Muchos de los mensajes que enviamos o de las decisiones que tomamos dependen de la distancia existente con los afectados. Para analizarlo, veremos diversos ejemplos. Después buscaremos algún patrón común en todos esos comportamientos. Por último veremos cómo ajustar nuestros actos (y los de los demás) para mejorar nuestras vidas o ser más eficientes en la economía real.
Las discusiones en los foros de la red son, demasiadas veces, extenuantes. En casos extremos llegan a terminar con malas palabras o incluso con relaciones personales rotas. Una reflexión muy útil para estos casos: “no tomes decisiones permanentes basadas en emociones temporales”. Para empezar, si insultamos gravemente a alguien en un chat ya estamos dejando pruebas. Si el chat es un grupo amplio, peor: una reputación individual puede quedar manchada durante mucho tiempo. Y es que ser un “descontrolado emocional” no es precisamente una virtud. En todo caso, es una cuestión de distancia: muchos de los insultos que se realizan en la red no se harían, ni de lejos, cara a cara. Ahora bien; cuidado. La tecnología acostumbra a ir con más rapidez que los seres humanos. Existe la posibilidad de mandar un mensaje a alguien de manera que sólo puede leerse una vez; después, desaparece. Por ejemplo, podemos escribir “si ponemos tu cerebro en la cabeza de un pájaro volaría al revés”. Nuestro receptor lee el mensaje y se terminó la historia. No existen pruebas. Así es como se generan círculos viciosos en los que predomina el “y tú más”.
No es lo mismo ser alcalde de Madrid que alcalde de un pueblo pequeño. En el primer caso, la distancia respecto de los afectados con las políticas municipales es mucho mayor que en el segundo. No es lo mismo ir paseando por la calle y que te afeen alguna medida de las que no gusta que estar rodeado de asesores, compañeros de partido, amigos y algoritmos que te repiten una y otra vez lo grande que eres. Son las cosas del doble lenguaje; queda muy feo decir “acuérdate de mí si te queda algún puesto público libre”. El peloteo, que ha demostrado una y otra vez su efectividad, es rentable. Nadie admite que le influyen los halagos. Es una forma de admitir que te influyen mucho. Es como la honestidad. Lo decía Groucho Marx: “si alguien te dice que nunca en su vida ha sido deshonesto, es que es deshonesto”.
La influencia de la distancia tiene más aristas. Nos vamos al dinero y a los casinos. Todos los detalles están pensados. Por ejemplo, no hay ventanas y la iluminación es tenue. Así no percibimos el paso del día mientras nos quedamos obnubilados en un mundo lleno de luz y colores. En todo caso, no es lo mismo jugar a una tragaperras o probar suerte en una máquina de apuestas que ir a la ruleta o jugar al póker. En los dos primeros casos el dinero en efectivo es más habitual; en el casino puro, no. Como curiosidad, la tragaperras permite perder mucho dinero en poco tiempo. Las apuestas, depende. Se pueden echar pequeñas cantidades y ver competiciones deportivas con algo de aliciente económico.
Muchos juegos permiten cambiar monedas y billetes por fichas. Al alejarnos del dinero nos cuesta menos gastar. Por eso los desembolsos con tarjeta de crédito o teléfono móvil son mayores: además de la comodidad cuenta el dolor de pagar.
Los ejemplos abundan: es más fácil despedir a alguien si encomendamos a otro empleado esa actividad. No es tan difícil pasar, en términos mentales, de personas a número. En un caso valoramos su vida, perspectivas o esperanzas. En el otro caso nos quedamos en una simple relación de ingresos y costes.
Si un asunto está de moda es el tema de la guerra comercial vía aranceles. Puede ser una estrategia para negociar. Puede ser una ideología. Puede ser una manera de ayudar a empresarios “amigos” poco competitivos. Lo que está claro es que, una vez más, la distancia es decisiva. El efecto para el conjunto de la sociedad es negativo. De hecho, es uno de los pocos temas en los que los economistas están de acuerdo. Sin embargo, Trump está más cerca de los ganadores (trabajadores y empresas del sector industrial en situación precaria) que de los perdedores (es algo etéreo, ya que en este apartado se encuentra “el consumidor” o “el conjunto de la sociedad”).
Entonces, ¿cómo aprovechar la teoría de la distancia para tomar mejores decisiones? Las posibilidades son inmensas. Gastar siempre que se pueda en monedas y billetes. No calentarse nunca en las redes sociales: las pérdidas en términos de reputación son monstruosas. Tener unos valores vitales sólidos y fiables. Trabajar la empatía con personas de jerarquía superior. Comprender y divulgar otras visiones.
Así es el aprendizaje: la pregunta es más importante que la respuesta. Una respuesta, en este caso, a mucha distancia de la pregunta.
*Economía de la Conducta. UNED de Tudela