Santi Vila (Granollers, 1973) fue testigo de excepción en las horas cruciales del ‘procés’. Partidario la noche del 25 de octubre de 2017 de que Carles Puigdemont decidiese un adelanto electoral, el entonces president estuvo cerca de tomar esa decisión, aunque no dejó de expresar sus dudas. A la mañana siguiente Puigdemont se echó atrás argumentando falta de garantías ante un 155 que parecía precipitarse en cualquiera de los escenarios, y Vila dimitió “en desacuerdo con la declaración de independencia”. A pesar de ello, fue uno de los condenados en el juicio del Supremo, en su caso por desobediencia, a una multa de 50.000 euros y a una inhabilitación de 18 meses como cargo público. Historiador de formación, hoy es profesor en la universidad Ramon Llull, director de Aigües de Banyoles, asesor del Comité de Infraestructuras del Ajuntament de Barcelona, y colaborador quincenal en La Vanguardia. Este exconseller cree que en la negociación en torno a la investidura de Sánchez, del que dice “encarna la modernidad líquida”, en Junts “se juegan mucho”. “Se les ha parecido la virgen con una llave, Si no saben aprovechar esta oportunidad, ellos sabrán con qué cuentan”. También pide seriedad y generosidad al Partido Socialista, “y que piense más allá de la investidura”. Incluso le reclama que trate de dar “oxígeno” al discurso más conciliador que, según él, “tímidamente ha insinuado” Feijóo en alguna ocasión.

Usted era partidario de que Puigdemont convocara elecciones a finales de octubre de 2017. 

–Fue una frustración tras haber estado trabajando muchos días en sintonía con el lehendakari Urkullu y con diversos empresarios catalanes para evitar el choque. Cuando conseguimos el acuerdo con Madrid, y persuadir en una reunión ya de madrugada a los miembros del Govern, lo dejamos para el día siguiente. Esa mañana dos o tres personas se pusieron nerviosas, alguna actuó de forma bastante innoble a través de las redes sociales, y Carles Puigdemont se asustó, dio el vuelco, y vino el choque. 

Ese adelanto hubiese sido entendido como una rendición...

–Esta hubiera sido una posible interpretación. La otra, que nadie deseaba un choque, un conflicto abierto, y aún menos la suspensión de la autonomía, que era insólita. 

¿Cómo interpreta lo que sucedió en aquel octubre del 17? 

–En mi opinión se intentaba tensar la cuerda sin que se llegara a romper, solo la consellera Clara Ponsatí estaba claramente comprometida con la vía unilateral. El resto de los consellers, algunos independentistas y otros no, como mi caso, queríamos forzar que el presidente Rajoy se aviniera a negociar, sentarse en una mesa y ver cómo salíamos de aquel lío. 

¿Políticamente cómo se definiría?

–Siempre he sido soberanista, convencido de que España es una nación de naciones, un Estado compuesto, plurinacional, en el que Catalunya es una de sus naciones, por razones constitucionales e históricas. Fíjese que el president Tarradellas fue recibido antes del restablecimiento de la Generalitat, y por lo tanto del reconocimiento constitucional de Catalunya como nacionalidad. 

“La deslealtad entre Esquerra y Junts fue en mi opinión la causa de que el ‘procés’ descarrilara, y de nuevo existe este riesgo”

Seis años después vuelve el debate sobre el encaje catalán. ¿Cómo ve la situación?

–Lo veo como una oportunidad histórica para que España viva de nuevo un momento refundacional. Es la gran oportunidad para pasar de la conllevancia a la concordia. Hemos vivido décadas de principio orteguiano que esto de los catalanes solo se podía resistir. Es la oportunidad histórica de volver a construir un proyecto compartido basado en la concordia y en la convivencia.  

Hay una derecha potente, ruidosa y amenazante. Y Sánchez ha destacado por su tacticismo. Dos dificultades para albergar expectativas históricas.

