Por más vueltas que le doy se me resiste la definición, el diagnóstico, de persona vulnerable. Y sin embargo en el Departamento de Educación parecen tenerlo muy claro, porque llevan al menos un par de años intentando evitar la concentración de niños y niñas vulnerables en un mismo colegio. El consejero Carlos Gimeno defiende que deben estar equilibradamente repartidos entre todos los colegios que se financian con dinero público. Supongo que esto lo ha consensuado con sus socios de Gobierno de coalición. En mi vida profesional nunca di por buena esta estrategia. Desconfío de los diagnósticos prematuros, de las etiquetas y, sobre todo, de la valoración que puedan hacer los expertos que no pisan las aulas. Esto no me generó amistades ni simpatías, pero me permitió sobrevivir durante los años que dediqué a alumnado vulnerable de entre 14 y 18 años entre 1997 y 2012. La Dirección me los encomendaba cada 1 de septiembre. Mi labor era, trabajando el ámbito científico-técnico, ayudarles a quitarse la etiqueta de fracaso con la que entraron al aula de Diversificación curricular. Nuestra aula era invulnerable.

Así que ahora, cuando alguien me pregunta por el mejor colegio para llevar a su hijo o hija de tres años, les animo a que busquen una comunidad escolar que demuestre ser invulnerable. La encontrarán y será un gran descubrimiento que no olvidarán nunca. Claro que tal cualidad parece obvia, pero no lo es. Será sin mala intención, pero los colegios padecen una serie de interferencias, de intrusismos, que generan alta tensión y que vulneran en ocasiones la autonomía organizativa y pedagógica de sus claustros. Se pone así en alto riesgo su función social.

Convendrán conmigo en que la mayoría de los miembros de una comunidad escolar, por no decir todos, son vulnerables. Y durante su permanencia en ese entorno se deben fortalecer. En la buena praxis de todos radica lo que hará invulnerable a la institución. Intentarlo merece la pena.

He tenido que admitir, no sin resistencia, que los términos escuela y colegio caen en desuso a medida que crece la participación, en su adecuado papel, de todos los miembros de la comunidad escolar. No crean que hago juegos de palabras, no. Intento profundizar en el actual concepto de centro escolar educativo.

Hurgando en las raíces del árbol del conocimiento y de la sabiduría insisto en que son los poderes públicos los que tienen la libertad y por tanto la responsabilidad de crear esos lugares que han de cumplir el artículo 27 de la CE de 1978. Así debe ser si de verdad existe el Estado. Los poderes legislativo, ejecutivo y judicial deberán realizar su correspondiente trabajo. Las familias optarán después libremente incorporando a sus hijos e hijas a las comunidades escolares, y no sólo deberían mirar por la que convenga más a sus intereses y a los de sus hijos, sino que deberán cumplir también con su papel involucrándose en sus actividades para el mejor logro del cumplimiento de sus funciones.

Parece que estuviera describiendo algo idílico, paradisíaco, pero alejado de la realidad. Pero esto es lo que una sociedad humana con aspiraciones de mejora y perfeccionamiento necesita. Así deberían entenderse las cualidades del ideario de un centro escolar público. Que no esté alejado más allá de un kilómetro del domicilio familiar. Que admita a todos de manera inclusiva, que es más que integradora. Que respete las ideas diversas cuando afloran y se confrontan. Que respete la libertad religiosa. Que procure el éxito como mejora de la competencia personal, tanto en lo emocional como en lo académico. Ha de ser gratuito en las etapas obligatorias, y asequible económicamente, con una adecuada política de becas o ayudas al estudio, en las no obligatorias. Ha de tener como objetivo la obtención del grado de Secundaria para el 100% del alumnado. Ha de facilitar las titulaciones que permitan después una inserción laboral y una formación profesional continua a lo largo de toda la vida de las personas.

Todo esto sólo se puede hacer con una gestión económica clara y sostenible y bajo una organización política que rinda cuentas a la sociedad de la que obtiene los fondos y a la que debe su servicio. Porque el servicio educativo es intergeneracional y transversal. Nos atraviesa a lo largo y ancho de la vida de cada uno de nosotros.

¿Se dan cuenta de cómo resulta imprescindible la invulnerabilidad de la institución escolar?. ¿Comprenden ahora por qué el horario escolar, las plantillas de profesorado, el mapa escolar, los comedores y el transporte, tienen que ser regulados por la Administración pública?. ¿Les queda claro que no basta con votar cada cuatro años a nuestros representantes políticos?. ¿No creen que introducir el voto desde los 16 años ayudaría a la implicación de nuestros jóvenes en el devenir de la sociedad?. ¿No es apasionante la educación?

El autor es profesor jubilado