El 6 de noviembre del pasado año 2024, el villavés Pablo Merino Maeztu, ahora con 44 años, recibió un whatsapp del sacerdote del Opus Dei, Jacinto Lázaro Laguardia. Había sido su capellán en el colegio Irabia de Pamplona cuando era niño. Y durante la juventud y la vida adulta siguieron teniendo una amistad, y quedaban de vez en cuando para comer y se felicitaban los cumpleaños. El caso es que aquel mensaje era muy escueto y nítido: “Hola, no se si estás en Alemania (Pablo trabajaba con un tráiler). Llámame cuando puedas”. Pablo aparcó el camión y telefoneó a Jacinto. Al descolgar, el cura le dice que “habían ido unos del Opus a su casa, que ya no podía ni salir, ni hacer comuniones, ni bautizos, ni nada. Me dice que le preguntaron a ver si yo iba a denunciar y que él les respondió que yo no lo iba a hacer, que él ya había hablado conmigo. Entonces algo se activó en mi cabeza, algo me estalló. Estos del Opus querían salvar su culo de esta movida, el otro (el cura) miente, porque ni siquiera había hablado conmigo de eso, de no denunciarle... Entonces es cuando decido dar el paso y contarlo. Y veo que a mí, contarlo, me sana. Si el cura no me hubiera llamado, seguiría igual. Gracias a él, se va a saber todo lo ocurrido”.

Un año meditando qué hacer

A partir de aquella interlocución, Pablo estuvo un año rumiando “sin saber qué hacer. No sabía si denunciarlo o no. Ha sido duro. Al principio no quería porque me daba pena el cura. Incluso pensé en hacerlo después de muerto para que no le pasara nada. ¡Imagínate hasta qué punto estaba confundido! Pero es que ahora creo que este hombre no puede seguir siendo cura, no puede terminar sus días así. Para mí es el demonio”. El 25 de noviembre de este año acudió al juzgado de Instrucción de guardia de Pamplona y presentó una denuncia por abusos sexuales de todo tipo durante al menos dos años –entre los 13 y los 15, sobre 1994 y 1996– y ahora lo hará también en el Defensor del Pueblo. Después de esa llamada no ha tenido más contacto con él. Pero el religioso le ha seguido escribiendo hasta esta misma semana, cuando El País publicó por primera vez el testimonio de Pablo. Mientras, durante este último año, Jacinto siguió felicitando a Pablo por su santo, e incluso le escribió también para mostrarle su sorpresa por las llamadas de periodistas que le informaban de que había sido denunciado por abusos. Su mensaje fue: “Nada, no entiendo tanto odio. Pido a Dios sobrellevar la que se me viene encima. Pero mi familia...”.

"Pensé que podía ser un caso aislado, y luego descubrí que había más casos"

Pero Pablo, muy lejos de aquella creencia que ha dominado gran parte de su vida, “cuando llegué a pensar que podía ser un caso aislado y que se había enamorado de mí”, descubrió a raíz de su denuncia lo que ya se imaginaba pero no quería creer. “Ese cura es un depredador sexual. Al enterarme que había un caso en un colegio de Gipuzkoa en los años 80 y otros abusos a una mujer súpernumeraria en Madrid para mí fue como un refuerzo, un afianzamiento de lo que he hecho. En todos los casos era el mismo modus operandi. Empieza por embaucarte, comiéndote la cabeza, y se aprovecha de que tú te confiesas ante él y digamos que conoce todas tus debilidades. Yo creo que este hombre se metió a cura para tener carta blanca y que dentro de la Iglesia no tuviera consecuencias lo que hacía, para estar protegido”.

"He vivido un síndrome de Estocolmo con un cura que era un demonio"

A aquella llamada de alerta recibida en 2024, que sirvió a su vez de espoleta de la denuncia, Pablo le respondió que “aquello que había pasado no era normal y le dije que Jesucristo no había dicho nada sobre el celibato de los curas. Jamás hasta entonces habíamos hablado de nada de lo que había pasado entre nosotros. Aunque hubiera ocurrido hace tantos años y luego mantuviera la amistad con él, nunca hablaba de eso. Me quería controlar precisamente para no denunciar, para saber todos mis pasos. Tengo la imagen de haber vivido un síndrome de Estocolmo y él no pensaba que yo fuera a dar el paso. Pero ha sido precisamente el causante y detonante de que lo hiciera. Era el típico cura al que le querían en muchas casas, se metía en todo, era cercano, se dejaba querer... Es un psicópata embaucador que ejercía totalmente un control psicológico, moral y espiritual sobre ti en un círculo neutórico. El mismo demonio que cometía el pecado luego te absolvía”.

En el colegio y en el club juvenil

Pablo Merino Maeztu estudió entre los 6 y los 16 años en el colegio Irabia. Estaba predestinado. Su familia era del Opus, sus abuelos conocieron a San Josemaría, su madre trabajaba como gobernanta de la limpieza, y sus tíos y primos pasaron por aquellas aulas. Él se dibuja a sí mismo como un niño muy extrovertido, muy movido, “yo creo que he sido un hiperactivo sin diagnosticar”, muy mal alumno “pero porque no me centraba, era incapaz de leer un párrafo seguido”, y aun así muy querido por todos los profesores, por los niños pequeños porque “cuidaba de ellos en el comedor e incluso tenía llaves del centro”.

