No ha sido fácil acercarse a la figura del mono Txarli. Aparentemente Pamplona entera lo conoció, pero todo el mundo recuerda lo mismo, su carácter travieso, su afición a robar gafas y dar tirones de pelo y su, digamos, frenética actividad onanista. Y salir de esos tres datos ha sido muy difícil. Si la mayor parte de nuestras “vidas ejemplares” las hemos podido solventar con un repaso de la prensa, algo de bibliografía y una o dos entrevistas, en el caso de Txarli la hemeroteca apenas cuenta nada y, quienes lo trataron y cuidaron, o se encuentran fallecidos, o se jubilaron hace tiempo y no recuerdan nada. En cuanto empiezas a escarbar en la vida del mono, además, te das cuenta de que detrás de ella hay una historia de maltrato que, todavía hoy, genera dolor... y algo de vergüenza. Es por ello que quiero agradecer, de forma muy especial, a quienes se han animado a contarme cosas. Mari Ganuza y Arantxa Bakaikoa, Mamito Zelaia, Miren y Arantxa Artika, Concha Lamberti, Iñaki Alforja, Patxi Irurzun... y otros que prefieren no ser mencionados. Cada uno, desde su perspectiva, ha aportado un pequeño retazo de la vida del mono, retales con los que hemos podido hilar una historia llena de interrogantes y espacios en blanco.
Interrogantes
No sabemos muy bien de dónde procedía Txarli, ni a qué raza de simio pertenecía. En razón a la proximidad geográfica pudo tratarse de un mono de Gibraltar, un pequeño simio denominado macaca sylvanus, aunque es difícil precisarlo. Lo que sí es seguro es que hacia 1980 Txarli fue puesto a la venta en una pajarería existente en la calle San Antón. Y que poco después fue entregado a Iñaki Artika en pago a una deuda. Este llevó el mono a casa de sus padres, Isidoro Artika y Concha Lamberti, y los meses que el monillo pasó en aquella casa de la calle Mercaderes fueron, sin duda alguna, los más estables y tranquilos que vivió desde que lo arrancaron de su hábitat natural.
Según comenta esta familia, el mono estaba muy nervioso al principio, y era evidente que había padecido malos tratos, pues tenía quemaduras de cigarrillos en sus manitas. Con el paso del tiempo, sin embargo, se tranquilizó bastante y aceptó el contacto humano. Mari Ganuza guardaba una serie de preciosos vídeos, en los que Concha Lamberti, ya fallecida, contaba su experiencia con Txarli. Gracias a ello sabemos que reconocía a los miembros de la familia, que saltaba y gritaba cuando los veía llegar a casa desde el balcón, y que le gustaban las frutas, especialmente los plátanos, y también las pipas, que comía exactamente igual que los humanos. Es más, cuando Concha desgranaba alubias el monico se sentaba a su lado y las desgranaba de igual modo, con la única diferencia de que él se comía los frutos que obtenía, crudos. La mujer recordaba que, en ocasiones, jugando, se hacía la dormida cuando se acercaba Txarli, y que entonces el animalillo le tocaba uno por uno sus dedos, como contándolos, y luego se miraba sus propias manos, como si estuviera comparándolas. Y un dato curioso: en los meses que estuvo en aquella casa, el mono nunca robó gafas ni ningún otro objeto. Una de las hijas, Miren, nos cuenta además que al mono le encantaba rebuscar con delicadeza entre los cabellos de los miembros de la familia, costumbre que, como se sabe, es entre los simios un hábito social que denota cercanía, familiaridad.
Pero la vida con Txarli no era fácil. Siempre estaba inquieto, y en cuanto amanecía comenzaba a chillar para que lo sacasen de la jaula. Probaron a taparlo con una sábana, como a los loritos, pero chillaba aún más, y cuando sacaban la jaula al balcón, el resultado era que escandalizaba a todo el vecindario con sus gritos, “pasábamos mucha vergüenza” recuerda Concha. Tenía ademanes bruscos, dicen, “lo destrozaba todo”, y además dejaba un olor espantoso en toda la casa, y limpiar la jaula y sus alrededores constituía todo un tormento. Tampoco facilitaba la convivencia su compulsiva fijación onanista, que ponía en práctica en cualquier momento y lugar. La situación se tornó insostenible, y la familia decidió entregarlo al Ayuntamiento.
