El arzobispo de San Salvador, monseñor Romero, pronunció una frase que continúa teniendo actualidad, además de una gran verdad: las culebras solo pican a quienes caminan descalzos. La interpretación es una y solo una: entre compañeros (políticos) no nos vamos a joder. Los políticos, la clase política, tienen una vara de medir asimétrica; benevolente con nuestros compinches de escaño y de malas pulgas y colmillo batiente con nuestros adversarios, incluido la ciudadanía trabajadora. Podemos argumentar los postulados cual si fueran virtudes teologales y podemos utilizar adjetivos y señales histriónicas que desvíen el resultado amansador populista hacia la gracieta fácil, pero las señales son propias de compromisos suicidas.

Puede haber pequeños matices que no son sino la prueba del polígrafo que confirma la veracidad de lo señalado. Hay una ley para la casta, en su concepción podemita, y su mayor preocupación es que la misma sea exclusiva para ellos y para quienes entienden los Presupuestos como una gran subasta cuyo fin (casi) exclusivo es satisfacer las necesidades de quien nos apoya, como bien lo saben los fenicios nacionalistas. La poltrona está acolchada para las estrellas, convirtiéndose en cama faquir para los votantes fidelizados.

A pesar de los postulados positivos que unifica en derecho de pernada a la clase política, independientemente de la opción ideológica que les sustenta y caracteriza, desde hace años se observa un distanciamiento, incluso alejamiento, entre la sociedad llana, trabajadora, cumplidora y respetuosa de las instituciones que conforman la estructura del Estado nación y esa clase política tan bien reflejada en la declaración de monseñor Romero.

Esa norma básica convivencial y la actitud respetuosa de la ciudadanía ha permitido vivir con cierta dignidad a la sociedad en su conjunto. Y esto es así hasta que empezaron a surgir voces contrarias a la misma incluso poniendo en peligro la convivencia. Hay quien lo ha hecho en declaraciones individuales que banalizan y ningunean la Constitución como cuando habla del régimen del 78. Y como toda imbecilidad, esta también tuvo sus seguidores. El terrorismo etarra supuso otro peligro de descalabro constitucional.

Los hechos ocurridos en los últimos días reflejan la actualización de la expresión de monseñor Romero. La sociedad cambia, pero los políticos, la actitud de los políticos, permanece anclada en tiempos ya pasados. Los hechos suponen un elogio de la hipocresía con una manipulación descarada del argumentario justificativo, dirigido par el Motor Supremo de la Moncloa. Y es que estamos hartos ya de estar hartos, que nos banalicen y nos consideren tontos con sus afirmaciones mundanas. Y es que los políticos pueden ser de un signo u otro, pero lo realmente diferenciador son aquellos que tienen escrúpulos y aquellos que carecen de ello, siempre bajo el estigma de que la moderación esta desprestigiada.

El Motor Supremo está solo, es muy exclusivo el señuelo. El resto calla y otorga, pues del primero depende que continúen en puestos de salida (elecciones) como medio de vida o caigan en la penuria vegana; el silencio se impone.

Obligado es reconocer a los visionarios binarios: si el futuro no es el esperado, continúan con su visión diferente e incluso primariamente contradictoria, pero visionario. Sirva de ejemplo que de no poder conciliar el sueño, pasa en pocos días a servirse de su muleta (y no con una, sino con las dos-parejita). Alguien pudiera pensar en una demencia frontotemporal como causa/origen de este chapapote mental; sería un error pues ello se debe a que la alternativa sería un aquelarre político y la defenestración de nuestros intereses maniqueos nos acercaría al precipicio (así lo venden, jajá).

Dos acontecimientos en los últimos días actualizan a Monseñor Romero. El primero es el indulto (casi amnistía) a los dirigentes del denominado procés catalán, condenados por sedición; y para ello convinieron, como sujeto activo, desjudicializar la política. No importa que en el intermedio se terminara politizando la justicia: el fin justificaba los medios. Tampoco importaba el uso de métodos rufianescos propios de bufones, se quería pies calzados y se utilizaron argumentos triviales y falaces cuales que este hecho no se consideraba delito en Europa (jajá). Y lo dicen sin sonrojo, infantilizando a la ciudadanía en un maniqueísmo amigo-enemigo; y la oposición se autoexcluye con su filibusterismo verbal. Los golpistas (pues eso son) niegan que proclamaran la república catalana, pero reafirman que volverían a proclamarla (tornarem a fer); también señalan, con desparpajo propio de estupidarios, que el mismo no fue un delito, sino un conflicto político. El Motor Supremo afirma que nunca antes había habido tanta paz social en Cataluña y eso justifica la decisión tomada; visto el historial de acción-reacción entre el dicho-hecho, no es creíble, políticamente, su afirmación cuando estos mismos dirigentes cuyo objetivo es desmembrar la Constitución insisten en convocar un referéndum pactado/unilateral (no es relevante). Pero sin duda, antes del referéndum obtendrán unas bagatelas económicas que conviertan la equidad territorial en una ensoñación. El Motor Supremo reafirma que no habrá referéndum, con el mismo valor que la lengua de serpiente.

Como complemento del trato diferencial recordar que varias personas fueron condenadas a años de cárcel (y no indultados) por manifestarse, rodeando el Parlament, en contra de los recortes sociales de la Generalitat; ¡toma candela!

El segundo hecho hace referencia a la malversación. Solventado el problema de los primeros espadas, quedan esos cargos medios con ínfulas, conocedores de los arcanos independentistas que aspiran, bajo amenaza de demostrar judicialmente lo intuido, a ser tratados con el mismo pseudorigor. Ellos, que son tahúres en la materia desde el famoso 3 per cent de Jordi, pasando por el España nos roba o el desafío de Laura; solo el 10% de las medidas anticorrupción aprobadas por Artur, se están aplicando. Este hoy por ti y mañana por mí sientan mal incluso a los barones socialistas; el silencio se revuelve factor unificador, excepto para quienes hacen de la dignidad ideológica un valor supremo.

No hablo de ideología, de la deshumanización de algunos usos políticos (silencio institucional frente a “minorías sobrantes” castellanoparlantes), del ultraderechista asesino asesor de Laura (presidenta del Parlament), del enjuiciamiento por blanqueo de dinero del abogado de Carles, de Quim como representante estomagante del Ku klux Klan en el Gobern, del integrismo de Carles, hermanado con la extrema derecha belga o los servicios secretos rusos. No, sencillamente hablo de monseñor Romero como oposición al trumpismo integrista nacionalcatólico (perdón, nacionalindependentista).

Y todos actúan con un aura que simula estos hechos como propios de ideología de izquierdas, cuando en realidad es la antesala provocadora de los límites de la ciudadanía antes del zarpazo embrutecedor de la oligarquía política. Lo institucional y lo social está distanciado por un tema de arrogancia y egos, de violencia verbal y política. El abismo tan enorme entre las clase (élite) política y el hombre de la calle, entre quien camina con botas y quien camina descalzo, es demoledor.

Necesitamos más vulcanólogos y menos sumos sacerdotes. Por desgracia, cada vez más ciudadanos intuyen que los partidos políticos representan el problema de la democracia y no la solución, con pensamientos cainitas hacia los mismos. Manifiesto mi horror por pensar semejante salvajada, porque la alternativa es el peor de los males. A no ser que la penitencia sea dirimible por el juez Calatayud.

El autor es sociólogo