, no te preocupes, ocurrirá, no una sino varias veces a lo largo de la vida. A mi modesto entender todas las personas tienen alguien que les espera y que les está deseando.

Es indudable que hay determinadas personas nos provocan atracción. Y nosotros lo somos para otras. Una especie de imán que nos impele a acercarnos y entablar relación con ellas. Son unas señales que activan el funcionamiento de ese mecanismo ancestral de reacción erótica. La relación puede o no continuar y mantenerse la atracción, aunque la llama se mantiene en buena medida cuando se la aviva y languidece cuando no ocurre así. A veces ese sentimiento acaba en un estado de enamoramiento que es, probablemente, el estado perfecto para vivir y sentir la pasión y los deseos sexuales con especial intensidad. Es el afrodisíaco perfecto y puede experimentarse a lo largo de todo el ciclo vital, de diferentes maneras y con otras tantas personas.

Podría decirse que la especie humana existe porque existe el deseo entre hombres y mujeres, que nos mueve a buscar relaciones cuyo premio es el placer. Una recompensa exclusiva y genuina. También necesitamos contacto corporal, apegos y vínculos afectivos desde bien pronto para sobrevivir y, posteriormente, para una saludable estabilidad emocional.

Y este dispositivo está listo al nacer, en todas las personas, en forma de respuesta sexual. Opino que esta raigambre neurofisiológica no hay que minusvalorarla en modo alguno, si queremos entender, por ejemplo, la complejidad del consumo generalizado de pornografía y de su normalización social. Las películas sexuales, que es como a mí me gusta denominar a esas representaciones audiovisuales, estimulan directamente esas zonas cerebrales más primarias y atávicas, con ilimitadas provocaciones de imágenes infinitamente diversas, constituyendo lo que se denomina el superestímulo sexual.

Cualquier chaval tiene en su mano, a un toque del dedo en la pantalla, millones de estímulos variopintos. En un minuto tiene más que todos sus antepasados juntos. No puede, por tanto, extrañarnos su éxito Esta cuestión ha sido abordada ampliamente en nuestra propuesta educativa Tus hijos ven porno y es una realidad que es preciso reconocer si queremos prevenir sus graves efectos.

Desde los orígenes de la humanidad, hombres y mujeres han buscado estímulos para iniciar y mantener en el tiempo su deseo sexual, que inevitablemente presenta altibajos y cambia a lo largo de la vida. Es así en la actualidad y, con toda seguridad, lo seguirá siendo hasta que la especie se extinga. Esos estímulos cambian con los tiempos y las tecnologías y cristalizan en cada persona a su modo y manera.

Ya hemos dicho en repetidas ocasiones que las películas sexuales, violentas o no, se han convertido de una manera extensiva, en un evocador de los deseos sexuales. Pero no todos los estímulos son saludables. Aquellos que no respetan a las personas ni su dignidad, las coaccionan, las vejan, degradan o las cosifican deben ser criticados y rechazados sin ambages. He repetido hasta la saciedad que violencia y sexualidad son incompatibles. Están en las antípodas. Y la educación sexual debe incorporar estos valores inexorablemente. Por tanto, convendría hacer una consideración muy relevante: desde el punto de vista de la salud y de la ética habría que diferenciar radicalmente entre los estímulos saludables y aquellos que no lo son. Una taxonomía que puede servir de tal guisa para establecer diferencias entre las conductas sexuales saludables de aquellas que no tienen esa consideración.

Cualquier representación artística, sea audiovisual o no, que considere la sexualidad como una dimensión amorosa, saludable, divertida, tierna y placentera que tiene todo el sentido cuando se da en un entorno de deseo y acuerdo mutuo, afecto, respeto, libertad y corresponsabilidad en el placer del otro/a, será un estímulo adecuado y deseable para vivir, si así se quiere, individualmente o en compañía. Eso es una parte de la salud sexual.

Por tanto, la sexualidad es una dimensión hermosa de la vida que tiene que ver con el placer, el bienestar, la salud y las emociones humanas positivas. Por ello es incompatible con la violencia, que nunca está justificada en las relaciones amorosas. En las RRSS hemos reiterado la necesidad de conversar con los/as hijos/as, a lo largo de la infancia y de la adolescencia, nietos o sobrinos de todo ello, aunque te llamen pesado/a, proponiendo diferentes hashtags, al objeto de evitar una generación de #niñosyniñaspornograficos porque #tushijosvenporno y necesitan una #educacionsexualprofesional. En este sentido, hemos propuesto en nuestro programa educativo (Tus hijos ven porno, particularmente en el volumen II), diferentes contenidos y metodologías para trabajar la prevención de las agresiones y abusos sexuales. Niños y niñas, sobre todo los primeros, además de saber que es un grave delito, tienen que ser educados en el valor del respeto por la otra persona y que, nunca, bajo ninguna circunstancia, deben imponer sus deseos sexuales a los demás.

El autor es doctor en Psicología, especialista en Sexología y autor de numerosas publicaciones, entre ellas del programa educativo ‘Tus hijos ven porno’