Más allá del sentido tradicional de la expresión, que quiere referirse a gente que no hace mal a nadie, yo me dirijo a esa gente que se preocupa de otras personas, en general desfavorecidas, para que tengan una vida digna. Se trata de personas que defienden los derechos humanos básicos. Son esas mujeres y hombres de todas las edades que no se muestran indiferentes ante noticias que llegan por todos los medios para dar a conocer los males del mundo. Seres humanos, jóvenes, adultos e, incluso ancianos, que se solidarizan con los desheredados de la tierra. Simbolizan la generosidad que brilla entre tanto despropósito como estamos acostumbrándonos a contemplar. Afortunada luz que ilumina la esperanza en un mundo diferente, a pesar de que es difícil mantener la esperanza cuando la guerra, el odio, la destrucción del otro se asoma por las pantallas de nuestros televisores todos los días.

Quiero dedicar estas líneas a todas esas personas que día a día, reunidos en asociaciones de diferente nombre, mantienen proyectos de ámbito internacional, estatal o local y nos convocan por diferentes medios a reclamar justicia social. Se juegan la vida ellas y ellos por causas sentenciadas al olvido; convocan a otros seres humanos para unirse a diferentes proyectos que intentan visibilizar necesidades de acogida, refugio, hambre, miseria, enfermedades diferentes que han crecido merced a la sociedad del negocio. En grupo o de manera individual acompañan soledades, consuelan pérdidas, escuchan lamentos y procuran paliar necesidades de alimentos y de asilo.

Y toda esta buena gente vive entre nosotros y apenas los conocemos, no se publicitan en redes sociales, no forman parte de las conversaciones cotidianas, no son noticia esencial porque las grandes noticias nada tienen que ver con la bondad, comprensión, solidaridad humana. Lo que escuchamos machaconamente es la destrucción de unos a manos de otros y, ante tanta insistencia, miramos para otro lado porque cunde la desilusión y con ella la apatía o la indiferencia. ¿Qué se puede hacer?, nos preguntamos y, sin respuestas, dejamos el cuestionamiento en busca de una paz interior que ya está tocada por los propios problemas.

Teniendo en cuenta que una parte importante del aprendizaje humano se basa en la imitación de diferentes modelos, ¿a qué modelos imitamos? Estoy convencida de que, si tuviéramos la oportunidad de conocer la entrega generosa de una parte de la sociedad, que escucháramos cómo generan y desarrollan proyectos solidarios, quizás ese ejemplo fuera un modelo a imitar. Y si, además, fueran noticia con la misma frecuencia que lo son los grandes errores humanos de nuestro tiempo y que conocemos con detalle, probablemente nos sentiríamos capaces de focalizar resultados esperanzadores de acciones conjuntas. Frente al “nada se puede hacer”, slogan que tranquiliza conciencias, quizás tendríamos que alentar “algo se podrá hacer”.

Individualmente, pero mejor unidos, seguro que algo podemos cambiar.