–Efectivamente, soy escéptico en que esto pueda acabar bien. Una cosa es lo que desearía y otra lo que va a pasar. Es verdad que la necesidad obliga. A Pedro Sánchez a creerse lo de la España plural, y si encima lo hace de corazón, pues mejor. Y obliga también a Carles Puigdemont, porque sabe que tiene más de mil personas pendientes de juicio, incluido él mismo. Juicios que no pintan nada bien con el Código Penal en la mano. Si hay un Gobierno que se aviene a serenar los ánimos, a pasar página, mirar hacia delante, a construir un proyecto compartido, juntos... Hay que tener en cuenta el papel electoral del independentismo el 23J, la mayoría de los catalanes estamos por la concordia, no por el conflicto. 

Otro obstáculo: la pugna permanente entre Junts y Esquerra. 

–Esto es lo peor que nos está pasando. Fue el detonante del tropiezo de 2017. Cuando todo estaba cerrado, la deslealtad entre Esquerra y Junts fue en mi opinión la causa de que el ‘procés’ descarrilara, y de nuevo existe este riesgo. Hay una dinámica fratricida, cainita, y una continua competencia electoral, con odios personales cronificados en el tiempo, que invalidan a todos. Yo no me siento representado por esa actitud de odio y menosprecio recíproco de algunos cuadros, y me parece una estupidez. Junts es un partido heredero de la tradición de Convergència i Unió, que tuvo muchas almas ideológicas, pero siempre en el centrismo y en el centroderecha, incluso. Y Esquerra, sin venir de una tradición marxista, se siente cómoda en el centroizquierda. Cada uno debería buscar su espacio sin esta competencia tan cainita. 

“En 2017 se nos rompió la cuerda. Nosotros por exceso de apelación a la emoción y por cobardía, y Rajoy por su inmovilismo hiriente”

Conoce a Puigdemont. ¿Cree que siente el vértigo de decidir? 

–La historia reciente confirma que le ha pesado mucho, y que a pesar de que es muy cuerdo y lúcido, ha preferido equivocarse con los suyos, que acertar y quedarse solo. Esta ha sido una constante en su trayectoria política. Es un hombre muy idealista, independentista desde adolescente, pero también sensato. Otra cosa es que, en la medida que ha pasado lo que ha pasado, su entorno cada vez es más reducido, ideologizado y dogmático. Típico de dinámicas de exilio. Por tanto más rígido y ortodoxo, por lo que supongo que también le debe pesar el miedo a probar la medicina de este sector y que le tilden a él mismo de traidor. Pero es una especulación.

¿Se siente revindicado después de todo lo que ha sucedido?

–(Se ríe). No me corresponde decirlo, pero parece obvio que para un viaje tan corto no era necesaria tanta alforja. Si se consigue perfeccionar el autogobierno, un proyecto que de nuevo haga felices a dos o tres generaciones vista, está claro que pasará por los despachos y la negociación política, no por la movilización en las calles. Esto es una evidencia en 2023. Y por la actualización del pacto fiscal y del Estatuto, y buscar dinámicas de concordia y no de conflicto.  

Una amnistía tendrá su exposición de motivos. ¿Qué conceptos deberían aparecer?

–No sé si le voy a sorprender, pero yo creo que la parte expositiva de la sentencia del Tribunal Supremo del juicio del ‘procés’ fue magistral. Recordaba que España no es una democracia constitucionalmente militante. Lo que pasó en aquellos años fue que tensábamos la cuerda y se nos rompió. Nosotros por un exceso de apelación a la emoción y al sentimiento. También por cobardía, por no saber frenar en su momento. Y el Gobierno de España, con todos mis respetos, entonces en manos de Rajoy, por su inmovilismo hiriente, a pesar de todos los movimientos que hicimos los moderados, que suplicamos que se implicaran en buscar una salida, y lo hicimos con toda la lealtad hacia la Constitución, la Corona y la amistad cívica que conlleva una democracia madura como la nuestra. 

Dice que es escéptico. ¿Por la cuestión del referéndum sobre todo?

