“Normalmente trato de no tener ansiedad con estas cosas en cuanto saco una novela; así que ya me he puesto con la siguiente”, confiesa Ismael Martínez Biurrun (Pamplona, 1972), que acaba de publicar Duración de un fantasma (editorial Aristas Martínez). Ganador de los premios Nocte, Celsius (por partida doble) y Kelvin, el autor navarro explora en esta novela en la que espectros, criaturas y peculiares habilidades se mezclan con penas, recuerdos y esperanza.

¿Cómo sienta que en la contraportada de la novela le comparen con Clive Barker, David Cronenberg y Mariana Enríquez?

–Da un poco de respeto. Te dices, ‘¿con qué derecho estamos planteando esto?’ Más que nada, se trataba de dar pistas de la atmósfera y de algunas claves que hay dentro de la novela. Barker es un autor que siempre me ha fascinado por su calidad literaria y por cómo introduce el tema del deseo y del sentir con intensidad. Sus personajes tienen un punto extremo en el que hacen algún pacto con alguna criatura infernal o lo que sea y al final el placer acaba confundiéndose con el dolor. Y de Cronenberg directamente he tomado algunas cosas de una de sus películas. Por ejemplo, de Cromosoma 3, donde salía directamente el asunto de la psicoplasmosis. No sé si se lo inventó él o no, pero me pareció muy chula la idea de que mediante algún tipo de técnica se consiguen sacar los demonios de la mente y convertirlos en realidades físicas más o menos repugnantes. Y en Nuestra parte de noche, de Mariana Enríquez, había también un asunto de familias y de invocaciones a criaturas de la oscuridad que tienen un poco en común con la atmósfera de este libro.

¿Cuánto tiempo nos acompaña un fantasma? En distintos momentos de la novela, algunos personajes creen que poco, pero parece que pueden durar toda la vida.

–Claro. En definitiva, el fantasma es el símbolo más evidente de los asuntos del pasado sin resolver. La analogía de la novela y de todo este tipo de historias es que mientras el protagonista o la protagonista en cuestión tiene asuntos resolver de su pasado, en este caso conflictos con el padre, ese fantasma siempre va a estar merodeando y acosándolo de alguna manera. En la novela también hay un momento en que se plantean directamente cuánto dura el dolor de la pérdida. Y supongo que la respuesta es que dura siempre; que mientras uno esté vivo, hay cosas que siempre están en la cabeza.

"Cuando un libro me da respuestas, me escama un poco porque, normalmente, toda la ficción es una exploración"

Traumas.

–Sí, y el planteamiento es que no se trata tanto de dejarlos atrás o de derrotarlos, sino aprender a convivir con ellos, de tenerlos un poco domesticados en nuestra cabeza y, en el fondo, de hacer un poco las paces con nosotros mismos. Creo que una de las claves de la novela seguramente es que Romana, la protagonista, se dedica un poco a hacer las paces consigo misma; entre otras cosas por el asunto con su padre y también porque ha llegado a una época en su vida, los 50 años, en la que empieza a hacer balance y se plantea qué talentos ha aprovechado o no ha aprovechado de su vida. Es una experiencia bastante común en esta edad.

Volvemos a una historia de maldiciones familiares. Sin duda la familia, está muy presente en su trabajo. Al final, la familia casi siempre lo contiene todo, ¿no?

–Es verdad que la familia es el escenario prototípico o favorito de la literatura, sobre todo de terror. Y creo que tiene que ver con el hecho de que, al final, es donde se unen las experiencias más intensas, el entorno en el que se construye nuestra identidad. Lo que somos, somos, tiene que ver también con quiénes son nuestros padres, nuestros hermanos, como con el sitio donde hemos nacido... Así que todos los conflictos que tienen que ver con la familia son siempre como un dolor intenso. Esto lo sabía Shakespeare, que siempre emparentaba a sus protagonistas para que cualquier tipo de conflicto tuviera el doble de resonancia.

También aborda la maldición como algo que se hereda.

–Sí. Esto viene ya desde la novela gótica; pero esta cosa tan literal de la maldición y de la sangre refleja simplemente esa idea que comentábamos de que lo que somos en gran medida de dónde venimos, de quiénes nos han nos han construido un poco la cabeza y cómo hemos aprendido a tener las primeras emociones, los primeros afectos, los primeros desafectos, las primeras alegrías y las primeras tristezas. Y es verdad que, ahora, en todas mis novelas el tema de la familia vuelve una y otra vez. Supongo que también tiene que ver con la experiencia propia, con tener hijos; eso también te condiciona y te ordena el tema de los miedos.

"La familia es el escenario prototípico o favorito de toda la literatura, en especial de la de terror"

¿A qué miedos se refiere?

–¿Que es lo que más miedo te da como padre? Sobre todo que les pase algo a tus hijos. Y también el tema de la pareja. La verdad es que todos los conflictos más vertiginosos que podamos imaginar siempre transcurren en el ámbito de la intimidad familiar. 

