a Columbia Británica acaba de sufrir uno de los periodos de precipitaciones más intensas que se recuerdan en esta provincia canadiense. Numerosos ríos han marcado sus registros récords de caudal desde que existen mediciones. Tan sólo un par de meses después de la oleada de incendios más dañina de las últimas décadas. Esto a su vez vino precedido de un mes de junio sin parangón en cuanto a temperaturas extremas, culminado el día 29 de ese mes. No en vano, el registro máximo de ese día, de casi 50 grados de temperatura a 50 grados de latitud norte, marca un hito cuya ocurrencia se ha comprobado que sería virtualmente imposible sin el cambio climático. Sólo ese fenómeno llegó a producir centenares de víctimas mortales. Pero no sólo eso, las condiciones de sequedad y calor infernal resultantes hicieron que, una vez desatados algunos incendios forestales, arrasasen por completo algunos pueblos, como Lytton, el pueblo donde se marcó el citado récord de calor. Volviendo al presente, ahora mismo siguen buscando a personas desaparecidas tras fatídicos desprendimientos de tierra y deslizamientos de ladera, consecuencia de las inundaciones. Paralelamente en Canadá empieza a surgir un debate acerca de modificar el modo en el que su sistema nacional de seguros hace frente a daños por catástrofes naturales de índole meteorológico. Las pérdidas en desastres relacionados con el tiempo han aumentado muy notablemente en este país, de manera significativa en los últimos 10 años, y más que en otras partes del mundo.

La lectura que hacemos es que la sucesión de fenómenos extremos encadenados nos hace especialmente vulnerables. Se ha puesto muy de relevancia en comunidades indígenas del Ártico, cuya subsistencia está ligada a prácticas ancestrales de caza, pesca y pastoreo. Las poblaciones de algunas especies ya han comenzado a mermarse o migrar por ese efecto continuado de desastres combinado con un calentamiento muy acelerado y derretimiento del hielo. En el caso de los canadienses y sus recientes inundaciones se ha determinado ya que hay un vínculo claro entre la devastación de los incendios del pasado verano y el riesgo de un deslizamiento de tierra o flujo de depósitos (materia orgánica, sedimentada, productos de la combustión, etc.) ocasionado por una precipitación torrencial o persistente posterior. Parece obvio dado que, si se queman muchos árboles, pasto y arbustos, habrá menos seres vivos que intercepten el agua, que fluirá directamente por las pendientes de las laderas. Además los incendios pueden hacer que el suelo repela el agua, por lo que la escorrentía aumenta aún más. El resultado final lo hemos visto en imágenes: destrucción de infraestructuras como carreteras, puentes o diques por valor inicial estimado de 1.500 millones de dólares. Restablecer servicios esenciales y vías de comunicación llevará meses, lo que impactará a su vez en los desplazamientos, redes de logística y transporte, y provisión de energía.

Los meteorólogos nos hemos ya dado cuenta de que la dinámica global de la atmósfera se está desajustando por completo. Cuesta más verlo a nivel local, porque se nos entremezclan procesos y escalas climáticas de distinta naturaleza. Pero no hay ninguna duda a nivel global. Y no sólo es la atmósfera. Sucede con los hielos y la biosfera, y también, aunque más lentamente, los océanos. Poco a poco nos vamos acostumbrando a que lo que antes nos parecía excepcional y catastrófico se va convirtiendo en norma. A nivel de protección y prevención, invertir en sistemas de alerta temprana y estrategias de adaptación a un clima cambiante debería ser ahora mismo la prioridad absoluta en todas las agendas.

A principios del próximo año, en la presentación de los informes de los grupos II y III del IPCC sobre impactos, adaptación y mitigación al cambio climático, los científicos van a lanzar un mensaje muy duro e incómodo, probablemente más de lo que podamos soportar, no sólo responsables de políticas, sino toda la población: No queda otra que abandonar nuestro actual sistema socioeconómico si queremos mitigar de verdad las emisiones y contribuir a minimizar algo los efectos del cambio climático. Es muy preocupante que, aun siendo esto conocido, las emisiones globales de CO2 hayan repuntado a niveles prepandemia, y que desde 1990 el aumento de este año respecto al anterior sea el más pronunciado tras el de 2010. Y aquí China tiene buena parte de la responsabilidad al no frenar su producción de carbón. Todos los anteriores son datos de la Agencia Internacional de la Energía.

El mensaje principal de cierre de la última Conferencia de las Partes sobre la Convención Marco de Naciones Unidas para el Cambio Climático no ha sido declarado y aún oculto, es perfectamente claro: vamos a seguir usando las fuentes fósiles porque no sabemos parar nuestro desarrollo de otra manera. Incluso si soñamos con un futuro verde que pretenda surtir del mismo modo nuestro sistema económico y de consumo, cosa que la ciencia también ha demostrado que no es posible a día de hoy, vamos a tener que seguir utilizando energías de origen fósil para la transición. La conclusión ante esto es clara: adaptémonos lo mejor posible y tratemos de entender las respuestas del planeta a las perturbaciones que hemos introducido en sus sistemas físicos y naturales. Eso sí, y aunque suene lapidario, mentalicémonos que esto traerá cambios civilizatorios enormes, para nosotros si, pero muy especialmente para las generaciones futuras.

El autor es delegado territorial de AEMET en Navarra

Los meteorólogos nos hemos ya dado cuenta de que la dinámica global de la atmósfera se está desajustando por completo