a todo está dicho, lo que no sé si oído, se ha repetido hasta la saciedad la denuncia del cambio climático y la tragedia se siente inminente. Si se observa los ciclos estacionales podemos apercibir que no son como los habíamos vivido. Se están produciendo cambios bruscos de temperatura que matan la floración, que paran la maduración de las verduras, las frutas, y la sequedad vuelve al monte en un polvorín.

Todo está dicho, pero no oído. No se quiere oír, no se quiere tomar conciencia de algo que nos puede suponer la renuncia de nuestros privilegios de esta sociedad occidental mal llamada primer mundo. Así como en el feminismo se denuncia los privilegios de unos (los hombres) sobre otras (las mujeres), en temas relacionados con la naturaleza también es cuestión de privilegios. Los que tenemos, tanto hombres como mujeres occidentales, respecto al resto de la humanidad. Somos los/as grandes consumidores/as de los recursos naturales, nos estamos comiendo, literalmente, el mundo. Esto está trayendo grandes consecuencias, no solo para este lado del planeta, sino para todo el planeta. No me puedo ni imaginar lo que estará pensando cualquier ciudadano/a del resto del mundo, que apenas participa en esta fiesta de consumo obsesivo y ve cómo todo cambia a su alrededor, cómo se quedan sin recursos, cómo se secan sus tierras, cómo se les quita su subsistencia.

El movimiento ecologista es muy fuerte y activo, a él se han sumado científicos, filósofos, artistas, ciudadanos/as, algunos políticos/as, que sienten la urgencia de la denuncia y del cambio. Es lógico que sobre todo se haya insistido en poner voz a lo que nos viene, que veamos y seamos conscientes de la catástrofe, y el que quiere oír, está tomando conciencia de ello. En una charla de Antonio Orihuela, poeta y filósofo, denunciaba que el 97% de los residuos son industriales y tan solo el 3% es basura doméstica. Y aquí reside la clave de todo, o casi todo, el residuo industrial está contaminando el mundo, pero ¿por qué tanto residuo industrial? porque se consume, no mucho, sino en exceso. En un artículo publicado en DIARIO DE NOTICIAS, Julen Rekondo, Premio Nacional de Medio Ambiente, dice que "El ecocidio podría convertirse en un nuevo crimen contra la humanidad", y explica que se entiende por ecocidio "un ataque sistemático al medio ambiente que ocasiona daños irreversibles, graves y extendidos al planeta, y lleva enfermedades y muerte a las poblaciones asentadas en los ecosistemas afectados". Me parece fundamental el incorporar este delito en las legislaciones nacionales.

Pero mientras no se haga, algo hay que hacer, de algún modo hay que presionar para conseguir el cambio. Ya vemos que la calle se nos hace ancha y la movilización social no se da. ¿Cómo deberíamos actuar, qué podemos hacer? Más allá de la denuncia tiene que estar la acción, si no, como decía Antonio Orihuela, "pensamos bien y actuamos mal". No se puede confundir, como lo denunciaba en otra charla Anatxu Zabalbeascoa, periodista e historiadora del arte, el ecologismo con cubrirse de verde, e insistía que la rentabilidad económica ahoga a la naturaleza.

Si algo nos ha mostrado la pandemia, no sé si enseñado, es que cuando el ser humano se para como nos tuvimos que parar, en seco, la naturaleza revive, invade espacios grises y los animales vuelven a verse y oírse. La conclusión es clara y diría que evidente si se quiere ver, oír, y si por un momento nos olvidamos de nuestros privilegios, hay que parar. Tenemos que empezar a frenar para que la naturaleza se recupere. Lo demás es ser ecologista de café o un/a verdadera irresponsable.

¿Y qué es parar en este momento? A nadie se le escapa que cuando vas a 200 km/h no puedes frenar en seco porque no paras, te estrellas. Para eso están los frenos y la reducción de las marchas. Hay que empezar a decrecer, a no tener excesos y a resistir desde la acción conjunta, desde la solidaridad y el respeto. Menos compras, menos viajes, menos competitividad, menos acumulación, menos producir, menos lujos. Más compartir, más admirar lo cercano, más cuidar nuestro entorno, más reutilizar, más rehabilitar, más plantar, más consumo km0. Como bien dice Julen Rekondo, "De no accionar de forma inmediata los frenos de emergencia del sistema nos llevarían a un cambio climático ya casi descontrolado".

Hago mías las palabras del escritor y filósofo Pablo D´Ors en su libro Biografía del silencio, "Resulta lamentable haber llegado a este punto de inconsciencia, de idiotez, a este punto de insensibilidad, a este extremo de avaricia, de pereza, de vanidad... El mundo no es un pastel que yo me tenga que comer. El otro no es un objeto que yo puedo utilizar. La tierra no es un planeta preparado para que yo lo explote. Yo no soy un monstruo depredador", y añade que se puede vivir de otra forma "ser mejor, vivir más intensamente, disfrutar más de la naturaleza, sentirme uno con los demás...".

Finalizo como lo hizo Antonio Orihuela "Hay un mañana, hay un futuro, y este puede ser bueno si vivimos de otra manera, desde la austeridad, desde el parar pero sin detenernos".