Seguimos a primeros de febrero. Es domingo, y no por ello nos tomamos descanso. Desde hace días hay levantera, ese aire caliente y fuerte que trae las arenas de la zona de Argelia, y que desde Tarifa a Medina Sidonia pega con demasiada fuerza. Hay que seguir de visitas, y lo primero es de agradecer que nos puedan atender en esta casa. Cierto es que el campo no conoce de días ni horas. Pero, sabedores que este era el día acordado con José, el problema era poder comer donde siempre lo hacemos cuando por esta zona venimos. Y es que la amistad con Pascual, su hijo Pedro, y toda la familia, hace que no podamos pasar por aquí sin entrar a dar un abrazo a todos ellos. Y en fin de semana no da de comer. Mi mujer me va a matar, me dijo Pedro cuando llamé a preguntar, pero tendréis las perdices y el rabo de toro a punto para vosotros. Entramos antes de llegarnos a La Zorrera a saludar y abrazar a la familia, y allí me cuenta el viejo capo de la venta que el mayor de esa casa, Salvi, tuvo un accidente grave esa misma semana. Y con el aviso de que para las dos estamos de vuelta, bajamos a la finca con esa cantinela.

Hemos quedado con José, y también con nuestro común amigo Pepe Silva, hombre conocedor del mundo del caballo como pocos en la zona, y que mantiene una gran relación con la casa Cebada. En la plazoleta de entrada al cortijo nos esperan, y también se encuentra Salvi, que al momento, tras el saludo lógico, me cuenta con pelos y señales todo lo acontecido con el accidente. Siniestro total del coche, que por modernidad y fortuna tiene tantos airbags, que tanto él, como el hijo que le acompañaba están perfectamente. Y con estas nuevas se despide. Se va a la otra finca a seguir el trabajo con las vacas, mientras nos quedamos con su hermano, nuestro cicerone habitual, con el que echaremos casi el día entero. Vamos a ver la camada de salida del año, más parte de los utreros y cuatreños atrasados, estos últimos que dejará para cinqueños posibles para plazas importantes del próximo año.

Dos pavos del guarismo del 9. P.A.

Tras la casa, en el corral central, vemos a los primeros elegidos. El sol es fuerte, pero molesta el aire. No es el levante vivido otras veces, pero aún corre. Desde hace diez días no ha parado, nos cuentan. Y eso hace que todo esté reseco en exceso. Enseguida, entre los muchos toros que hay, se vislumbra una cuadrilla importante. Variedad cromática total, vemos burracos, coloraos, salpicados, un increíble sardo, varios negros. Y aún tiene más en otra zona, nos dice. Entonces cuántos, digo. Ahora mismo hay once posibles toros. Y vamos viendo uno a uno, sin ninguna prisa y dándoles la vuelta, procurando que el sol no moleste, sobre todo para el objetivo. Intentamos estorbar lo menos posible a los animales, que se suelen juntar y esquinar en esta casa como en pocas se puede ver, debido a la búsqueda que hacen, y que encuentran, procurando taparse lo más de la ventolera, demasiado habitual en su pacífica vida. Con la debida precaución vamos parándonos. Hay un toro sardo, con pelos blancos en mayoría en su cuerpo, que llama la atención de todo el mundo, principalmente por sus ‘velas’. Tiene una encornaduras que asusta al más pintado, y a dos metros de distancia, mientras nos mira, da la sensación que el todoterreno de la casa puede ser mantequilla como se le ocurra enfadarse. Los tres pasajeros de atrás siguen en dicharachera charla hablando sobre cada animal. Delante, suena el click de mi cámara, y José y yo estamos en silencio. No pasa mucho tiempo sin que me haga la pregunta de siempre. Y la respuesta no puede ser más clara. Creo que es la mejor camada que he visto en cuanto a los gustos actuales. Sobre todo en volumen. Los toros que vemos aquí, que yo he contado hasta siete posibles, están ya más que rematados para salir rumbo al norte. Cinco meses antes de que lo hagan.

Magnífica estampa de este cinqueño. P.A.

Seguimos por los caminos y nos vamos a otro gran cercado. Entre muchos utreros, rápido se distinguen unos cuantos toros hábiles para los veedores al tener similares hechuras que los anteriores. Allí echamos gran parte de la mañana al encontrarnos con dos huéspedes inesperados. Un caballo y un potro ha saltado de corral rompiendo una esquina de cerca, y con los coches los separamos de los toros. Mientras, perdices por los suelos, toros a su aire, en un lujo poder disfrutar de estos instantes.

Terminamos en la corrales de piedra junto a la casa. Allí aún hay otro posible. Pero, aún más importante, la posible camada para el año 2025 si es que vuelven a ser contratados. Eso se suele decir, a veces, con la boca pequeña. Pero hoy es una realidad, no en vano esta casa es de las preferidas en tierras navarras. Hasta los chiquillos juegan de toro siendo un ‘cebada’, rápido y certero. Así que, tal y como se encuentra de mermado el ganado en el campo al llegarse los productos de la pandemia sufrida de esta primavera en adelante, el trabajador inteligente, como sin duda Miguel Criado y su hijo lo son, ya está pensando en el próximo año, sin ni siquiera saber qué sucederá en este.

Apremio al personal porque estamos montados sobre la hora, y prometí al baranda que comeríamos ligeros para dejarle la tarde, lo más ancha posible. Terminamos aquí y subimos a Venta Pascual. Parroquianos habituales quedan en el bar. Ya saben que se ha alargado el horario. Nosotros entramos a comer. Mesa preparada donde además de las viandas y las chanzas con Pedro, se habla de toros. Y la razón tras lo visto es que la camada de este año es más que buena. Y sin empezar el segundo plato, Juanito Cid se nos une al grupo. Ya ha comido. Pero, un poco de aquí, y muchas cosas que contar, la tarde se alarga hasta casi oscurecer. Total, la bronca ya me la han echado, dice Pedro. Y viendo perder a Osasuna en El Sadar 0-3, y en grata conversación, el día, a pesar de la goleada del Celta, queda impreso en nuestro disco duro como uno de esos importantes en el campo. Y vaya por delante mi gratitud por su atención en todo momento a don José García Cebada. Ahora, que llegue julio, y a triunfar.