En su larga trayectoria como escritor, Ray Loriga ha conseguido encandilar con su prosa a varias generaciones de lectores, que ya se han convertido en fieles seguidores de su trabajo. Ahora, tras intuir a la muerte de cerca, vuelve con una nueva novela en la que aborda la amistad, el amor y la muerte de una forma sincera. 

¿Recuerda el primer libro que leyó? 

Fue el Lazarillo de Tormes, en el colegio. Debía de tener diez u once años. Me refiero al primer libro, libro. Y, de hecho, me encantó, y empecé a soñar con la idea de escribir algún día. 

O sea que fue el detonante que le impulsó a escribir.

Sí, y me sigue encantando. Además, lo he releído varias veces.

Sin duda, la trayectoria que ha venido después ha sido próspera, porque en estos años han sido muchas las historias que ha creado. ¿De dónde nacen las ideas o la inspiración para contar tantas historias? 

En general, de la propia literatura. No es que saques historias de otros libros, pero sí la manera de abordarlas, lo que es la técnica, que es lo que más me interesa, la manera de escribir. Eso, junto a algunas cosas que te van sucediendo en la vida, y así vas mezclando partes de ficción con partes de realidades o realidades ficcionadas. A veces me preguntan: “¿Cuándo se te ocurrió este libro?”. Y no tengo un momento eureka. Son como una especie de sedimentos que se van haciendo sobre esto podría ir por aquí, y este personaje podría ser así, y entonces podría suceder esto.... Ya empiezas como a crearlo. Normalmente sí tengo una idea de tono y de qué tipo de estilo literario quiero abordar en cada libro, y más o menos ahí acomodo la historia posible. 

O sea que para ser escritor hay que ser previamente un ávido lector. 

Eso es impepinable. Desgraciadamente ahora hay gente que pretende tener un libro sin haber leído literatura en toda su vida. Yo empecé muy joven y no había leído lo que he leído ahora a mis casi sesenta años, pero era un ávido lector de chico, claro, y lo sigo siendo. 

Además de la literatura, el cine también es algo que le atrapa. ¿Existe algún secreto para que una historia, ya sea novelada o guionizada, atrape a quien la recibe, sienta, empatice con lo que les pasa a los personajes?

Hombre, es muy subjetivo. Hay películas por ejemplo que gustan a muchísima gente y que a mí personalmente no me atrapan, y viceversa, hay películas que a mí me atrapan que no son éxitos comerciales. Pero para mí, tanto en literatura como en cine, hay dos claves para que algo me atrape y me interese. Una es el estilo, la manera de cómo se hace una película, cómo está rodada, cómo son los planos y los encuadres... Y la otra es que, tanto para literatura como para cine, no aburrir (risas). Esa es la gran máxima. Puedes ser muy profundo, denso, y lo que quieras, pero lo que no puedes ser nunca es aburrido. Eso es de lo que más huyes cuando haces algo. 

Y que los personajes tengan profundidad, ¿no?

Bueno, los personajes no pueden ser planos, lógicamente. Tienen que ser poliédricos, como son las personas. Por mucho que sean ficticios, tienes que conseguir que vivan, tanto en la página como en la pantalla, y que el espectador o el lector se preocupe por esa gente, porque le parece real. Para hacerlo real, hay que hacerlo desde muchos ángulos, con volumen y como un poliedro, con muchas caras. No hay nada peor en una novela o una película que ver un personaje que representa la idea del que lo ha escrito, y no ves que es alguien por sí mismo.

Además de muchas novelas en su haber, también cosecha varios premios. ¿Qué siente cuando se reconoce su trabajo, cuando lo que escribe a la gente y a la crítica le gusta? 

Sobre todo alivio (risas). Cuando te dedicas a esto, desde el principio lo haces con una ilusión tremenda de ser aceptado por algún público lector, y algún público crítico también. Cuando ambas cosas suceden, pues reconforta, alivia y te da la energía para seguir. Es como la gasolina con la que vives. Ha habido casos de escritoras y escritores que no tuvieron ese tipo de recepción y siguieron escribiendo. Y años o siglos después se ha descubierto que eran buenísimos. 

Es una carrera de fondo al final, ¿no?

Sí, claro, es una carrera de fondo. En una carrera hay picos y valles, pero necesitas una constante. 

Ahora vuelve a las librerías, y lo hace con Cualquier verano es un final. Comentaba antes que le preguntan mucho de dónde nace la inspiración. ¿Esta historia de dónde nace? 

Hombre, el principio o el pistoletazo de salida, es mi propia circunstancia de alguna manera. Haber pasado por un momento muy delicado de salud, de esos de romper las aguas, de decir: “Para este lado vas para aquí y para este no vas muy lejos”. Y enfrentarte a eso, asumirlo, pensar en ello... Y luego, como no quería escribir un libro testimonial o de autoficción, utilizar esto como una rampa de lanzamiento para construir una ficción desde dos personajes que poco o nada tienen que ver conmigo en realidad. Son dos personajes inventados pero que participan de algunas de mis sensaciones, reflexiones, etc.

O sea que sí hay parte de realidad, al menos en algunos aspectos. 

