Hubo un tiempo en el que el juego de la pelota se erigió como el deporte favorito de Madrid. Cuenta el artículo Frontones Madrileños, alojado en el sitio web de Ediciones La Librería, que la nata y la crema de “la capital del reino” lo popularizó entre sus vecinos a finales del siglo XIX, la época dorada de Donostia como el epicentro del turismo estival de lujo. La enorme afición que despertó en Madrid “propició la construcción de grandes frontones industriales –hasta ocho, según la asociación Madrid Ciudadanía Patrimonio–, verdaderos teatros de la pelota con graderíos, palcos y servicio de restaurante”. Pocos se alzan con la solera de antaño, pero el antiguo frontón Beti Jai ha sido recuperado por el Ayuntamiento por su valor arquitectónico. Reabrió al público permanentemente el Jueves Santo tras casi un siglo desde su último partido de pelota y al filo de su 130 aniversario.

Construcción

Construido en 1894 en el distrito de Chamberí, tiene una extensión de 67 metros cuadrados y capacidad para acoger a cerca de 4.000 espectadores. El edificio, de cuatro plantas de altura con balconadas corridas, mezcla el estilo neomudéjar con la arquitectura de hierro en sus barandillas de orfebrería. Los párrafos de Frontones Madrileños recogen que este es un edificio de gran valor arquitectónico “por el uso pionero del hierro en su construcción” y sus singulares características, “a medio camino entre los teatros y la plaza de toros”. También se trata de una edificación con significación histórica, porque es uno de los primeros recintos comerciales para espectáculos deportivos construidos en el Estado. “Prueba de la importancia de estos frontones es que fueron diseñados por profesionales que participaban en la planificación y construcción de los grandes edificios y barrios del Madrid moderno”, recalca el artículo. En el caso de Beti Jai, la obra corrió a cargo de Joaquín Rucoba, el arquitecto que también firma el Ayuntamiento de Bilbao.

Construido en 1894, el frontón aúna el estilo neomudéjar con la arquitectura del hierro, dos tendencias en boga en la época. Archivo

Beti Jai cesó su actividad deportiva en 1919. Hoy, recién restaurado. FELIPE NOMBELA

El fasto de la obra y el lujo de sus materiales perdieron su lustre cuando el fervor por la pelota vasca se apagó de forma súbita con la llegada del siglo XX. Aunque en las décadas de los años 20 y 30 del caduco siglo pasado se renovó el interés por el deporte, estos primeros frontones fueron destinados a otras funciones. Beti Jai, en particular, cesó su actividad deportiva en 1919 y se reconvirtió en taller de Citröen, en concesionario de Harley Davidson, en testigo de cómo el inventor Leonardo Torres Quevedo daba a luz al dirigible o al telequino –el primer precursor del mando a distancia–, o en vivienda para algunos madrileños, como se refleja en la película Madrid de Basilio Martín Patino. Con el tiempo, el edificio fue abandonado hasta su expropiación por parte del consistorio madrileño en 2015 y su posterior restauración, iniciada ese mismo año.

El brillo

La Dirección General de Patrimonio Cultural del Ayuntamiento de Madrid apunta que el proceso de recuperación comienza mucho antes de la acometida de hace nueve años. “El punto de inflexión lo marcó un extenso artículo publicado en 1962 por la revista Dígame, que repasaba la historia del frontón”, señala. Este mismo reportaje afeaba a las autoridades el mal estado de conservación de Jai Alai y logró despertar el interés de algunos sectores de la sociedad. “Fue el germen de un sentimiento de protección hacia el viejo frontón”, asegura. Ese sentimiento se tradujo en su declaración como Monumento Nacional en 1990 y en Bien de Interés Cultural (BIC) en 2011. El proceso de reconocimiento se culmina con la recuperación total del edificio, que en su arranque como enclave turístico acumula más de 3.000 visitas.