Sin duda habrá de haber futuro, lo que en modo alguno implica que este haya de contemplar un escenario de mejora respecto de nuestra situación pasada sino tal vez, contrariamente, no deje de empeorarla. Esto al menos se deduce de una afirmación como la realizada por el filósofo Jean-Luc Nancy en La frágil piel del mundo cuando refiriéndose a la lógica de la temporalidad nos indica: “El futuro es un presente que se representa como seguro o posible. […] El por-venir (por escribirlo así) sería, por el contrario, la pre-sencia del presente, aquello que aún no ha tenido lugar y que, por ende, no es (salvo en nuestras esperanzas, nuestros miedos, nuestros planes). No pertenece, pues, a lo posible; tampoco a lo imposible: no es y, no siendo, nos expone así a una ausencia cuyo huidizo presente lo proporcionan únicamente la aproximación y lo sobrevenido”. Es decir, que el porvenir carente de ‘horizontes’ se nos muestra más bien de color oscuro discerniendo sobre la probable venida de un acontecimiento ante el cuál todo sistema pretende adelantarse pre-programándolo, una vez asumido el hecho de que hoy por hoy, y para muchos, el presente constituye la materialización de un futuro sin porvenir. Lo que implica la necesidad de que al menos para el humano este deje de contar con sentido alguno para la necesaria catarsis reveladora, apocalíptica, de nuevos modos de vida –puesto que de todos es conocido que antes de ‘final de los tiempos’, apocalipsis significa e implica ‘revelación’–. Y ya que la ciencia, como producto final, siempre es un hecho consumado, cuando no se trata de ficción, la descripción de la posibilidad del nuevo escenario es, asimismo, una oportunidad para otras fuentes que deriven en el conocimiento como aquéllas ‘fruto’ del por algunos denostado mero pensar.

El pensamiento es atributo humano a la vez dependiente e independiente del entorno natural y artificial disponible. Es una facultad diríase, por otra parte, inherente, orgánica y consustancial de su ser. Se puede pensar con disposición e indisposición de medios para tal fin. Es la facultad que hace libre al creador encarcelado por motivaciones en la mayor parte de ocasiones al margen de su especialización como literato, artista plástico o científico. “El pensamiento –argumenta Emmanuel Levinas– comprendido como un juego mental que acompaña la comprensión de las palabras también es intencional; tiende hacia el objeto que significa, sin que esto implique que dicho objeto existe”. Es decir, el pensamiento imagina. El problema radica cuando orientados hacia la visión de un mundo basado en el denominado ‘solucionismo tecnológico’ tal vez tengamos la tentación de ir dejando de hacerlo individualmente, delegando en que el otro, o una nueva categoría relacionada con ‘lo-otro’, lo haga corporativamente por nosotros. Y ante desafíos relacionados con nuestra organización social este cuestionamiento no solamente afecta a la vida del individuo sino también al entorno de interrelación del mismo con el resto de lo participado en sociedad, es decir, con la comunidad. Respecto a esta cuestión comunitaria de ámbito no estrictamente sociológico, cabría, en este sentido, recoger también lo afirmado en su día por el filósofo de la fenomenología Michel Henry: “Naturalmente, la esencia de la comunidad no es cualquier cosa que es sino aquello –no eso– que adviene como la incansable venida a sí de la vida y, así, de cada uno a sí mismo. Esta venida se lleva a cabo de múltiples formas, pero siempre conforme a unas leyes. Por ejemplo, no se lleva a cabo en primer lugar a partir de lo porvenir, sino sólo a partir de la inmediatez, como un destino de pulsiones y afectos, por consiguiente. […] En tanto en cuanto la esencia de la comunidad es la afectividad, no se limita sólo a los humanos, sino que comprende todo lo que se haya definido en sí por el sufrir primitivo de la vida y, así, por la posibilidad de sufrimiento. Podemos sufrir con todo lo que sufre: hay un pathos-con que es la forma más amplia de toda comunidad concebible.”

Previamente el filósofo habrá de indicar el que cuando nos referimos a la idea de comunidad se establece necesariamente lo que viene a denominar un cuadro de cuestiones que incluye la realidad que está en común, a quienes compete dicha realidad, el modo de acceso a lo que les es común y como se da en cada uno de ellos la realidad que les es común.

Jean-Luc Nancy, por su parte, denuncia el riesgo de un absolutismo basado en el concepto de ‘comunidad’. Cuestión que en su día tratara también Helmuth Plessner en Los límites de la comunidad. Pero, a decir verdad, lo que pone en evidencia es el uso, tal vez abuso, que hacemos de la misma basada en la politización de sentimiento y afectividad. Es por ello que no resulte extraño resaltar este rasgo caracterizador de la comunidad, por ejemplo, en la definición dada por Ferdinand Tönnies, de constituir una unión basada en el sentimiento que se distingue de la organización en que esta última requiere para su existencia de razones y contratos. Y es en el terreno de la organización donde se plantean los problemas derivados del par inclusión-exclusión fundamentalmente mediada por sus estructuras de dominio. La nueva realidad, en este sentido, con sus contingentes problemáticas no hace sino actualizar los términos de la discusión y la lección que tal vez pueda quedarnos por aprender venga a consistir en que mientras exista sentimiento de unidad en la pluralidad habrá proyecto futuro independientemente del tipo de organización por venir que vaya a asumirlo a sabiendas –en la expresión de Henri– del hecho inapelable de que “la esencia de la comunidad es la vida [pues] toda comunidad es una comunidad de vivientes”.

Algunos, entre los nuestros, olvidaron en su momento esta sustancial premisa y comenzaron por construir una comunidad desde la muerte. Craso error que nunca terminaremos de pagar, en conciencia y moralidad, y al cual algunos otros, nuevamente, sienten la tentación de retornar, dada la aparente falta de anticipativos horizontes de realización.

El autor es escritor