Entre la afición de El Sadar causa asombro la aparición de un futbolista como Abde. Cada vez es menos común en el fútbol el regate y con él la figura que lo interpreta como su principal habilidad para sortear empujones y patadas mientras defiende la propiedad del balón. Es lo más frecuente que hoy el jugador de banda abra el campo, se pegue a la línea de cal, aproveche las ventajas que conceden las defensa en zona, pare la pelota cuando le cae en los pies y sin más demora la envíe al área. Hay también quien trata de sacar ventaja de una pared bien trazada o reta a su marcador a una carrera en la disputa por el esférico. Unos y otros procuran arriesgar poco porque la pérdida de la pelota queda registrada en las hojas de estadística y les pueden sacar los colores. A Abde todo esto que digo le da igual.

Da la impresión de salir al campo a divertirse, como lo haría jugando con sus amigos en el patio del colegio (no nos engañemos, por muy literario que quede nadie juega ya al fútbol en las calles y en las plazas, entre otras cosas porque lo prohibe la normativa municipal). Abde destila el descaro de su edad y una falta de experiencia como profesional que le lleva a romper las normas. Eso es bueno para el espectáculo pero cuesta encontrarle encaje en equipos como Osasuna, en el que prima el juego colectivo por encima de las individualidades. Porque de regatear a chupar hay poca distancia y este chico en ocasiones peca de conducir el balón y no levanta la cabeza para analizar las opciones de pase. Pecados de la edad. Este tipo de futbolistas vive de la permanente improvisación: cuando le cae la pelota, se queda un segundo como clavado a la hierba y arranca. En ese momento puede pasar cualquier cosa.

Como cuando en el minuto 24 aceleró, sorteó a cuatro rivales y el disparo a gol hizo diana en el pecho de un defensa del Espanyol. La sombra de Maradona se hizo presente por unos instantes en El Sadar. Cosas así solo se ven por aquí de tiempo en tiempo y las firman las estrellas de los equipos rivales. Y habría que remontarse a los años de los marcajes hombre a hombre para recuperar a futbolistas con regate. Con todo ello, Abde tiene que empaparse del juego colectivo de Osasuna para crecer como futbolista: trabajar en defensa, arrinconar el egoísmo y aprender a elegir entre regatear y pasar. Ocurre que cuando estos artistas imberbes descubren las costuras de los defensas, les burlan hasta llegar al escarnio. Esto puede provocar: a) que pierda un pase de gol por llegar hasta el palo, y b) que le propinen un patadón fuera del área. Las dos opciones se dieron ayer. Por ese exceso de apego al lucimiento personal me sorprendió que en la acción del gol renunciara a jugar y eligiera el pase al espacio que ocupaba Budimir. Parte del aprendizaje.

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Con las enseñanzas y la exigencia de Arrasate, para Abde esta estancia en Osasuna le puede hacer crecer mucho como futbolista, aunque por el camino se deje jirones de inocencia en beneficio de una causa menos brillante en lo individual. Que se empape, vaya, de que, como ayer, el fútbol es a veces lo más parecido a una jornada de trabajo en la que lo importante es volver a sacar la producción. Y si te dejan un margen para el lucimiento, ya sabes Abde: encara, encara.