–Tengo la impresión de que la amnistía constitucionalmente es resoluble. Éticamente hay un problema. La amnistía parte de la premisa de que se quiere pasar página y compartir un proyecto, como mínimo desde el punto de vista convivencial. Eso quiere decir que te avienes a respetar las leyes.Vamos a ver cómo salvan este primer problema. En cuanto al referéndum, hay que poder resolver de algún modo que los catalanes puedan votar. Otra cosa es qué votar. Creo que en el mejor de los casos lo que ya le propusimos a Soraya Sáenz de Santamaría en marzo de 2017: una actualización estatutaria, un pacto fiscal, una corrección de la disposición adicional tercera en todo lo que se había incumplido. Empaquetado, se puede someter a votación en un tiempo el grado de cumplimiento de los acuerdos. Quien quiera ir más allá, de nuevo solo estará hablando a su respectiva parroquia. 

Según su excompañera en el Govern, Clara Ponsatí, “cualquier negociación con España, sea cual sea el resultado”, les vuelve a “capturar dentro de la política española”.

–Clara Ponsatí yo creo que se representa a ella misma.

Y a un sector del independentismo que mira a la ANC.

–Exactamente. Lo decía en referencia al conjunto de Junts. Hablando con alcaldes y diputados, creo que no se sienten representados por ella. Hay posiciones mucho más matizadas y complejas, deseosas de regresar a la política de los despachos, y no de andar por sendas que han demostrado el recorrido que tienen.

PNV y EH Bildu, con matices, soplan a favor de una investidura de Sánchez. ¿Eso influirá en Catalunya?

–El PNV en 2017 hizo lo que debía y más. Ahora tenemos la ventaja de que se ha experimentado en carnes propias a dónde lleva el echarse al monte. Es una lección pragmática que espero que al menos los que la han sufrido sepan aplicársela. 

“Creo que un referéndum en el mejor de los casos sería sobre una actualización estatutaria, un pacto fiscal y algunas otras revisiones”

¿A su juicio, cuál es la base de legitimidad de las reivindicaciones económicas y fiscales que defienden Esquerra y Junts y que el Estado español debe atender?

–Creo que tanto Junts como Esquerra en estos momentos se aproximan a la solución de este conflicto un poco con una mirada antigua, propia del siglo pasado. El catalanismo político siempre vivió una contradicción insalvable. La encarnó Francesc Cambó, Jordi Pujol, Artur Mas... El domingo en un mitin ante los militantes querían ser libertadores, como Simón Bolívar. Y el lunes en el despacho ser Bismarck, formar parte de la modernización de España y liderarla. Esto no puede ser. No puedes ser el líder independentista el fin de semana y entre semana el político admirado, respetado y querido en el conjunto de España por modernizador. Lo que correspondería es volvernos a comprometer, de verdad, con hacer posible ser catalanista y ser español. Esto no lo practicamos desde hace mucho. 

¿No es ese el terreno que pisa el PSC?

–Exactamente, veremos si solo en coyuntura preinvestidura o si asumen definitivamente el Estado compuesto.

Este año, por cierto, se cumple el 20 aniversario de la llegada de Maragall a la Generalitat.

–Yo siempre he sido muy maragallista, veremos si las posiciones que ahora defiende el Partido Socialista se asientan, porque recuerde cómo acabó Pasqual Maragall, como el rosario de la aurora.

En tiempos de Zapatero, además. Ha mencionado a Tarradellas. El regreso de Puigdemont crearía un simbolismo comparable. Incluso podría optar de nuevo a ser president.

–No creo que pase por su cabeza. Políticamente no me puedo poner en su piel. En lo personal, sí, porque le aprecio mucho. Ojalá tome la decisión de ayudar a hacer posible que pueda volver, pensando en él, en su familia, en defender sus ideas y sobre todo en lo que él quiere más, la lengua y la literatura catalanas, dentro de su ecosistema, que es Girona. Los años van pasando para todos, y el país ha cambiado mucho. Tengo alumnos en la universidad que tienen 19 o 20 años y ya no saben ni quién es Puigdemont. Si se despista mucho, cuando quiera volver, igual ya nadie le echa de menos.

¿Ha hablado con él en estos años?

–Sí, muchas veces.