El muerto al hoyo y el vivo al bollo. Sabiduría popular en esencia que siempre retorna una vez superada la terrible semana de Halloween (o de Todos los Santos). Porque la humanidad ya no discutirá por folclore, religión o creencias. ¡Para nada! Pero sí por esa parte del pastel que cae en forma de herencia. Sobre todo entre las mejores familias, entre esas estirpes de actores, músicos o artistas que generan más beneficios muertos que vivos. Más parné directo desde el más allá que si el finado aún repartiera en vida. Es el caso de Norma Jeane, más conocida por todos como Marilyn Monroe, el mayor icono pop del siglo pasado, la bella actriz que decidió quitarse la vida aquel triste agosto de 1962. A pesar del paso de los años, la rubia más famosa de la historia del cine ha dejado de ser un mito para convertirse en una marca con nombre propio. ¡Y de las caras!

La firma Marilyn Monroe factura, atención, la friolera de 13 millones de euros de beneficio al año. Todo ello desde 1982, cuando una de las herederas de su fortuna, la espabilada Anne Strasberg, contrató los servicios de la empresa CMG WorldWide para administrar y gestionar el legado de la estrella. Sin sentimentalismos, ñoñadas, ni apego a lo material. Fijando los esfuerzos en solo un objetivo: sacar el mayor rendimiento posible a cada finado o finada. Gestando entonces lo que hoy conocemos como marca personal. Y claro, a partir de entonces, Marilyn se convirtió en la mina de oro que es hoy, superando incluso cada lustro los beneficios que jamás llegó a ganar en vida.

Una brillante estrategia de marketing en la que le acompañan otros célebres ya desaparecidos como Michael Jackson, Elvis Presley, o el mismísimo John Lennon. Sus afortunados herederos, dados desde hace años al arte de vivir de las rentas, observan embobados cómo cada diciembre se siguen inflando sus cuentas corrientes.