El pasado viernes 28 de abril, el lodosano Jesús Mangado se encontraba cazando corzo a rececho cerca de su localidad, junto a los barrancos de Nazario. Eran alrededor de las 21 horas cuando procedió a cruzar una de esas quebradas, por las que había transitado miles de veces en sus cuantiosos años como cazador, ya que tiene 52 años y comenzó a cazar con 15. Se trata de un barranco poblado de zarzas y matas, en cuyo fondo hay un hueco pequeño sin vegetación. Saltó a esa oquedad y, de repente, tras oír unos ruidos procedentes de unas zarzas a dos metros de distancia, vio salir a un jabalí macho que, a toda velocidad, se dirigía hacia él para embestirlo.

A Mangado le dio el tiempo justo para disparar. Aunque le acertó, el animal, de más de cien kilos, se le abalanzó, le mordió en una pierna y le tiró al suelo, quedándose sobre su pecho. “Lo tenía justo encima y no paraba de intentar morderme de nuevo, así que tuve que liarme a puñetazos con él”, relata. Consiguió que el jabalí no volviera a hincarle ningún colmillo, aunque el cuerpo se le llenó de magulladuras y arañazos. En ese momento, el cazador lodosano ya se percató de que el ungulado estaba notando los efectos del disparo, porque jadeaba bastante. Tras luchar con él, el jabalí se levantó y se marchó barranco arriba, ocultándose entre las matas.

Pero la tranquilidad duró poco. Un par de metros después, se paró y se dio la vuelta, dispuesto a realizar otra embestida. “Se me quedó mirando, con el pelo erizado y moviendo otra vez los dientes, haciendo un ruido que, en ese instante, infundía mucho temor. Cuando comenzó a venir hacia mí, tuve la suerte de que el rifle estaba a la altura de mi mano, así que le volví a disparar”, cuenta Mangado, antes de confirmar que el jabalí murió a un metro de distancia, justo cuando estaba a punto de atacarle otra vez.

Este cazador navarro revela que nunca había sufrido un encontronazo como ese, a pesar de haber participado en muchas batidas de jabalíes. “Parecía algo salido de una película, porque era un animal muy grande y tenía unos colmillos enormes”, apunta. Mangado salvó la vida, pero la herida que recibió fue muy peligrosa, ya que le clavó un colmillo y, en lugar de rasgarle la piel, lo giró en el interior de la pierna, rompiéndole la carne por dentro. Su mordisco le dejó una abertura de cinco centímetros de profundidad y diez de desgarro. Sin embargo, en ese instante, el lodosano no sintió nada, debido al impacto de lo ocurrido y a las descargas de adrenalina.

“Le estuve haciendo fotos al jabalí y, con el susto todavía en el cuerpo, comencé a subir el barranco, ya que había aparcado el coche a unos cien metros de ese emplazamiento”, indica. Antes de llegar a su vehículo, empezó a notar que tenía la pierna húmeda y que los dedos del pie le resbalaban, como si le hubiese entrado agua en la bota. “Qué raro, pensé, si en el barranco no había agua. Y al mirarme, descubrí que el pantalón y la bota estaban llenos de sangre, procedente de la hemorragia que estaba sufriendo. Tenía la pierna dormida y, como pude, conduje hasta casa, donde lo dejé todo y me fui directo a urgencias”, describe.

Días después, cuando rememora lo ocurrido, se da cuenta de que no había sido consciente de la suerte que tuvo, ya que se encontraba solo en la naturaleza. “Allí no había nadie. Si me llega a morder más, me quedo en el sitio”, subraya. Y también se puso a indagar las posibles razones por las que el animal se encontrase tan asustado. “El sábado se iba a celebrar allí un rally y ese viernes habían estado preparando los caminos. Quizá salió asustado por esos trabajos. Que estaba asustado está claro, porque es muy raro que me atacara de la forma en la que lo hizo”, alega, antes de afirmar que, si llega a pasar por el barranco cinco minutos antes o cinco minutos después, no se hubiera topado con el jabalí.

El jabalí, abatido

“Los machos solitarios son muy atrevidos y peligrosos, y no dudan en atacar. Si van en manada, no son tan agresivos, pero el animal con el que me crucé se había aventurado fuera de las zonas tradicionales por las que suelen andar los jabalíes por aquí. En ese lugar, nunca había visto a ninguno, pero cada vez son más ejemplares y, por tanto, salen de sus zonas de refugio en busca de comida”, explica Mangado.

En cuanto a su herida, expone que, en el primer reconocimiento al que le sometieron el viernes, se pensó que no era grave. Le limpiaron bien la herida, pero, al día, siguiente, amaneció con un gran dolor y la imposibilidad de andar, ya que tenía la rodilla inflamada, con bultos grandes y coágulos de sangre en la herida. “Por la tarde, como no aguantaba el dolor, me enviaron al hospital de Estella, donde me han hecho de todo. Me hicieron análisis de sangre y ahora estoy esperando a que me den los resultados de unos cultivos bacterianos”, manifiesta. La biopsia, en este caso, resulta fundamental, ya que es muy importante descubrir si el animal tenía alguna bacteria en los dientes.

Mientras tanto, Mangado continúa con la herida abierta y con drenajes. Se la curan cada dos días, aunque el procedimiento que va a seguir es que se cierre de dentro hacia fuera, ya que la cicatrización ha de ser por segunda intención. “Me la limpian, me la desinfectan, me pusieron la antitetánica, me han dado antibióticos… Han hecho un protocolo muy extenso de herida infecciosa”, subraya, felicitando tanto al equipo sanitario de Lodosa como al de Estella por los servicios médicos que le han prestado.

En tanto que el susto se le va escapando del cuerpo, su círculo cercano le dice que volvió a nacer, porque, si el jabalí llega a arremeter más fuerte contra él, se queda allí. “Nunca sabes lo que te va a pasar en el monte, pero, cuando me recupere, tengo muy claro que volveré a cazar. De hecho, tengo una hija de 17 años, que se ha hecho cazadora este mismo año, y ambos tenemos claro que vamos a continuar cazando”, apunta. A ella, no le da miedo lo ocurrido. “Desde el primer momento, me comentó que eso fue un accidente y que, como tal, le puede pasar a cualquiera”, añade.

Por último, matiza que, al portar un rifle, pudo solventar la situación, ya que, de otro modo, el lance podría haber tenido un final mucho peor. “Imagina que, en lugar de a cazar, hubiese ido a pasear o a buscar caracoles… Si me encuentro con ese animal en esas circunstancias, no creo que lo pudiese estar contando ahora, porque el espacio en el que nos encontramos era minúsculo. No hubiera tenido escapatoria posible”, sentencia.