Hombre, salen muchos lugares que han sido lugares muy importantes en mi vida. Portugal, Lisboa en concreto con la costa de Carvalhal, Venecia -donde he pasado mucho tiempo-... Y también tenía que ver con que cuando escribí esta novela estaba prácticamente inmóvil, porque estaba pasando una larga enfermedad, y luego vino el largo confinamiento, y me apetecía mucho que mis personajes viajaran a sitios muy bonitos donde fui feliz alguna vez. 

Es cierto que tanto los personajes como las localizaciones son una pieza central de la novela.  

Sí. Para mí lo central es una vez más el cómo, cómo fluye la escritura, pero por supuesto mientras estás haciendo ejercicios de estilo tienes que contar algo, porque si no no es novela. Entonces, es una mezcla de ambas cosas. 

Aquí hace una oda a la amistad y al amor, dos emociones que mueven o deberían mover el mundo, ¿no? 

En gran medida supongo que en nuestro mundo individual, de cada uno, lo mueven bastante. Otra cosa es que el mundo colectivo tenga otras causas más severas y a veces más absurdas, como el dinero. Pero por debajo de eso, en nuestras vidas personales, sí que mueven prácticamente todos nuestros alientos. 

También introduce otros temas, como la muerte. ¿Hasta qué punto siente que nos resistimos a hablar de ella?

Bueno, sí hay una especie de no sé si de mal fario al mencionar la muerte, de superstición. Y hay otro tipo de gente, que es muy lícito, que lo tiene asumido en un punto religioso. Piensan en la muerte desde la fe. Esto es muy envidiable y muy bonito. No es mi caso. Entonces tengo que pensar en la muerte de otra manera. He intentado pensar en la muerte de esa manera, pero no me lo compro yo mismo en mi mente. Y es verdad que hay un pequeño tabú con este asunto de la muerte. Yo me acuerdo que estuve viviendo un tiempo en Estados Unidos, y allí las casas funerarias están dentro de cada zona, de cada manzana casi. Hay una manzana de edificios y en cada esquina hay una casita funeraria, pequeña, donde la gente que más o menos vive por allí, hace sus sepelios allí, sus tanatorios y tal. Aquí, en nuestra sociedad, por ejemplo, tenemos nuestras fábricas de la muerte fuera de las ciudades, como se tenían antes los casinos. Y eso ya te da una sensación de que no queremos lidiar con esto día a día. Cuando se nos muere alguien, vamos al tanatorio, que son como unas factorías de muerte, donde hay cien mil personas -unos entran y otros salen-. Y sin embargo no están tan dentro de nuestro día a día, no naturalizamos bien este proceso, siendo el único proceso seguro de nuestras vidas, tanto verlo como acabar sufriéndolo.

¿Cómo ha querido abordarlo en esta novela? ¿Siente que hay alguna forma de hablar de la muerte sin temerla? 

Bueno, diferencio mucho entre la muerte de los demás -que supone un dolor insoportable- y la muerte propia -que me parece que es algo que se puede asumir perfectamente-. Y lo hago en el libro incluso con sentido del humor y con cierta dulzura. La historia de estos personajes son dos personas como cortejando a la muerte de alguna manera, cada uno desde un ángulo distinto pero con bastante naturalidad. 

Hay quien la describe como una vieja amiga, o compañera.

Sí, es que al final vamos a tener que bailar con ella, queramos o no queramos. O sea, que mejor irse acostumbrando y ensayando los pasos. 

¿Qué sensaciones le gustaría transmitir con esta novela?

Lo que me gustaría es que al cerrar el libro se queden con una sonrisa, con tranquilidad, como algo apacible, bonito y dulce, y me parece que está sucediendo porque el libro lleva ya un tiempo en la calle y tengo referencias de los lectores y críticos. Quiero que a pesar de que habla mucho de la muerte, casi todo el tiempo, he intentado que lo profundo flote de alguna manera, que todo eso en realidad vaya como por un arroyo tranquilo y encantador. 

Y si solo pudiera quedarse con una sensación que le transmita a usted, ¿cuál escogería?

Pues esta que te he dicho. No hay una parte del libro que diga “Esto me encanta especialmente”. Los libros los piensas enteros y los escribes enteros, pero sí me quedo con esa sensación de esa mezcla de saudade del final del verano, que es un dolor apacible, una tristeza llevadera y casi encantadora de alguna manera. 

En otro orden de cosas, más de una vez ha recalado en Euskadi y Navarra. ¿Qué siente cuando viene? 

Siempre vengo tan contento. Tengo muchos amigos de Bilbao, Navarra, Donosti... Y he venido por muchas razones, tanto para el festival de cine como para mi trabajo como escritor. Siempre vengo muy contento, porque recuerdo lo contento que me fui la última vez (risas). 

¿Le gusta irse de pintxos?

Sí. A veces me apetece irme de pintxos y otra comerme un chuletón, por ejemplo. Y aparte, me gusta la gente de aquí, el clima social. 

Y además de las amistades y la gastronomía, ¿hay algo que le atrape especialmente? 

Bueno, el paisaje. Viniendo de la triste Castilla, esto es una maravilla.  

Y si pudiera pedir un deseo, ¿qué le pediría al futuro? 

Virgencita, que me quede como estoy (risas).