on los registros meteorológicos de observación analizados y las aguas volviendo a su cauce tras el histórico episodio de riadas podemos ya extraer algunas conclusiones de lo acontecido. Desde el punto de vista de las precipitaciones se trata de la situación más extrema en la mitad norte de Navarra, al menos desde que contamos con suficientes datos para poder afirmarlo, unos 50 años. Desde el miércoles 8 a la tarde hasta el sábado 11 por la mañana, las cantidades de lluvia y nieve sumadas en cualquier punto del tercio norte de Navarra superaron los 200 litros por metro cuadrado desde la zona de Leitza y Beruete hasta las cumbres del Pirineo de Roncal, con acumulaciones que incluso han sobrepasado los 250 y, puntualmente, los 300 en algunas de nuestras estaciones o de otras redes. Serían cantidades sobresalientes si se hubieran producido en una única estación, pero su generalización a una extensión de casi 3.000 kilómetros cuadrados es lo que hace tan impactante el episodio que hemos vivido. Las consecuencias se han dejado sentir de norte a sur y de este a oeste. Algunas claves tienen que ver con elementos del suelo y terreno, como la sobresaturación previa del terreno, siendo los 15 días que han precedido a las riadas, aproximadamente entre el 22 de noviembre y el 7 de diciembre, extraordinariamente húmedos en toda la Comunidad Foral. El día 8 por la mañana contábamos además con la reserva de nieve caída en esos días pasados, con espesores variables en función de la altitud, pero que prácticamente cubría cualquier zona montañosa por encima de 800 - 900 m del tercio norte. Desde un lado más atmosférico hay que reseñar la gran eficiencia de una precipitación tan persistente, con intensidades horarias en el rango de 10-20 litros por metro cuadrado en algunos momentos, y que tiene como primera causa la interacción de una masa de aire de altísimo (para la época) contenido de vapor de agua atmosférico de origen subtropical con la orografía de un relieve complejo y muy expuesto a los vientos del noroeste, como es la del norte de nuestra comunidad. Como segundo elemento hay que citar la dificultad de estimar de manera fidedigna, en cobertura y espesor, así como en contenido de agua líquida, la nieve caída en los primeros compases del episodio (día 8), y, sobre todo, la evolución y subida de la cota de nieve a lo largo de la parte central del mismo (día 9 -en los valles orientales del Pirineo incluso hasta la mañana del día 10-). En algunas estaciones occidentales vimos que la cota de nieve subió claramente en la madrugada del día 9 pero en otras (Salazar y Roncal) lo hizo más de 24 horas después. Este es sin duda uno de los elementos más difíciles de introducir en la cadena, y es que, además, su dependencia es crítica para el deshielo de esa nieve (más la anterior) y la cuantificación del aporte extra y rápido a ríos y regatas. Aunque sabíamos que el proceso de subida de cota de nieve iba a producirse y nos las arreglamos bastante bien para saber cuánta lluvia estaba cayendo, un relieve a pequeña escala demasiado complejo impide que tengamos un nivel de detalle suficiente acerca de la velocidad con la que el agua va a llegar a los ríos. Insistimos, los cambios de estado del agua, de vapor a líquido, y de líquido a sólido, -o al revés- es de lo más complejo de modelizar y aunque la termodinámica se encargue de sentar la base teórica, en la práctica es todo mucho más delicado.

La percepción y la inquietud de la gente de que este tipo de episodios empiezan a repetirse de manera sospechosamente recurrente tiene gran sentido. Hablamos mucho de calentamiento del clima pero parece que cada vez vamos a tener que hablar más acerca de un aumento de variabilidad atmosférica, potenciado por reajustes en la dinámica global de la atmósfera en un sistema, la Tierra, que busca su reequilibrio en unas nuevas condiciones. Mayor variabilidad equivale, en términos muy coloquiales, a un tiempo más loco, con fenómenos más intensos, raros, singulares, tanto en su probabilidad como en la fecha o época de ocurrencia. El IPCC habla expresamente de esto, siempre con un telón de fondo de un aumento paulatino de lo extremo. A nivel de nuestra comunidad, 14 de los 16 días más lluviosos en el conjunto de la mitad norte de Navarra desde 1984, pertenecen a este siglo y 9 los encontramos a partir de 2012. Todos entre mediados de octubre y de abril, pero hay uno, también de esta última década, que tiene lugar en junio, el de 2013, en un episodio de especial impacto en la Comarca de Pamplona, y que además no fuimos capaces de predecir bien. Y si, también observamos cada vez más intensidad. No en vano, tres de los cuatro días más lluviosos desde el 84 están distribuidos nuevamente en los últimos años: en octubre de 2012, diciembre de 2019 y el pasado día 9. Aun siendo las lluvias de este último episodio en la parte sur de la Zona Media y la Ribera un orden de magnitud inferiores a las de la zona norte no podemos obviar que muchas localidades, infraestructuras, carreteras o campos de cultivo han sufrido enormes daños por las crecidas de Arga, Ega y Ebro. Quisiéramos detenernos en Tudela, triplemente golpeada este año por las nevadas del temporal Filomena, las lluvias torrenciales del 1 de septiembre y ahora la riada del Ebro. Son tres fenómenos extremos que tienen lugar en el mismo año. No lo perdamos de vista, somos ya más vulnerables ante estos episodios, cuya excesiva repetición nos va haciendo además más pobres.

En cuanto a los avisos a municipios, muchos ayuntamientos cuentan ya con sistemas para poner en marcha sus planes de emergencia y autoprotección ante inundaciones. El pronóstico a nivel meteorológico (que no hidrológico ni de previsión de caudales, que no es nuestra competencia) ha podido ser mejor o peor según las zonas o la orografía pero fuimos especialmente insistentes con el potencial impacto de este episodio en los días previos, y nos comunicamos y coordinamos con las administraciones correspondientes como organismos de cuenca o de protección civil, como siempre hacemos ante algo así. Aparte de las mejoras técnicas que podamos implantar y desarrollar es fundamental dar pasos hacia una cultura de autoprotección, anticipación y concienciación de la ciudadanía ante la adaptación y minimización de consecuencias derivadas de un riesgo como el de las inundaciones. La palabra "adaptación" es la más importante y es la que tenemos que recordar y empezar a entender que significa para ponerla en práctica.