La película “Los visitantes” (Les Visiteurs) se estrenó en Francia en enero de hace ahora treinta años. Ha pasado el tiempo, pero la cinta se puede revisitar con igual divertimento. Cuenta la historia de un noble, el conde Godofredo de Miramonte “el Audaz”, que allá por el año 1123 se promete en matrimonio con Frenebunda de Pouille, hija del duque Fulbert. Cuando Godofredo va camino del castillo para los esponsales, una bruja le hace tomar un brebaje que le trastorna y le causa alucinaciones, hasta el punto de que acaba matando al padre de su prometida al confundirlo con un oso. Consternado, Godofredo pide ayuda al mago Eusebius, que prepara una pócima con la intención de enviarlo al pasado, momentos antes de que mate a su suegro, y así poder corregir su crimen. Pero el mago mezcla mal el potingue, y el resultado es que Godofredo y su escudero, Delcojón el Bribón, acaban en el siglo XX, año 1992. Ambos conocen a sus descendientes; Beatriz, madre de familia burguesa, y Jacques-Henri Delculón, actual propietario del castillo Miramonte, personaje que al igual que Delcojón es interpretado por Christian Clavier, uno tan fino y el otro tan tosco. A Godofredo el Audaz lo encarna Jean Reno, que a partir de esa película comenzó a cotizarse internacionalmente. Una de las escenas memorables de la cinta es el momento en el que los viajeros del tiempo se encuentran en medio de una carretera con un coche de La Poste, un 4L amarillo conducido por un cartero negro. “¡Mi señor, un sarraceno!”, grita Delcojón, “¡Un sarraceno en un carro del diablo, es todo de hierro y ningún buey tira de él!”. Destrozan el vehículo con maza y espada, y el repartidor huye gritando: “¡Están chiflados!”. Después de los golpes, Godofredo hinca rodilla en suelo y hace una plegaria: “Señor, nos has mandado una prueba, danos coraje para luchar hasta la muerte”.

No sé por qué he recordado la escena. Tal vez ha sido al ver en qué se les ha ocurrido gastar el dinero a la alegre pandilla que regenta el Ministerio de Igualdad. Una campaña publicitaria en la que dicen que quieren “visibilizar y reivindicar la educación sexual integral como herramienta para construir una sociedad igualitaria”. Han sacado un vídeo para “hablar de cuestiones que no se hablan en España”, como pueden ser la masturbación femenina tras el climaterio o el sexo mientras se tiene la menstruación.

“Ahora que ya nos veis, hablemos” es el eslogan que conecta toda la campaña, en la que aparece una chica con lo que ahora denominan en politiqués “un cuerpo no normativo” (que en realidad describe un caso de obesidad mórbida), que antes de comenzar el acto sexual decide apagar la luz. Las imágenes muestran también a una mujer madura con un satisfayer, mientras una voz en segundo plano asegura que “es algo de lo que no se habla”. En otra escena, ella limpia su copa menstrual y se le acerca un chico con el que comienza a tener sexo. “No se habla de diversidad, de quiénes somos, de qué nos gusta”. Como corolario, ha depositado la propia ministra Montero: “El machismo hipersexualiza a las mujeres desde muy temprano y, sin embargo, en una sociedad machista, cuando dejamos de ser fértiles, parece que se anula también esta posibilidad de desear o de disfrutar, y efectivamente de eso también hay que hablar”, en frase textual. Sí, en efecto, he recordado lo de Los Visitantes porque parece que estas señoras han viajado desde el pasado y nada más llegar se han puesto con la maza –su lengua, su desvergüenza y el inmenso presupuesto público que Sánchez les ha dado– a luchar contra sarracenos y carros del diablo. La sociedad es machista (será la de ellas, que hablen con Pablo) y a la hembra que no sea fértil no se le permite el deseo (será que no saben en qué consiste realmente eso del deseo, y la riqueza de dimensiones que puede llegar a albergar). En qué mundo vivirán y de qué época intelectual provendrán para que estén contando una historia que absolutamente nadie más identifica en su entorno. Tantas cosas de la esfera afectiva y sexual mantenemos en la intimidad porque es donde mejor están, precisamente porque se valoran, porque son propias de cada cual, y porque se quieren preservar de su vulgarización. Lo fácil, lo que hacen algunos comentaristas, igual que el cartero de la película, es decir que Montero, Pam y el resto de la colla están chifladas. Pero no es así. En realidad, es un problema de totalitarismo político: el que te dice si tienes que hacer el amor con la luz encendida, o cuándo y cómo, y que además tienes obligación de hablar de ello. El totalitarismo que quiere entrar en tu cama, porque es entrar en lo más personal, uno de los pocos reductos que van quedando a la libertad.