Estoy en una edad en que me empieza a rodear gente jubilada o a punto de jubilarse, la mayoría entre 35 y 40 años trabajados, toda una vida. Todas estas personas merecen un buen retiro, un descanso y un final de vida diferente. La mayoría de ellas no ha estado mal en su (sus) trabajo(s), ha sabido disfrutar de él, pero su cuerpo y su mente ya no tiene la fluidez, la fuerza y la rapidez que el trabajo exige. De hecho, se empiezan a notar en rendimientos y cansancio, con bajas por lesiones. La mayoría de la gente trabajadora, en el final de sus vidas laborales, al hacer balance te dirá que el trabajo, aparte de lo económico, le ha aportado mucho y destaca, sobre todo: el que te ordena la vida, que te da unos buenos hábitos, las relaciones sociales que se hacen, lo mucho que se aprende y lo que ayuda para desconectar de tus propios problemas. Esto último quizás, es lo que más se teme con la jubilación, el aprender a tener otros escapes para mantenerse cuerdo y ocupado.

Así mismo, toda esta gente te dirá que llegar hasta aquí, hasta su jubilación, les ha supuesto un gran esfuerzo, muchos sacrificios y constancia, todos los días. Cualquier sociedad que pretenda sobrevivir, asentarse y crecer, tiene que fomentar los valores del trabajo, no puede dejar a la gente sin un trabajo digno. Estamos viviendo cambios sociales muy importantes, nos lo cuentan, pero la mayoría no somos capaces de valorar sus consecuencias. Hay dos cambios que parecen ser los más relevantes, el cambio climático y la robotización de todos los procesos con la Inteligencia artificial (I.A.). Ello, con unas consecuencias muy graves de pérdidas de empleo y de precarización.

Del primero estamos empezando a notar las evidencias (incendios de sexta generación, sequías prolongadas, inundaciones por encima de las cotas conocidas, restricciones de consumo energético, pandemias, infecciones más virulentas, etc.) y el segundo está entrando e invadiendo nuestras casas, trabajos, ocio, nuestra vida cotidiana (cadenas de montaje robotizadas, almacenes inteligentes, videojuegos con realidad virtual, mandos con control de voz, teléfonos que lo tienen todo, teletrabajo, metaverso, etc.).

Todo trabajo repetitivo lo va a hacer una máquina, además están usando la I.A. para escribir artículos, para la defensa jurídica, el asesoramiento de viajes, la organización de eventos, la atención al cliente, hasta están creando música, libros, pintura, escultura… Esto evidentemente es una destrucción de empleo brutal, nos dicen que se generarán otros empleos que ahora desconocemos y que requerirán de otros conocimientos técnicos, otras formaciones. Puede que sí, si así lo dicen así será, pero ¿qué pasa mientras tanto?

Va a haber miles y miles de despidos por la robotización y esa gente, la mayoría, no va a tener la capacidad de reciclarse en estas nuevas tecnologías, serán trabajos para jóvenes que incorporarán desde el inicio en su formación las nuevas necesidades. Entonces, ¿qué se hace con toda la gente que se va a quedar sin trabajo? ¿qué se puede hacer con las personas que ya no lo tienen y el mercado laboral actual no los acoge? De entrada, a toda persona que no puede trabajar, por las circunstancias que sean (incapacidad física y/o mental, enfermedades, lesiones, edad avanzada cercana a la jubilación, etc.) hay que ayudarle y facilitarle la vida que bastante tiene ya. Las ayudas económicas aparte de para estas situaciones, deben servir para afrontar estados de desempleo transitorios, de tal manera que no se caiga en la pobreza. Las ayudas públicas deben conllevar un seguimiento, un control y una intervención en todo el ámbito familiar y social (vivienda, educación, alimentación…). Deben ser para quienes de verdad lo necesiten y evitando en la medida de lo posible, la cronificación de la pobreza, en vidas organizadas mediante ayudas para siempre.

Así mismo, toda persona válida para trabajar debería poder hacerlo y hay que crear y facilitar opciones en función de su preparación, valía y capacidades. Ahora bien, hay que dignificar los trabajos y que estos nos proporcionen la suficiente autonomía económica para salir de la pobreza, porque como dice Edurne Redín, Directora de la Red Navarra de Lucha contra la Pobreza y Exclusión Social: “el empleo ni siquiera es garantía de inclusión social. El perfil de gente que trabaja y es pobre debe preocupar a todos los grupos políticos”.

Esto está bien, me diréis, pero ¿dónde está el trabajo para toda esta gente? Hay que indagar donde la máquina no llega ni va a llegar (rehabilitación de viviendas, mantenimiento y reparación, cuidados de la gente, salud, etc), y a su vez, el cambio climático nos está diciendo hacia dónde deberíamos poner el esfuerzo, por lo que por aquí podría haber trabajos a realizar. Cada ayuntamiento, cada mancomunidad, cada gobierno autonómico, podría organizar tajos de empleo social para la limpieza de montes, realización de cortafuegos, habilitación de caminos, señalización, plantación de arbolado autóctono, limpieza de orillas de ríos, de playas, reciclaje, reutilización, etc.., de tal manera que además de dignificar a través del trabajo a la gente que lo ha perdido, se haría una gran labor de prevención y conservación de la naturaleza. Si además, toda esta acción se coordina con las empresas del sector, podemos estar fortaleciéndolas y revirtiendo a la sociedad, además del beneficio ecológico, el económico y el social.

Y esto ¿cómo se paga? Como señala Edurne Redín, mediante la fiscalidad para garantizar un mejor reparto de la riqueza.