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Solidaridad, sabores para el futuro

Las voluntarias pamplonesas Alba Zabalza e Irene Vicuña, de 22 y 23 años, quieren recaudar 4.000 euros para poder construir una cocina en un colegio de Kenia

Solidaridad, sabores para el futuro

Alba Zabalza e Irene Vicuña, pamplonesas de 22 y 23 años, participaron en agosto en un voluntariado en Kenia. Una experiencia que no les dejó indiferentes. Tras dos semanas trabajando en un colegio en la localidad de Diani, en la región keniana de Mombasa, decidieron impulsar un proyecto “a largo plazo”, algo que no se disipara una vez que volvieran a Navarra. De esta forma, iniciaron una recaudación para construir una cocina en la escuela donde realizaron el voluntariado y donde muchos alumnos reciben la única comida que ingieren en el día.

Para que este proyecto se pueda hacer realidad, necesitan la ayuda de cualquier persona que quiera poner de su parte. Estas jóvenes estiman que el presupuesto para construir la cocina rondará los 4.000 euros y animan a la sociedad a realizar donaciones se pueden hacer a través de la página web de la fundación Migranodearena.

Estas pamplonesas tenían desde hace tiempo “la espinita” de hacer un voluntariado internacional. “Queríamos conocer otras realidades y poder ayudar fuera de España”, reconoció Alba. Buscaron diferentes países de África y decidieron, tras varias recomendaciones, irse a Kenia con la organización de voluntariado Cooperating Volunteers. Aunque ambas estudiaron carreras de la rama de Empresariales, ya tenían experiencia trabajando con niños. “Buscamos un sitio donde pudiéramos aportar algo, y al ser un colegio en inglés supimos que podíamos ser de ayuda”, cuentan.

También eligieron este centro porque era un lugar donde podían plantear un proyecto para poder mejorar su situación. Prolongar su ayuda más allá de las dos semanas de voluntariado. El colegio con el que colaboraron es pequeño, de poco más de cien escolares. Alba e Irene fueron para ejercer como asistentes, no como profesoras. “En el centro ya había maestros locales”, subrayaron. Desde el primer día, las cinco voluntarias, entre las que se encontraban las dos pamplonesas, se dieron cuenta de las malas condiciones en las que estaba la escuela. “Las vigas de las aulas eran chapas con palos y un tejado de aquella manera”, describió Alba. Además, no había apenas electricidad y las ventanas “no tenían cristales”.

Desnutrición infantil

Pero lo más preocupante es que “había muchos niños que o comían del colegio o no comían, porque en sus casas no tienen para comer”. A Irene le parecía físicamente imposible que en el lugar hubiera una cocina. “Vi dos piedras en el suelo”, recuerda.Teniendo en cuenta las condiciones de la cocina y la visible desnutrición de muchos niños, decidieron hablar con el director para organizar la construcción de la cocina para poder cocinar en condiciones “decentes”.

Alumnos del colegio, junto a las voluntarias y el director del colegio.

Una vez en casa, comenzaron con la recaudación de fondos y hablaron con un arquitecto local. Y es que Alba e Irene quisieron hacer énfasis en que “las personas que van a construir la cocina van a ser locales, con materiales locales”. También tenían claro que no querían mandar ningún material desde casa. Todo ello para fomentar el comercio de la zona y “dar empleo a alguien de allá”. La futura construcción empezará desde cero. “Hay que hacer la infraestructura de la habitación y luego crear una cocina que se utilizará con madera”. La cocina se convertiría en un lugar acondicionado y dejarían de “cocinar en el suelo”. Sin embargo, primero tienen que llegar al presupuesto marcado. “Es fácil llegar a tus seres queridos y a tus amigos, pero necesitamos llegar a mucha más gente, a personas desconocidas”, admitieron las dos voluntarias. La gente tiene que ver “que hay un enlace por el que se puede donar”.

Bajos recursos

Los niños del centro vienen de hogares con muy malas condiciones. “Muchos de ellos tienen hermanos que no están escolarizados, niños que se tienen que quedar en casa”. Un ejemplo de esta pobreza es que su único calzado son las chanclas, “unas chanclas rotas”. Tener una mochila en el lugar se convierte en un privilegio. “Suelen venir con un cuaderno y un lápiz, lo justo para venir al colegio”, explican. La desnutrición es otro factor más que evidente. “Tenían las tripas hinchadas”.

Los niños son muy solidarios y se ayudan entre ellos. Pero cuando las voluntarias sacaban algo para comer “se peleaban por conseguirlo”. Aunque hubiera comida para todos, “se volvían locos porque pensaban que no iban a tener suficiente”, recuerdan. Aún viviendo en esta situación, a los voluntarios les llamaba la atención “el gran nivel de su inglés y cualidades académicas”.

Con el fin de paliar estas necesidades, el director del centro les comentó que urgía la compra de materiales básicos como libros de texto. “Solo tienen un libro de texto por cada curso, y además no son los libros oficiales del Estado”, señalan. Las voluntarias hicieron una primera compra con la ayuda de familiares y conocidos, siempre comprando en comercios locales. “Kenia tiene muchos recursos físicos, pero no tienen los recursos económicos para poder comprarlos”, afirman. Ya entonces, pensaron hacer algo más duradero porque eran productos que “se iban a acabar”. Al estar acostumbrados a situaciones tan complicadas, los niños y niñas “valoran muchísimo la solidaridad, el hecho de que hay gente que vaya a ayudarlos, a darles cariño y a mejorar sus condiciones de vida”, comentaron ambas voluntarias. Actos tan simples como “llevarles el almuerzo, darles un abrazo o sentarse con ellos” se convierten en grandes gestos para ellos.

Voluntariado para ayudar

Irene mencionó que hay personas que no están de acuerdo con este tipo de voluntariados porque los consideran como otra forma de hacer turismo. Irene cree que esto no es la realidad. “Nosotras fuimos con el propósito de aportar, y lo hemos conseguido”, remarca. Aparte de aportar con ayudas económicas, ya lo habían logrado con “un simple abrazo”. Son niños que no están acostumbrados a estar tan atendidos como lo pueden estar los de aquí, por lo que con cualquier cosa mínima ya son felices”, asegura.

En estas dos semanas que Alba e Irene estuvieron en Kenia los niños aprendieron mucho de compañerismo. Lo que más les llamó la atención fue el caso de un alumno ciego, y su evolución en tan poco tiempo. “Los primeros días le insultaban y terminaron jugando todos juntos. Una lección para todos”, asevera Alba.

Para que este proyecto salga a la luz hace falta dinero. “Es muy difícil captar la atención de la sociedad con tantos proyectos que se enseñan por las redes. Causar esa diferencia, algo que llame la atención para donar aunque sea un euro, reconocen estas pamplonesas, que no descartan participar en otro proyecto, quizás en un lugar más aislado, reconoce Irene. “Me gustaría ir un lugar más profundo y menos turístico”, concluye.