Las conclusiones que se desprenden de la investigación elaborada por Iseak son preocupantes y la pregunta es clara. ¿Se han precipitado las administraciones y los centros educativos al introducir el uso de las tecnologías en las aulas? ¿Ha llegado el momento de pararse a reflexionar antes de seguir con la expansión de las pantallas y dispositivos digitales? 

Lucía Gorjón, autora de la investigación que ha constatado que un uso excesivo puede resultar perjudicial para el rendimiento académico, tiene claro que toca reflexionar y evaluar las medidas adoptadas. “Es habitual que las decisiones políticas no se acompañen de una evaluación rigurosa que permita identificar si se cumplen los objetivos para los que se tomaron esas decisiones. Esto no ocurre solo con las tecnologías en las aulas, sino con la gran mayoría de reformas. Esto debe dejar de ser así. Es difícil acertar a la primera, por eso hay que medir el impacto de las acciones, para poder corregirlas o modificarlas según los resultados que se obtengan”, explica una de las autoras de este estudio. 

A su juicio, la clave es seguir investigando y analizar no solo la frecuencia sino el tipo de uso que se hace de la tecnología, es decir, no solo el cuánto sino el cómo, es decir, qué herramientas y con qué finalidad educativa. “Las tecnologías han llegado para quedarse. Además la investigación no solo constata que una frecuencia muy elevada perjudica sino que también hemos observado que un uso bajo o moderado beneficia. Por lo tanto, no se pueden demonizar las tecnologías”, asegura esta investigadora, que aboga porque la tecnología “acompañe al profesorado, debe ser complementario a los humanos, no sustituirles”. 

Por otra parte, el estudio constata que las tecnologías en las aulas suelen utilizarse más por los chicos que por las chicas, por el alumnado de nivel socioeconómico más alto y por quienes sufren bullying. “Sin embargo hemos comprobado que lo que influye no es el perfil del alumnado sino el uso excesivo de la tecnología. Es decir, con independencia del género y del nivel socioeconómico, los usuarios muy intensivos estarían sufriendo una penalización por el hecho de realizar un uso muy elevado de las TIC”, explica Gorjón.

Ahora bien, esto es compatible con otra observación que se hace en el estudio y es el mayor peligro que tiene para las mujeres y el alumnado de menor renta un uso excesivo de las tecnologías. “Estos dos colectivos parten de un punto de partida peor ya que sacan peores notas en la competencia matemática que sus compañeros varones y que aquellos con mayor nivel sociocultural. De ahí que, aunque hagan un menor uso, el empleo que hagan puede ser más peligroso de cara a su rendimiento académico ya que, como digo, parten en desventaja “, concluye esta investigadora.