Cuando la vida pende de un hilo
El presidente de los espeleólogos vascos analiza el accidente en el que murieron los dos montañeros españoles Un reportaje de Arantza Rodríguez
La vida de José Antonio Martínez, malherido a la intemperie en un cañón del Alto Atlas, pendía de un hilo. Dice su compañero Juan Bolívar que lo vino a contar, tras días de angustiosa espera, la Gendarmería marroquí con su “chapucero” rescate. Desde Marruecos se gira el foco hacia los espeleólogos, a quienes se les acusa de imprudentes por aventurarse en una zona arriesgada sin un guía profesional. Quien sabe de esto apenas alberga dudas. La primera muerte fue consecuencia de un desgraciado accidente. El segundo fallecido, “víctima de la burocracia, por decirlo suavemente”, apostilla David Díez, presidente y coordinador de los grupos de socorro de la Unión de Espeleólogos Vascos, para quien “con un poco más de eficacia solo tenía que haber habido una víctima”.
Todos asumen que el riesgo cero no existe y cuentan con la posibilidad de sufrir una caída, pero nadie entiende por qué, una vez que se produce, se rechaza una ayuda que a todas luces era más que necesaria. “Quizás les cueste a los políticos o las autoridades comprender que no pueden solucionar todo lo que ocurre en su país. En este caso van extranjeros que realizan actividades que igual en ese país no se practican y no están preparados. Lo lógico es que cuando se les ofrece ayuda desde otro país, la acepten sin más dilación. Está en juego la vida de una persona y el ciudadano no entiende de diplomacias. Es más, las diplomacias deberían ayudar a que todo esto se gestionase con una extraordinaria celeridad”, reflexiona.
ayudar al compañero Rechazada la mano tendida por vía oficial, los voluntarios no dudaron en movilizarse por su cuenta. “Habíamos tenido hacía no muchos meses a un compañero madrileño accidentado en Perú y estaba ya en el ánimo de los espeleólogos decir: Si tiene un compañero problemas, me presento en el país y actúo. Las autoridades españolas, cuando el Gobierno marroquí dice que no, se quedan un poquito más paradas. Los civiles nos arrogamos más el ir por corazón, pero tampoco sirvió en este caso, porque se les denegó asistir”, relata. Los espeleólogos “no estaban corriendo un riesgo especial que no puedan correr los montañeros o espeleólogos en el Pirineo oscense o en Picos de Europa. La técnica se utiliza y si se hace con sensatez, no tiene por qué haber problemas. De hecho, se mueven centenares de personas en estos medios y no ocurre nada, salvo cuando salta el accidente”, declara.
Pese a las acusaciones de Marruecos, este experto cree que los espeleólogos accidentados “no eran inexpertos” e “iban preparados”. En su opinión, el hecho de acometer el ascenso del cañón sin guía no fue “determinante”. “Los grupos que vamos de exploración o visitamos lugares inhóspitos intentamos documentarnos y sabemos lo que existe en cuanto a condiciones de la roca, desniveles, recorridos... El que no tuviesen un guía o no dispusiesen de un GPS no creo que fuese determinante. Es verdad que un GPS ayuda, pero en este caso no tiene nada que ver con el accidente. Sí que hubiese venido bien un teléfono vía satélite para haber comunicado el accidente y acelerar las tareas de rescate”, explica Díez, para quien el Gobierno marroquí ha podido poner estas cuestiones sobre la mesa para tratar de “defenderse un poquito”.
Hay quien considera muy aventurado emprender este tipo de expediciones con apenas dos compañeros de cordada. “Quizás fuese un equipo un poquito reducido, pero tampoco es una locura. Yo no diría que fueron unos imprudentes por ir solo tres, pero vistas las orejas al lobo, si hubiese habido alguno más, igual habrían podido ir a pedir ayuda más rápido”, comenta Díez. “En el mundo de la espeleología -prosigue- decimos que deben ir tres personas como mínimo, porque si uno se accidenta, un compañero queda asistiéndolo física y psicológicamente, procurando que no entre en hipotermia y no se mueva, y otro sale a pedir ayuda.
Expedición en la selva Para prevenir este tipo de situaciones en países que no cuentan con equipos de rescate cualificados, los grupos de espeleólogos se plantean a priori ser autosuficientes. “Se llevan camilla, cuerda, material de rescate y se va con la mentalidad de que si un compañero resulta accidentado, los quince o veinte que hemos ido a esa expedición vamos a intentar saber de las técnicas de espeleosocorro para ser autónomos”, señala Díez.
“Yo he estado en la selva, donde te deja un helicóptero, te toma las coordenadas y te vuelve a recoger al cabo de diez días. Uno sabe que allí, como haya un problema, comunicar con las autoridades y que se tengan que trasladar va a llevar dos o tres días en el mejor de los casos. Si hay un accidente grave, es difícil sobrevivir”, reconoce. Paliar esta falta de asistencia rápida no es fácil. “En una situación como la de Marruecos, ¿qué podrías hacer? ¿Tener un helicóptero aparcado encima del cañón por si acaso sufres un accidente? Nadie llega hasta esos límites. La única precaución que se puede tomar es duplicar las medidas de seguridad”, comenta Díez.
Por osado que parezca, “estadísticamente el riesgo es tan pequeño”, dice este espeleólogo, que es como “preguntarle a un turista si cuando se sube a un avión asume que se puede caer. No somos unos inconscientes. Que un material se rompa o salte un anclaje es un riesgo que asumimos, pero nadie asume tener un accidente, sobrevivir, estar varios días esperando ayuda y morir porque nadie va a ayudarle. Eso no lo asume nadie”, recalca y subraya que “el problema no es que ha ocurrido un accidente, sino que había una persona que podría estar recuperándose en un hospital y ha fallecido por no actuar correctamente”.
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