No parece discutible manifestar que el fascismo ha desarrollado aquí y en otros países sus formas de imponer a toda la sociedad principios, normativas, tradiciones, símbolos, presencias totalitarias que impregnen el paisaje y el espacio público y privado, urbano y rural de sus ciudades y países.

Hoy mismo es totalmente perceptible en nuestra comunidad: sagrados corazones que el nacionalcatolicismo sembró en las casas, las familias, los portales y que siguen presentes colonizando cimas montañeras, laderas, espacios de recreo, atalayas... que siguen dominando tierra y aire que respiramos. Nos tropezamos con ellos, rastreamos vía crucis en pueblos, valles, lugares tan cercanos como Artica o Mendioroz. Innumerables inoculaciones del fascismo religioso continúan asaltándonos en muchas localidades de Navarra, procesiones, romerías (no solo la de Javier) con ese mismo origen. Es evidente que el fascismo tiene fácil encaje en democracia cuando esta cierra los ojos.

Y si algo han tenido claro los fascistas es la creación de símbolos arquitectónicos que mantengan su presencia aleccionando a toda la población, humillando, obligando a recordar, más allá de sus propios espacios políticos, culturales, tribales, perpetuando su imposición y su permanencia, trascendiendo sus propias biografías.

Un símbolo que unifica y personaliza esa presesencia incrustada del fascismo en la democracia es el edificio fascista de Los Caídos que algunos grupos quieren camuflar, disimular, travestir para asegurar su mantenimiento. Creo que Fernando Mikelarena ha expuesto más de una vez sus tripas, su significado, sus objetivos y su vocación de perdurabilidad. Ese es su gran objetivo: lograr mantener su presencia en situaciones de cambio a la democracia. Y ese es el gran reto que la democracia no se atreve a afrontar ni en Iruña ni en Madrid. Ese es el gran engaño que los grupos firmantes del famoso acuerdo de mantenimiento del símbolo fascista por excelencia están tratando de perpetrar. ¿A costa de quién? De los mismos de siempre. De las víctimas desaparecidas en la represión del 36. De las víctimas desaparecidas y ocultadas en toda la dictadura. De las víctimas desaparecidas y silenciadas para que el paso de los fascistas a la democracia no tuviera la incómoda presencia de la muerte. De las víctimas permanentemente humilladas por la permanencia de la simbología franquista en democracia. Que esto siga siendo así es un mal síntoma democrático. Pero hablemos claro. Hay personas concretas, con nombre y apellidos (Alzórriz, Asirón, Ollo, Zabalza...) que han asumido ser cabezas visibles de este teatro de títeres donde los mamporros son siempre para las víctimas. Y a su alrededor se va desplegando todo un ejército de nuevo frente de juventudes, arquitectos, historiadores, incluso algunas representantes de las víctimas humilladas, intentando formar parte de este teatro de la confusión. Y en este panorama es, cuando menos curioso, que el Instituto de la Memoria de Navarra no haya tenido ocasión de hacer pública ninguna reflexión sobre este monumento. ¿No tendrían las escuelas con memoria un buen espacio de reflexión sobre el fascismo mientras el alumnado va recorriendo las estaciones de los vía crucis? ¿O la contemplación de Los Caídos ya es suficente conclusión para validar nuestra apuesta democrática frente al fascismo? Es evidente el incumplimiento de su obligación democrática por parte de estos grupos políticos y las instituciones que gobiernan confrontando al fascismo y su incompatible presencia y simbología en el espacio público. ¿Son quizás los únicos colectivos que no lo entienden? ¿O hay un conglomerado de intereses variados que les hace confluir en esa dejación de su deber democrático?

Yo quiero afirmar el sí al derecho a la memoria de las víctimas. Pero también el derecho al olvido y eliminación de lo que no queremos transmitir a las siguientes generaciones.

Y una última reflexión. Si en este espacio que grupos democráticos nos imponen no tienen cabida las recusaciones, personas que ya se han manifestado públicamente contra el derribo del edificio fascista tendrán la posibilidad de ocupar la primera bancada de ese entramado ideológico-técnico que decidirá el vestuario fascista-democrático del edificio. Incluso esa silla vacía que han ofrecido para ver si alguna asociación pro derribo se anima a traicionar al resto.

O quizás en el camino a alguna de las personas ¿expertas? se le caiga la cara de vergüenza.

Si es así, las asociaciones de memoria les ofreceremos también una silla para contemplar el derribo.

De Txinparta Red de Memoria Colectiva