Entre las muchas opiniones sobre los presuntos actos cometidos por el Sr. Iñigo Errejón Galván, hay un tema al que, yo creo, hasta ahora no se ha prestado la atención que me parece merecer. Es la del modelo masculino encarnado por este político y politólogo, doctor en Ciencias Políticas. El hombre brillante, inteligente, prestigioso,…, más allá de toda sospecha, adalid del progresismo y un ejemplo más de la doble vida, el tipo fuerte, el tipo duro, el seductor en serie, el conquistador que nunca tiene que pedir, para quien incluso el sexo es poder. Un modelo antiguo, que tiene raíces muy lejanas en la historia e incluso encuentra precedentes en el mito. Como es bien sabido, los dioses griegos no eran diferentes de los seres humanos, tenían las virtudes y los defectos de los humanos, sus envidias, debilidades y celos. Eran inmortales, pero su comportamiento era humano.
Pues bien, ¿cómo se comportaba Zeus, su rey y líder de poder indiscutible, con las mujeres? Cuando le invadía el deseo de poseer a un ser femenino (divino, humano o semihumano), como le ocurría a menudo, Zeus no atendía a razones, no conocía obstáculos, satisfacía su deseo sin pensarlo un instante, sin reflexionar sobre las consecuencias y los riesgos (en su caso, una esposa muy celosa y vengativa). Para poder hacerlo no le importaban los medios. Poco le importaba que el objeto de su deseo consintiera o no. Así lo demuestran sus interminables aventuras amorosas. Entre ellas, la que más se parece a un noviazgo (aunque muy peculiar, pero estamos en el mito) y menos a una violación real es su aventura con Europa, la chica que dio nombre a nuestro continente.
Un día, mientras jugaba con sus amigos en la playa de Sidón (en Asia Menor, donde vivía), Zeus vio a Europa y, para seducirla, se transformó en toro. Fascinada por la belleza del animal, Europa acarició su pelaje, lo abrazó y finalmente se subió a su lomo. La trampa había estallado: el toro Zeus se alzó sobre sus patas y se zambulló en el mar, llevando a la muchacha a una playa de Creta, donde, por supuesto, la hizo suya. Una historia casi romántica, comparada con otras, como, por ejemplo, la de la ninfa Calisto (la Bella), seguidora de Artemisa, que al igual que la diosa había hecho voto de castidad. Al verla descansando en el bosque, Zeus, presa de su habitual deseo irrefrenable, tomó la forma de Apolo, hermano de Artemisa, y la poseyó, fecundándola y provocando su expulsión del grupo de seguidores de la diosa. Los límites entre tal aventura y una violación son muy difíciles de marcar, al igual que los de su aventura con Leda, la leal esposa de Tyndaros, rey de Esparta, para unirse a la cual, de nuevo sin tener en cuenta los deseos de ella, Zeus se transformó en cisne.
Este era el modelo masculino del seductor previsto por el mito. Si lo miramos bien –pasando del mito a la historia–, no difiere mucho del que abrazaron y practicaron con entusiasmo nuestros antepasados romanos. Educados desde una edad temprana para ser gobernantes del mundo (tu regere imperio populos Romane memento: “Romano, recuerda que debes gobernar a otros pueblos con tu imperium”, les recordaba Virgilio), los romanos, en toda ocasión, pública o privada, tenían que imponerse: sobre sus enemigos por la fuerza de las armas y la superioridad de las leyes, sobre sus conciudadanos mediante el uso político de las palabras, sobre las mujeres poseyéndolas. La virilidad, así entendida, era una manifestación de la romanidad.
Es aquí, en este tipo de ética política, donde hunde sus raíces una sexualidad de la que un gran historiador de Roma, Paul Veyne, hablaba con razón de “virilidad de violación”, entendiendo por violación no sólo la violencia sexual real, sino más en general una concepción depredadora del uso del órgano viril. Hay llamativos hilos de continuidad entre el caso Errejón y esta concepción multimilenaria del hombre, macho y varón real. Pues bien, si pensábamos que los especímenes que la encarnaban habían desaparecido, tenemos que recapacitar, y no sólo constatar que sigue presente, sino también reflexionar ahora que ha estado ese caso. No está tampoco el PP para echar cohetes ni hacer alardes, tampoco en este sentido, cuando, al parecer y mientras escribo estas líneas, hay también varias acusaciones de presuntos casos de abuso sexual que salpican al PP de Algeciras y Estepona.
Habrá, alguien habrá, que incluso crea firmemente en la tesis parcialmente exculpatoria de la conspiración: “Incluso si hubo una denuncia, fue ella quien la provocó”. Si así fuera, sería una muestra más de un guion inaceptable, tan viejo y manido que deja perplejo, que indigna a las mujeres que recuerdan bien los numerosos sucesos de abuso, de la intensidad que sea, pero a-b-u-s-o al fin y al cabo, y con todas las letras, en los que se ve repetirse el mismo esquema del narcisista predador serial… aunque la víctima tenga que cargar, encima, con la cruz de ser objeto de todas las sospechas. l