Sobre su relación con el cura Jacinto Lázaro Guardia, desconoce cómo empezó la misma, fraguada a través de la capellanía del colegio y del hecho de que fuera el referente del club juvenil Noray, que organizaba diferentes actividades lúdicas dentro del centro. El religioso tenía dos despachos de hecho: uno propio del colegio; otro, del club. Cuando el colegio cerraba sus puertas, el club estaba abierto. Era un escenario perfecto para que nadie se enterara de lo que ahí ocurría. Y nadie se enteró. Porque Pablo, hasta el año pasado, tenía pensado callarse hasta el fin de sus días. “Hasta aquella llamada de noviembre de 2024 yo jamás había pensado hablar de esto. Me lo iba a llevar a la tumba. Creo que he sido fuerte mentalmente y esto me ha afectado, pero he podido afrontarlo. O eso quiero creer. No he pasado por un psicólogo para saberlo”.

De todas formas, sobre el origen de su relación, Pablo tiene una teoría ahora mismo irrebatible. “No se cómo empezó nuestra relación, no se si fue así, pero echando la vista atrás, creo que como cuando te vas a confesar le cuentas todas tus historias, a raíz de confesarte sabe lo que haces. Y yo era un chaval que me iba a confesar todos los días, pues imagínate para confesar que te masturbabas o cosas así. Y supongo que ahí, él dijo esta es la mía. Imagino que fue cuando empezó el acercamiento y yo, que era cariñoso, pues le abrazaría, le seguiría, porque estaba con él todo el día. A nadie se le ocurriría que hubiera más cosas”.

Lo trasladaron y lo ocultaron

Y de todas esas jornadas juntos, casi de sol a sol, en las que Pablo participaba de muchas actividades en común con el propio religioso –“a mí incluso me gustaba ser monaguillo, porque pasaba tantas horas allí que algo tenía que hacer”–, fueron surgiendo cosas “que no eran normales”. Sobre todo ocurrieron en su despacho. Tocamientos, masturbaciones, felaciones, penetraciones... Abusos de todo tipo sobre un niño al que le llegó a regalar un teléfono móvil en los 90, al que le compraba chucherías, al que le enseñó a conducir... Pero llegó un momento en el que Pablo se sintió “superagobiado”. “Recuerdo un momento en el que me dije: yo no puedo seguir con esta mierda. Ya era mayor. Se lo conté todo a un profesor (Juan Antonio Gil Tamayo, ya fallecido) en el club juvenil y se quedó sin palabras. Él se lo relató a su vez al director del club (Pedro Blázquez) y al poco tiempo Jacinto desapareció del centro. Se lo llevaron a otro lado. Pero nunca me dijeron nada, ni me ofrecieron nada. Ahora lo recuerdo y me entra una rabia... Porque lo único que hicieron fue ocultarlo. Y que pudiera hacer lo mismo en otro sitio. Le encubrieron y no le denunciaron. A mí me dejaron tal cual. Y ahora, todos estos años después, cuando he denunciado, lo que me dicen es que querían protegerme. Eso me han dicho esta semana. Flipo con esa frase y también con el comunicado del Opus en el que dicen que por expreso deseo de mi familia, en 1998, no se actuó de otra manera con él. ¿Cómo van a saber cuál era el deseo de mi familia si ellos nunca supieron nada de todo esto, si nadie lo sabía?”.

Al sacerdote se lo llevaron al Tribunal eclesiástico de la Rota, según la información que dispone Pablo por parte de su propio agresor. “Él siguió en contacto conmigo y me contó que lo habían machacado a preguntas y que lo había pasado fatal. Me llegó a decir: cómo no me lo contaste a mí y lo hubiéramos parado. No es solo el abuso físico, sino el psicológico, incluso espiritual. Te abduce de tal manera que no sabes ni lo que haces. Y yo imagino que entonces le quería quitar hierro al asunto cuando pasaban aquellas cosas. Se da la circunstancia de que he mantenido relación de amistad con este hombre hasta el año pasado. Venía a comer a casa con mis padres e incluso luego le presenté a la madre de mis hijos. Ahora entiendo que de alguna manera su intención y su objetivo era tenerme controlado, me veía que estaba bien y que podíamos ser amigos. Yo creo que quería mantener el contacto para eso. Me lo iba a llevar a la tumba, no le iba a decir nada a nadie. De hecho nunca jamás lo había contado hasta el año pasado. Pero me hizo esa llamada en 2024 y, por lo que fuera, exploté”.

Joderle la vida y la infancia

Con ese calvario a cuestas, que quizás otros no hubieran soportado, Pablo Merino empieza a entender ahora muchos de los interrogantes y contradicciones que ha experimentado en su vida. “Por supuesto que me ha afectado. Hay muchas cosas que mejor ni contarlas. He hecho mucho daño a muchas mujeres sin darme cuenta porque no sabía ni lo que era, me he sentido asqueroso cuando he tenido relaciones, he tenido que cambiar muchísimas cosas, pero las he hecho yo solo y sin saber, porque creo que al menos soy fuerte mentalmente. Y luego el tema de beber y drogas pues seguramente vendrán de ahí también”. Ahora, “de toda aquella burbuja en la que vivíamos, en la que no sabíamos ni qué era la vida ni qué eran las mujeres”, al no poder dar marcha atrás, Pablo busca que su ejemplo sirva. “Por supuesto que mi intención no es otra que esto no vuelva a pasar y, sobre todo, que se haga justicia con esa persona que es un abusador. Mi infancia y mi vida ya me la jodió, eso ya no lo puedo remediar. Pero la pregunta que siempre me haré es ¿cómo sería yo si esto no hubiera pasado? Lo que más me jode es no saber la respuesta”.