Al estadio se le congeló el aliento. Cuando Chimy puso sus manos sobre la rodilla, retorcido en el suelo y levantando el brazo reclamando la asistencia médica, el pánico corrió por la grada y provocó un colapso en el palco. ¿Se levanta?, ¿puede pisar?, ¿qué cara tiene? Las más de catorce mil almas que estaban en el recinto querían sostener al argentino, mantenerlo en pie, rociarle con el agua milagrosa y, hala, ponerlo a correr de nuevo, a presionar hasta más allá del banderín de córner. La caída del guerrero era como el derrumbe anticipado del equipo: no solo del partido en liza, de los puntos que darían oxígeno, sino de sus aspiraciones futuras. Chimy dio dos pasos y volvió a tumbarse en el césped. Depositado en la camilla, cubierto por una manta, cuando todo el grupo de primeros auxilios se perdía por el túnel de vestuarios, el osasunismo, acostumbrado a la fatalidad, comenzó a echar cuentas y a sentir una profunda orfandad. Nos perdemos sus goles y los puntos que podía aportar, el contagio combativo que traslada a sus compañeros y a la afición, el respeto que impone en los rivales y, también suma, esos 25 millones de euros que el club podía haber ingresado y que, se marchara o no en enero, era un capital que estaba en la contabilidad de ahora o en la de más adelante. La vida sin Chimy puede ser muy jodida. Aunque ayer, hasta el momento del accidente, anduviera haciendo la guerra por su cuenta, enredado en faltas, egoísta cuando intuía que tenía cerca la portería, jugando más para sí mismo que para el equipo? Pero, aún así, el factor diferencial que aporta tiene siempre abiertas todas las expectativas. Ya no, al menos por un tiempo que parece largo.

Creo que al equipo le costó reponerse del susto. Me imagino que en el campo también analizan la situación en la que quedan y hay momentos de duda. Entonces fue cuando el apoyo de la grada se hizo más ruidoso y constante: no está Chimy pero estamos todos nosotros. Osasuna se recompuso y su entrenador le rearmó con los cambios. E hizo lo que sabe: empujar, empujar y volver a empujar. Hasta que el Levante empujó de forma desmedida y el VAR vio el penalti. Y Rubén García el hueco entre el marco y Aitor Fernández. Tumbado en la camilla del vestuario, Chimy tuvo que oír el clamor del estadio, que por unos segundos habría calmado el dolor de su rodilla.

Mientras Chimy esté fuera, es tiempo para que Cardona, además de asistir, demuestre que tiene recursos y ganas para jugar en Primera. Y los de segunda línea (Adrián, Rubén, Íñigo y Torres) deben aportar fútbol y goles. Y David y Aridane mandar en su zona con la misma autoridad y eficacia que lo hicieron ayer. Porque también cuando el canario parecía lesionado al estadio le entró congoja porque su rendimiento (cómo roba balones lanzándose al suelo, cómo domina el espacio aéreo, como gana en las disputas...) parece ya cosa extraordinaria. Osasuna intentará soportar la ausencia de Chimy, pero la vida sin Aridane se antoja también complicada. Y sin Sergio, y sin Nacho, y sin Moncayola. Porque aquí, como quedó demostrado ayer una vez más, todos son importantes.