Ser periodista es un trabajo de acumular. Acumular palabras, experiencias, noticias, lectores, decepciones, logros y en nuestro caso periódicos, kilos de papel y miles de clicks. Y sobre todo es un oficio que se alimenta de lo que pasa, que nos obliga a estar en alerta, a ser rápidas y flexibles ante lo imprevisible y a contar la verdad. En un armario de la redacción tengo guardados varios archivadores con muchas de las cosas escritas y publicadas en estos años. Más de 30 ya en la profesión dan para mucho, columnas de opinión en esta última etapa y noticias en todos sus géneros en la anterior. Páginas y páginas, muchas de ellas sobre el escultor Jorge Oteiza y su Fundación.

Inauguración del Museo Oteiza en Alzuza. Redacción DNN

Reconocer que es el tema que más me ha atrapado en el tiempo como redactora sería cierto. Tan cierto como decir que por mucho que me ha tocado asumir funciones de dirección y gestión, que es preciso desempeñar para que esta máquina funcione, aunque son más ingratas y te acaban apartando del día a día, de las ruedas de prensa y de la noticia, nunca me he alejado del periodismo vivo, de la cultura y sobre todo del arte, que sigue siendo para mí un refugio seguro. Como lo es la escritura y la palabra. Como lo ha sido y es el periodismo durante años, esta profesión tan necesaria como incierta que hoy en día se tambalea peligrosamente.

La cultura es un lugar al que debo mucho, como periodista y como persona. También cuando viajo, porque sea cual sea el destino encuentro en los museos un espacio que me acoge. Pero toca hablar de lo publicado, de aquellas noticias que nos han marcado por el impacto que nos provocaron al cubrirlas o vivirlas en primera persona. No es fácil. Al contrario, es muy difícil elegir una. Han sido tantas... Las contadas por una misma y las escritas por compañeros y compañeras, de esas que no te puedes olvidar, como el asesinato de Nagore o la violación de la manada, que te acompañan hasta quitarte el sueño. También otras que te hacen soñar, como viajar a Los Ángeles para cubrir el Óscar al que aspiraba Montxo Armendáriz.

Encuentro en Alzuza entre Miguel Sanz y Jorge Oteiza. ARCHIVO DIARIO DE NOTICIAS

A mi el sueño me lo quitó un tiempo la Fundación Oteiza y las múltiples polémicas en su creación. Todo lo que tenía que ver con ella era pura vida y grandes titulares. Como una serie de intriga por capítulos. Con bandas de un lado y de otro, con buenos y malos, con los oteizianos y los que no lo eran, con obras robadas, con posibles falsificaciones, con denuncias falsas, con manipulaciones y mentiras políticas, con el arte como protagonista y por encima de todo con un escultor genial como pocos. Fueron meses, años, de tensión informativa y de mucho aprendizaje. Antes de que el proyecto de Museo se hiciera realidad, recuerdo visitar su casa taller de Alzuza, con Oteiza sentado en su mesa de trabajo, su bufanda roja y su puro, llamando “sinvergüenza” al consejero de Cultura de entonces. Nunca le gustaron mucho los políticos.

La Fundación con su legado se abrió el 8 de mayo de 2003, con el escultor ya fallecido. No sé si Navarra ha sabido estar a la altura de ese legado. Conocí a Jorge Oteiza. Tengo la suerte de poder decir que estuve con uno de los genios del arte del siglo XX. Y no hay tantos. Aunque nunca lo entrevisté, para entonces ya no se dejaba. Jorge Oteiza era la fuerza, la vida, la creatividad, también la ira, el enfado, la tristeza. Su vida fue como su obra, difícil. Pero su pasión es algo que deberíamos tener presente, como su valentía para mantenerse firme en lo que creía.

Portada del periódico que informa del fallecimiento del escultor Jorge Oteiza.

Con Oteiza descubrí que el arte es parte de la vida y que no se pueden separar porque a través de la cultura se pueden sentir grandes cosas. Por eso tiene que estar en los periódicos y hay que reivindicarla en estos tiempos. Aprendí que el vacío no es el lugar donde no hay nada, sino lo que queda después de todo lo que ya ha acontecido. Es el reposo, el tiempo, la esencia, lo que cada una se guarda. Aprendí que la vida hay que vivirla intensamente. Sin miedo, sin artificios. Con verdad y con amor. Jorge Oteiza murió el 9 de abril de 2003, el mismo día que caía Bagdag y se derribaba la estatua de Sadam Husein. Ni en eso tuvo suerte para ocupar en la portada el lugar que merecía. No todos los días se puede conocer a un genio.