a carrera de estos meses ha sido la de vacunar al mayor número de personas mientas la variante delta se hacía predominante. Cuando los virus se reproducen surgen cambios en su configuración genética, fruto de la casualidad, pero que en ocasiones pueden tener una traslación hacia su perfil de peligrosidad. Es lo que ha ocurrido con delta, o variante india, que se ha mostrado mucho más contagiosa, algo más letal, e inopinadamente esquiva en mayor medida a la vacuna. La inmunización que hemos recibido ya una mayoría de la población no impide los contagios, sino que nos libra fundamentalmente de desarrollar un cuadro grave y, eventualmente, morir por Covid. En muchas familias se ha visto: cómo los padres ha pasado hace poco una versión más o menos leve de la enfermedad, a pesar de estar vacunados, contagiada por los hijos. Ha ocurrido por la combinación de dos causas, la mayor contagiosidad de delta y el hecho de que las vacunas no impiden que el virus se transmita e incluso penetre las mucosas y produzca síntomas. El riesgo sanitario de este fenómeno es también doble. Por una parte, porque si aumenta la incidencia también aumenta el número de personas que acaban en un hospital, y así esta semana han muerto en las UCIs casi tantos como por accidentes de tráfico en todo 2019. Por otra, porque incluso con versiones mitigadas de la enfermedad se pueden producir problemas relevantes, como el Covid persistente, capaz de afectar tanto a mayores como a jóvenes. La conclusión parece bastante clara: no basta con la vacuna, hay que seguir estableciendo medidas que limiten de raíz la posibilidad de contagios, y eso tiene implicaciones sociales y, por ende, políticas.

La pérdida de eficacia de la vacuna es un problema relativo. Las que se han usado en Europa y Estados Unidos son muy buenas en términos de eficacia y en comparación con las que se usan de manera ordinaria en el calendario oficial para otras patologías. El problema es que hemos visto que el enemigo es capaz de desarrollar mecanismos de escape, y no podemos estar a expensas de que vuelva a tomar la delantera. Por eso se plantea la tercera dosis, que aumentaría los niveles de protección pero sobre todo prolongaría los efectos máximos de la inmunización y permitiría ganar tiempo si lo aprovecháramos para mitigar en lo posible las dinámicas de progresión de los contagios. Aquí el dilema que se plantea tiene componentes éticos: aplicar las futuras dosis para reinmunizar a los mayores, quienes más riesgo vital tienen, o emplearlas para inocular a los más jóvenes, que no suelen tener complicaciones clínicas.

El problema ya no es sólo la variante delta, sino las nuevas variantes que lleguen en unos meses. Aunque su aparición es fruto del azar molecular, es más probable que las más patogénicas se generen en aquellos sitios en los que el virus circula con mayor extensión, como los países que no tienen porcentajes relevantes de población vacunada. África, Asia o Sudamérica serán los lugares desde los que emergerán nuevas peligrosas versiones del coronavirus, lo que habla muy claramente de la necesidad de promover una mayor extensión de la inmunización allá lejos para protegernos también aquí cerca.

Al final, todos los caminos nos llevan a la misma estación. Hay que hacer lo posible por vacunar más y vacunar más rápido, pero es inevitable que al mismo tiempo se sigan adoptando medidas de contención de la transmisión social. Por esta razón fue tan frívolo el anuncio que hizo el Gobierno de que ya podíamos prescindir de las mascarillas, o que se siga insistiendo que en se acaba con la amenaza mediante la obtención de esa inmunidad de rebaño, que no es más que un concepto teórico y que no aplica al caso. Sirve para otros tipos de enfermedades, en las que la contagiosidad es más limitada y no se producen tantos cambios en el virus. De esta no nos va a salvar la pertenencia a ningún rebaño, sino la capacidad que tengamos de emplear bien la vacunación, extremar la higiene, limitar nuestros contactos y ordenar nuestra actividad social en un nuevo modelo. A cualquiera le gustaría poder decir otra cosa, pero no es posible. Entramos en otra etapa, pero seguimos con el problema al acecho.

Hay que seguir adoptando medidas que limiten la posibilidad de contagios, y eso tiene implicaciones sociales y, por ende, políticas

África, Asia o Sudamérica serán los lugares desde los que emergerán nuevas peligrosas versiones del coronavirus