A la Taconera
A partir de aquel momento, y tras cumplir una cuarentena en dependencias municipales, empezó “la vida pública” de Txarli, la etapa que tenemos in mente todos los pamploneses de más de 50 años. Lo colocaron dentro de una jaula de buen tamaño, donde podía al menos moverse, pero estaba siempre a merced de los gamberros, nocturnos y diurnos. La familia que había acogido a Txarli sufrió mucho al ver las nuevas condiciones de vida del mono, sin vigilancia ni protección, y vivieron aquella etapa con mucho dolor. Según recuerda alguno de sus miembros, solían ir a verlo, y el mono les reconocía, se acercaba a ellos y hasta les ponía la cabecilla entre los barrotes, para que le acariciasen. Pero ya no había marcha atrás. Las gamberradas, colillas, petardos y demás, volvieron a Txarli cada vez más impredecible y agresivo. Aprovechaba los descuidos de la gente para dar tirones de pelo o arrancar gafas, y en junio de 1982 llegó a morder el dedo a un crío. Entonces, cómo no, llegaron las quejas y las críticas, acentuadas por las costumbres “cochinas” del mono, al que la presencia de extraños no condicionaba en absoluto. El 21 de octubre de 1985 una suerte de “comando” ecologista rompió el candado de la jaula para liberarlo, pero el monico, muerto de miedo, se confinó en un rincón de la jaula, sin moverse. Consiguieron por fin que saliera al exterior, pero al poco rato Txarli volvió a entrar, asustado, y se quedó allí. Su naturaleza silvestre, “salvaje” si se prefiere, había sido totalmente anulada, hasta el punto de convertirlo en una caricatura de sí mismo.
Beatificado
Un día Txarli desapareció sin dejar rastro, y la falta de explicaciones alimentó el rumor de que había sido sacrificado. Y como esta circunstancia coincidió en el tiempo con el inicio del proceso de beatificación de José María Escrivá de Balaguer, hubo quien quiso aprovechar la circunstancia para sacar a pasear su más ácido humor. Desde sectores más o menos “alternativos” de la ciudad comenzó a pedirse irónicamente la beatificación del mono, y en un concierto realizado el 26 de junio de 1993 en la plaza de Toros, los miembros del grupo Kojon Prieto y los Huajolotes se presentaron allí cantando “sacaremos a ese mono de la jaula”, con la tonadilla de la canción “El buey de la barranca” del grupo mejicano Los Felinos. Se organizó incluso una procesión bufa para pedir su beatificación (16-5-1992), y se escenificó la dedicatoria simbólica a Txarli de la plaza baja de Navarrería. Según algunos testimonios, fue el mismo Eskroto/Gavilán quien se encaramó para colocar los rótulos señalizadores de la nueva plaza. Para completar aquel panorama surrealista, diversos “testimonios personales” comenzaron a atribuir a Txarli todo tipo de sanaciones milagrosas, y varias personas aseguraron que en ocasiones el mono se les aparecía entre las sombras de la Taconera...
Se desvela el misterio
El paso del tiempo no borró del todo la memoria del infeliz Txarli. Un autodenominado “Movimiento 15 de julio” grabó en 2007 un videoclip donde una persona aparecía haciendo todo tipo de “monerías” disfrazado de Txarli, hubo quien escribió relatos fantásticos sobre su vida y su ascenso al paraíso, y hasta se registró con el nombre “El mono Txarli” una pizzería que existió durante algún tiempo en el barrio de Iturrama. De algún modo, la misteriosa desaparición del mono hizo que su imagen creciera en la memoria colectiva de Pamplona. Hace unas pocas semanas, sin embargo, en el marco de las pesquisas realizadas para escribir este artículo, un antiguo trabajador municipal de jardines, jubilado hace años, me desveló por fin la verdad sobre la desaparición de Txarli. Y había muy poco de milagroso en ella. Según me contó, tras un cambio de ubicación de la jaula, los encargados del minizoo de la Taconera vieron la necesidad de colocar a Txarli un sistema de calefacción nocturna, consistente en unas bombillas eléctricas. Desgraciadamente, una noche de invierno el dispositivo falló, y el duro clima de Pamplona hizo el resto. A la mañana siguiente, cuando los operarios fueron a limpiar la jaula, se encontraron en el suelo el cuerpo congelado de Txarli. Un final prosaico, para una vida triste...