Como apunta, los traumas del pasado marca lo que somos y lo que seremos, pero también deja una puerta abierta a la esperanza de que se puede manejar todo esto.

–Claro. En el fondo, soy optimista y lo veo así. En la novela, Romana es una escritora por encargo y, habitualmente, sus clientes son personas comunes que han tenido vidas normales y que encargan a alguien que les escriba su propia vida. Ella se ha especializado en coger esas vidas y en convertirlas en historias. Creo que era Frank Kermode el que decía que el cometido del novelista es convertir el kronos en kairos, que se refiere a convertir la sucesión del tiempo bruto, los minutos y segundos, en una historia con significado. Y es un poco lo que hace Romana. Pero, en un momento dado, se da cuenta de que está entrando en los 50 años y se pregunta qué pasaría si se aplica esa estructura a sí misma. Podríamos decir que se encontraría  en la parte del clímax de la historia. Por eso, en cierto modo entra en una especie de urgencia, de necesidad de recuperar el deseo por vivir intensamente antes del último acto. 

Romana recuerda algunas experiencias de su juventud en una ciudad de provincias; de contenedores quemados, de pelotazos, de una determinada generación que creció con cierta música, con ‘Los Goonies’, con ‘Flashdance’... ¿Es este es el personaje que más tiene de Ismael Martínez Biurrun?

–Totalmente. Supongo que es inevitable. En algunos casos, como en este, se nota más porque ella es escritora. Independientemente de que yo escuchara esa música en concreto o no, habla de una misma época. Siempre tengo un poco miedo de abusar de lo nostálgico, que es el peligro que tenemos ya a partir de esta edad, pero en este caso creo que estaba justificado porque, desde esta mentalidad de la escritora que intenta darle una coherencia al relato de una vida completa, inevitablemente tiene que mirar hacia atrás. Además,  la nostalgia es una emoción muy fantástica en sí misma. De repente, cuando escuchamos una canción o vemos una película de hace 30 años, nuestra cabeza regresa casi literalmente a lo que sentíamos en esa época, como un viaje en el tiempo brutal.

Constantino, Amador, Romana, Luz... Les ha puesto nombres contundentes a los personajes.

–Sí, los he pensado mucho, pero no tienen significado en sí mismos. No sé por qué escogí estos nombres para la familia Olano, más bien buscaba la sonoridad. De hecho, escribiéndola me di cuenta de que tenía unos personajes con los que podía haber hecho casi cuatro novelas. Por ejemplo, con Constantino, el padre, que me pareció un personajazo; o con los años en los que Amador era el sanador de las almas tristes; con Romana... Incluso se podría escribir una cuarta que sería la protagonizada por Said y por Luz y, probablemente, por el hijo que van a tener... Me sobra material por todas partes, aunque eso me ayuda a escribir, corro el riesgo de que queden cosas sin explicar. Sin embargo, lo que más miedo me da siempre es aburrir; prefiero que la novela vaya rápida a sobreexplicar.

Portada del libro.

Portada del libro. Cedida

Parece que tiene claro que no va a continuar esta historia. ¿Como escritor, no le van las sagas? 

–No, nunca lo he hecho y no me motiva hacerlo. El acto de escribir una novela conlleva mucho trabajo y la recompensa es que llegue a los lectores, aunque sabes que la repercusión es muy limitada. Lo que quiero decir es que tienes que disfrutar del simple acto de escribir una novela, porque, si no, te frustras. Ya se me ha ocurrido una idea nueva, fresca, y eso es lo que me da ganas de dedicar los próximos meses a escribir.

En el fondo, ¿esta novela habla de la no aceptación de la muerte, de lo difícil que resulta y de las cosas que podemos llegar a hacer para no asumirla?

–Sí, al final, el tema de fondo de la literatura de terror, si es que este libro entra ahí, que tampoco tengo nada claro lo de las categorías, siempre es la idea de que no podemos escapar de nuestro destino. Y, en definitiva, el último destino siempre es la muerte. En la novela, Romana toma conciencia de la inevitabilidad tanto de las muertes de su familia como de la suya; por eso siente ese deseo urgente por sentir, por vivir con mayor intensidad los años que le quedan. En cierta forma, ser consciente de la muerte es, a fin de cuentas, una reivindicación de la vida, de que hay que aprovechar el momento del presente.

En alguna ocasión ha comentado que las novelas le sirven para indagar en distintos aspectos. Lo que ocurre es que muchas veces, más que respuestas, encontramos nuevas preguntas...

–De hecho, cuando un libro me da respuestas, me escama un poco porque, normalmente, toda la ficción es una exploración. Yo, desde luego, no me planteo respuestas, aunque, de alguna forma, saber que hay cosas inevitables y que eso nos empuja a vivir con mayor intensidad el presente es una forma de respuesta... Y la búsqueda de conocimiento que está en la literatura también es un fin en sí mismo. Dedicar la vida o parte de tu vida a buscar esa ampliación de la conciencia ya es un lugar de llegada.