Voy al bar y en cuanto salen a la luz nuestros políticos, todos, de un color u otro, clamor universal se alza contra ellos, identificándoles con cretinos, infames, estafadores o ladrones. Los últimos años han producido un deterioro monstruoso de la clase o casta política, no solo en España, sino en buena parte de Occidente, de ahí la tendencia actual de muchos para buscar soluciones radicales. Basta mirar a Estados Unidos y darse cuenta del bajo nivel de sus candidatos a la presidencia, pero todavía es peor lo que sufrimos en España, donde este sistema más partitocrático que democrático, para mantenerse en el poder, como también en no pocos gobiernos regionales, colocan a sus gentes, a su tribu en unos puestos u otros, tengan valía o no. Se exige fidelidad al jefe, más que capacidad para desempeñar sus funciones. El nivel de nuestra chusma política es execrable: mayormente producen asco. Y lo curioso es que esto que escribo, que parece radical, en realidad es aceptado por casi toda la población, aquí o en Italia. No nos representan. Trabajan para sí mismos, de modo muy evidente, y poco para el pueblo al que han de servir, aunque les hemos “contratado”. Pero son nuestros malditos amos, pues les maldecimos, y con razón, ya que son traidores, porque debieran servir al pueblo y no a intereses de grupitos, económicos o de partido.
Muchas leyes que llueven como granizo sobre una hermosa cosecha, todavía sin recoger, son torpes, mal concebidas o estúpidas, porque las han diseñado ineptos, gente que no estudia bien los asuntos o no se asesora adecuadamente con expertos. Así estamos ahora con la cruzada contra el tabaco que llega incluso a los cigarrillos electrónicos, restringiendo una vez más nuestras libertades en nombre de la diosa Salud, mientras la fea madrasta estatal nos azota en el trasero. Asimismo, sucede con hermosas ideas como la de que se reduzca el horario laboral. Ojalá con el tiempo podamos trabajar menos días, sí, pero ¿quién paga eso? Si se mantienen los sueldos, equivale a una subida del precio que se paga por hora. Por eso se oponen los empresarios. ¿Seremos competitivos frente a otros países? O se ponen aranceles o nos tragarán las naciones que más y mejor trabajan, como está sucediendo desde hace décadas. Se carga sobre las empresas, sobre todo medianas y pequeñas, ya abrumadas por una burro-cracia insufrible e innecesaria (ahí sí que tendrían que eliminar horas de empeño y pérdida de tiempo). Si no se diseñan bien es difícil sacar adelante ciertos empeños.
Mientras gobiernan los peores (en vez de los mejores y más sabios, como desde Platón reclaman casi todos), el país se deteriora inexorablemente. El infierno está empedrado con buenas intenciones, pues si no se saben poner a cabo, la corrupción de lo bueno es lo peor.