Hay que ser un héroe para enfrentarse con la moralidad de la época. (Michel Foucault)

El filósofo y escritor Nicolás Gómez Dávila decía que “el hombre no se comunica con otro hombre sino cuando el uno escribe en su soledad y el otro lee en la suya. Las conversaciones son o diversión, o estafa, o esgrima”. Esto, escrito tiempo atrás, es hoy aplicable con más fuerza, dado el deterioro que se observa en una sociedad cuyas inquietudes se alejan de la delicadeza humana; deterioro al que, entre otros muchos factores, está contribuyendo con enorme pujanza una política que emana un odio asfixiante y que se entrega a sus cacerías justiciero-políticas, chocando de frente con la pulida y estoica psicología del pueblo. La corrupción sigue siendo una clave negra que se arrojan unos a otros como piedras del sendero. Mientras en el mundo siguen lloviendo cementerios anticipados al orden natural de la vida, los banqueros se han hecho cargo de la política real, y los partidos se muestran descendiendo de los cielos de las clases más necesitadas ante el escepticismos popular que, hace ya tiempo, mira para otro lado. En esta España taurina también se emplea el verbo torear para mantener desde el Gobierno, mediante todo tipo de pases de muleta, mareado al personal. El ciudadano, que cada día salta de la cama para acudir a sus obligaciones apostando por la vida y por una plena libertad, espera en la arena su destino, sorteando puntilleros y viendo cómo desde el burladero de la política se deciden los muletazos convenientes para aplacar las inquietudes de la sociedad. Vivimos una vida abstracta en un tiempo de ideologías totalitarias que ofertan la salvación del mundo mediante la intimidación, traducida al dominio de los individuos en una sociedad descarnada. Ante el sí del poder no hay cabida para un no o un depende en el clausurado laberinto del pensamiento libre. El avasallamiento está en nuestra naturaleza política, que con frecuencia hace tragar saliva a indefensos ciudadanos esforzados en convertir lo más duro, pese a los guijarros que llueven, en algo bienhumorado y amablemente llevadero en el runrún de los días, haciendo de ello un asidero del mundo. Los meandros mentales y las tonalidades becquerianas de nuestro presidente le llevaron recientemente a retirarse unos días, del salón en el ángulo oscuro, con el propósito de encontrar el equilibrio espiritual entre el yin y el yang, y, al igual que Lázaro, creyó oír “levántate y anda”, aplaudido por los desazonados barones socialistas, como colofón de un triunfo soso, palmario y previo. Al parecer, los fontaneros de la Moncloa quieren sellar el goteo de mentiras que, supuestamente, se divulgan en los medios de comunicación, no sin riesgo de retomar el viejo caciquismo arnichesco que siempre pone tintas planas a la libertad de pensamiento y llama calumnias a las verdades incómodas. El infantilismo y el postureo se mezclan en el cóctel de la política sin que aún podamos prever sus inevitables efectos secundarios, entre los cuales ya comenzamos a ver el deterioro de la dignidad institucional. El tiempo del esperpento se renueva con fuerza hasta rozar los límites de una preocupante comicidad, con un solecismo parlamentario que da cierta vergüenza glosarlo y que reduce el país a Madrid y Cataluña. Los partidos están en una encrucijada tramposa que no aporta energía renovadora. Hoy, en España, se hace una sola política en sus altares sacrificiales, que es la del desconcierto. Se está olvidando que en todo hombre hay una metáfora y un alma perdida buscando coherencias. Estamos carentes de poetas que, como lo hizo Machado, nos despierten “golpe a golpe, verso a verso” una conciencia generacional; los barroquismos gongorinos ya no purifican el viciado aire de la decadencia democrática que nos rodea y que va estrechando el círculo de la distopía. El socialismo actual, transicionado en un partido liberal-monetarista, nos está vendiendo algo que ya no tiene; se va apagando la antorcha de luz que iluminaba al pueblo, en el que ahora solo queda la nostalgia de aquellos idealistas que aún no habían desarrollado un sistema de gobierno de permuta y cambalache, con una ristra de obsequiosas promesas, para lograr mantener las patas del escaño presidencial y la gobernabilidad del país. Hoy, la duda, en política, es retórica deliberada y de carácter efectista. El tiempo nos mostrará si la habilidad y resistencia de Sánchez se plasman en un devenir político más despejado. Dentro del contexto histórico que vivimos sabemos que lo que mantiene al socialismo es el hecho de conocer que los populares no logran desprenderse de una extrema derecha que arrastra las rémoras y las sombras de los Reyes Católicos, con toda su parafernalia involucionista. Gobierno y oposición han caído en la negación de la dialéctica, con un compulsivo afán de imponerse a los demás, mostrándonos el discurso de la locura que supone el monólogo excluyente. A falta de líderes, nos rodean administradores que manejan la compraventa del tiempo para durar en el poder en esta girándula de pueblos que es España. La corta visión del español tiene sus límites en las lindes de su pueblo, lo que nos permite seguir durmiendo mientras nos manipula el poder.

Tenemos en nuestra sociedad una condena tan alienante como indiscutible: si no puedes comprar, no existes. En nefastos y deplorables tiempos pasados, en los sótanos de las brigadas políticas se practicó un tipo de tortura, sin necesidad de violencia física, que consistía en mantener desnudo al interrogado bajo la luz de potentes focos hasta destruirle la autoestima. Esta profunda crisis de la economía y los valores morales está actuando de modo similar, como sistema depresor, en todo el planeta. Hay un clima de tristeza destructiva sobre la conciencia de los ciudadanos, que encuentran debilitadas sus defensas ante la impotencia de no poder mirar el futuro de un modo sereno y esperanzado. El ser humano, capturado en una sociedad nihilista y decadente, lo da todo por válido mientras se le permita llegar a fin de mes, y es aquí donde resurgen los viejos peligros de las políticas dictatoriales travestidas de libertad. Los enigmas de la Historia siempre han sido difíciles de interpretar; hay una sabiduría popular que cree poder descifrar lo sencillo, pero lo elemental tiene las connotaciones propias de la humilde, compleja y polisémica flor que encontramos en el camino; la vida es elemental, pero nunca simple. Las causas solidarias que nos congregan ejercen una función espiritual en la sociedad, impidiendo que ésta se ahogue en su propia vastedad y permitiendo que seamos un pueblo diferenciado e inquieto; un humano y sustantivo pueblo.