onseguir retomar aquella "normalidad" que, a pesar de lo que nos quejábamos, ahora vemos que no estaba tan mal, se está alargando demasiado. Puede que esta circunstancia sea la clave para entender los sentimientos de crispación, irascibilidad e indignación de la sociedad en general y mías en particular. Soy docente de profesión y en estos momentos director y responsable covid en un centro público de Infantil y Primaria, además de padre de un niño y una niña escolarizados en el mismo.
Educar de manera inclusiva se ha convertido en el reto principal al que dedicamos todos nuestros esfuerzos desde hace más de un lustro tanto el equipo docente como el personal de administración y servicios. Marzo del 19 supuso una desestabilización importante también en el contexto escolar. Asegurar la presencia, participación y aprendizaje de nuestro alumnado en un entorno virtual con el que no estábamos familiarizados ni educador ni educando, aún en el caso de que se diera una situación óptima en los hogares, supuso un objetivo muy difícil de alcanzar. Con más o menos acierto, realizamos un tremendo esfuerzo por tratar de conseguirlo. No tardamos mucho tiempo en darnos cuenta de algo que ya sabíamos: la presencialidad y la socialización son factores esenciales en el entorno de aprendizaje.
Viendo que la situación iba para largo y seguramente empujados por la terrible sensación de estar encerrados en casa y empatizando con el resto de familias, comenzamos a preguntarnos qué podíamos hacer para contribuir con la recuperación de la presencialidad del alumnado en las aulas. Decidimos redactar un rudimentario Plan de Contingencia dándole forma a un montón de ideas que recogimos de diferentes fuentes: una bióloga miembro de la APYMA del centro, miembros del Consejo Escolar, aportaciones de la Red PROEDUCAR-HEZIGARRI a la que pertenecemos, profesorado de nuestro centro, directrices sanitarias que escuchábamos y leíamos... Se lo enviamos al Departamento de Educación que, además de su agradecimiento, nos trasladó que le había resultado de gran utilidad para la redacción del oficial.
Arrancó el curso 20/21. Las clases comenzaron en septiembre y la puesta en marcha del propio plan, que nosotros conocíamos a la perfección en muchos de sus aspectos, supuso muchos quebraderos de cabeza. La sensaciones eran encontradas: estábamos muy contentos de volver a la presencialidad, pero teníamos miedo. Miedo de que no funcionara y se produjeran contagios entre nuestro alumnado. Miedo de contagiarnos el propio personal del centro que, aunque no estábamos en primera línea de batalla como nuestros valientes sanitarios, sí que nuestra actividad sucede en un entorno a priori hostil en esta situación pandémica. A pesar de las dificultades, de las incomprensiones por parte de algunos miembros de la comunidad educativa con respecto a distintas normas y protocolos, de la necesidad incluso de convencer a algunas familias para que trajeran a sus hijos e hijas al centro, de los confinamientos, de las continuas recomendaciones, notificaciones... y en definitiva, a pesar del tremendo desgaste energético que supuso, nuestro centro estaba abierto y no se estaban produciendo apenas contagios dentro de las aulas. En febrero del 21, nos llegó algo de esperanza. Tocaba el turno de vacunar a los profesionales del entorno educativo. A pesar de lo difícil que nos lo pusieron algunos medios de comunicación debido a la información que dieron sobre la vacuna que nos iban a poner (la "terrible" AstraZeneca) y a pesar de situarnos desde Salud en la tesitura de tener que elegir si inocularnos una segunda dosis de la misma vacuna o hacernos el cóctel con otra, mayoritariamente decidimos vacunarnos. Protegernos y proteger a nuestros familiares era una razón importante, pero proteger a nuestro alumnado no lo era menos. Así terminó el curso.
Llegamos a las vacaciones de verano con la sensación del deber cumplido. Septiembre del 21 arranca con buenos presagios. El plan de contingencia se ha flexibilizado y nos permite desarrollar más actividades dentro y fuera del aula. La cosa empieza bien, pero en octubre se empieza a torcer. El número de contagios aumenta en Navarra de manera exponencial. Comenzamos a recibir en el centro notificaciones de positivos. Unas veces requieren confinamientos y otras no. La pasada semana, tras el puente foral, recibimos con satisfacción la noticia: comenzarán a vacunar al alumnado menor de 12 años en Navarra. ¡Qué alegría! ¡Esos son los nuestros! Aunque inicialmente no fuera así, el Gobierno de Navarra (de manera acertada en mi opinión), termina por decidir que la vacunación se produzca en los centros educativos. En colaboración con Sanidad conseguimos organizar todo en unas pocas horas. Todas las familias tenían que recibir una copia del impreso para el consentimiento y el documento informativo, preparamos el "vacunódromo" rápidamente, los listados filtrados con las diferentes casuísticas del alumnado según las directrices marcadas... A todo ello se le sumaron las dificultades ocasionadas en nuestro centro debidas a los destrozos de la riada. Tenía que estar todo listo sí o sí. Era nuestro deber seguir colaborando todo lo posible para luchar contra la pandemia con las únicas herramientas de las que disponemos.
Así llegamos al final del primer trimestre. Aunque estamos agotados por la situación pandémica y por la riada, estos primeros meses no han ido tan mal y hemos conseguido una máxima presencialidad del alumnado. Pero el personal del centro nos sentimos tremendamente defraudados. Aproximadamente una de cada cuatro familias ha decidido que su hijo/a no reciba la vacuna. Se han trasladado tres sanitarias a nuestro centro facilitando y haciendo más cómodo el proceso. No entendemos nada. Los valores que trabajamos en el centro con nuestro alumnado de solidaridad, empatía, cooperación, inclusión, la importancia de una base científica... han saltado por los aires ante las directrices marcadas por cuatro blogueras, unos cuantos iluminados y la denominada sabiduría popular. Las recomendaciones y normativas marcadas por organismos como la OMS, nuestros sistemas sanitarios, farmacéuticos, científicos... no han servido como fuente de inspiración a las familias a la hora de tomar una decisión. Tal y como dijo en El Editorial Héctor de Miguel algunas familias se han acogido al privilegio de ser antivacunas por haber nacido aquí, en el primer mundo.
Llegado a este punto, aflora mi reflexión, o más bien, mi punto de inflexión. Comienzo a tener serias dudas de si todos estamos en la misma línea. Tengo claro el carácter obligatorio y el derecho a la educación del alumnado de nuestra etapa, como no podía ser de otra manera. Pero, una vez ofrecida la posibilidad de recibir la vacuna y tomada por parte de las familias la decisión correspondiente: ¿Es justo que los protocolos sean iguales para los vacunados que para los no vacunados? ¿Podremos exigir que para la participación en las actividades complementarias y extraescolares, dado su carácter optativo y voluntario (excursiones, comedor, extraescolares...), se presente el pasaporte covid? Recordemos que la libertad de uno termina justo donde empieza la del otro.
Nos sentimos tremendamente defraudados. Aproximadamente una de cada cuatro familias ha decidido que su hijo/a no reciba la vacuna
Se han trasladado tres sanitarias
a nuestro centro facilitando y
haciendo más cómodo el proceso.
No entendemos nada