ompareció Braulio Vázquez en rueda de prensa para dar carácter oficial a lo que hasta el jueves pudiera ser interpretado como una escena clásica del fútbol, esa en la que el presidente de un equipo en aprietos ratifica su confianza en el entrenador con dos frases hechas. El aficionado, por lo general, traduce el mensaje en sentido inverso: al responsable de la plantilla le quedan dos partidos. No es el caso de Osasuna. El director deportivo asumió el rol de portavoz del club para ratificar sin el menor atisbo de duda que Jagoba Arrasate seguirá en el banquillo hasta final de temporada. Pase lo que pase. Y no hay más. Bueno sí, a Braulio le faltó añadir que si la junta decidiera dar un giro a los acontecimientos y prescindir del técnico, él se iría detrás por pura coherencia. Braulio lo fichó y él le ha confeccionado esta plantilla (con peticiones expresas de Arrasate en algún puesto) en la que, sin embargo, ya desde la pretemporada eran ruidosas las carencias no resueltas en ambos laterales y en la zona de creación del centro del campo. Además de no lograr compensar, pese a fichar dos delanteros de renombre, el caudal de goles de Chimy Ávila. Tampoco ninguna de las incorporaciones ha asumido hasta hoy un papel relevante, aunque esto haya que cargarlo en el debe de los futbolistas.

A la hora de sopesar esta decisión que no tiene marcha atrás, no hay que olvidarse de la larga secuencia de lesiones y de errores en el arbitraje que han perjudicado al equipo hasta empujarlo a esta situación de serio riesgo de perder la codiciada categoría que hace posible la subsistencia económica. En este compromiso tan inusual en el fútbol, se ha tenido en cuenta la sintonía entre jugadores y cuerpo técnico: no hay desavenencias ni fisuras. Ni voces críticas ni jugadores que puedan sentirse objetivamente arrinconados por no disponer de más minutos de los que merecen por la relevancia que han demostrado en los partidos. Y la afición, que no puede expresarse en ese foro público que es el estadio en un día de partido, parece respaldar al entrenador. En resumen, no hay factores internos que aconsejen el cambio ni una urgencia económica en el club -que va cumpliendo con sus obligaciones financieras- que supedite todos los planes a mantener la categoría. Solo fallan los resultados, que son consecuencia de que el equipo no ha alcanzado el nivel de juego colectivo y de eficacia de los dos años anteriores. Y Arrasate ya ha explicado en más de una oportunidad que el equipo juega a lo que le permite el perfil de los futbolistas a sus órdenes.

Osasuna renuncia al comodín del cambio de entrenador, que en las dos últimas ocasiones que lo ejecutó en Primera (Gracia por Mendilibar y Caparrós por Martín) no arregló nada o empeoró más la situación. En la temporada 2004-05, Javier Aguirre sufrió una racha de 12 partidos sin ganar y acabó llevando a Osasuna a la final de Copa y en el curso siguiente logró el cuarto puesto en Liga.

Dicho esto, no es muy frecuente que los ejecutivos de un club contemplen en público -como hizo Braulio- la opción de que sus planes deportivos más inmediatos fracasen, como sería un descenso a Segunda. De suceder, quizá haya que desdramatizar esa caída y tomarlo con cierta naturalidad, aunque para ello debe acompañar una correcta gestión de la directiva cuyas decisiones no comprometan el futuro del club a la ya aplastante dependencia de los ingresos de televisión que marcan el salto de Segunda a Primera y viceversa.