“La palabra contenido me suena a ruido”. Así lo afirma Jaume Ripoll (Palma de Mallorca, 1977), cofundador de Filmin, plataforma que destaca por su sello de calidad, seguramente porque quiere ir “más allá del entretenimiento”. Ripoll ha participado en el V Congreso de Gestión Cultural de Navarra, que finaliza este miércoles, 17 de abril, en el Centro de Arte Contemporáneo de Huarte.

¿Qué cree que diría una persona nacida en la segunda mitad de los 90 si le digo la palabra ‘videoclub’?

–Posiblemente que aún quedan.

No está mal, entonces sabe lo que es.

–Ten en cuenta que los videoclubs hasta el año 2008 tenían una presencia bastante notable en el panorama español. De hecho, en Alemania, por ejemplo, los videoclubs tuvieron un papel significativo hasta 2020. Eso sí, si ya hablamos de los nacidos a mediados de los 2000, te diría que no tienen idea.

El año pasado publicó ‘Videoclub. Las películas que cambian la vida’. ¿Es una autobiografía, ficción, ensayo?

–Son memorias, pero todo recuerdo tiene una pátina de ficción, porque al final es una proyección de algo que pasó condicionada por todo lo que ha pasado después y por cómo entendemos la vida. También es un tributo doble. Uno, a mi padre, que fue, junto a mi madre, responsable por la educación que me dieron de que hoy pueda trabajar en Filmin y en el festival Atlàntida. Y, el segundo, al distribuidor, al prescriptor, a esa persona que recomienda películas, al que estaba detrás del mostrador, pero también al que distribuía películas a los videoclubs. Creo que ha sido una figura un poco olvidada, si no denostada en algunos momentos. El libro es una suerte de homenaje a ese tiempo y también a las personas que hoy siguen ejerciendo ese trabajo.

Tarantino, como Jaume Ripoll, también trabajó en un videoclub.

–(Ríe) Sí, pero yo no soy millonario. Aparte de esa pequeña diferencia (ríe), creo que somos muchos los que nos hemos criado con los videoclubs, ya sea delante o detrás del mostrador. Y te podría decir que casi toda la generación de directores que tiene ahora entre 35 y 50 años, más los de 50, por supuesto, son gente que ha crecido con el videoclub. Otra reflexión que apunto en el libro tiene que ver con cierto desprecio del cine al espacio videoclub.

¿A qué se refiere con desprecio?

–Si te digo que pienses en una película sobre cine, posiblemente me dirás Cinema Paradiso por lo bonita que es, con esas imágenes del haz de luz desde el proyector hasta la pantalla, con las butacas cómodas... En cambio, si piensas en un videoclub, podrías pensar que es donde los frikis iban a buscar sus películas, con estanterías sucias y pelis de fantasía y pelis porno. Y el videoclub era mucho más que eso. Esto parece trivial, pero no lo es, porque también obedece a cierta impresión que se tiene aún hoy en día, también a nivel institucional, de que el espectador de salas de cine vale más que el espectador de casa. Cuando un espectador es igual allá donde ve la película 

¿Como si hubiera espectadores de primera y de segunda?

–Eso es. De ahí que en las galas de premios siempre haya alguien diciendo eso de ‘hay que ir a los cines’, cuando cada cual puede ver una película donde quiera. La industria del cine tiene un problema de falta de público, no en salas, sino en general, por lo que nuestro objetivo debería ser ese. 

Sin embargo, se dice una y otra vez, casi como un tópico, que hoy se ven más películas que nunca. ¿No es así?

–Sí, se ven más, pero se ven peor. Muchas veces vemos las películas o las series en diagonal o no las acabamos. ¿Qué ha pasado con la música? Hoy tenemos el privilegio de tener aplicaciones donde la historia mundial de la grabación musical está a un golpe de clic. Pasa igual con la industria del cine. Y, claro, y en esto sí tenemos el mismo problema que tenían nuestros antepasados, solo tenemos una vida y tener tanto a nuestra disposición nos genera estrés. Empezamos a decirnos ‘tengo que ver esto y esto otro’, de manera que lo acabamos viendo mal porque estamos pensando en que se acabe para poder ver otra cosa. Todo esto provoca un permanente estado de necesidad de ver cosas que hace que no se piense en por qué se están viendo. 

Incluso se han acuñado conceptos como el ‘binge watching’.

–Bueno, ¿o qué términos utilizamos hoy en día para definir las obras que vemos? Consumir y contenido, dos términos que, sinceramente, tienen poco que ver con la cultura. De hecho, con los libros no pasa, los libros los lees. Y la música la escuchas. Sin embargo, las series las consumes... Relacionado con esto está la idea de la educación de la mirada. Hay que ejercitarla. Puedes hacerlo en casa o donde quieras, pero sí o sí este gesto empezará y acabará en uno mismo. Tienes que ser tú mismo quien acabe aceptando por qué ves algo o sabiendo qué te aporta verlo.

Claro, hay películas y/o series que conllevan más esfuerzo.

–A lo mejor hay películas que te incomodan, no te entretienen, te ponen a la defensiva o te aburren. Pero tal vez nos ayudan a entender mejor al ser humano. Creo que el cine que puede sanar heridas o anticipar algunas que vendrán es un cine que merece verse con atención.

¿Hay películas que cambian la vida?

–El cine nos ha cambiado la vida a mucha gente. ¿Cuántas veces pensamos en nuestra vida a partir de las películas o de las series que vimos, si fue con el primer amor, con el primer desamor, con nuestros padres, con nuestros hijos, con colegas, en casa, en cines...? Influyen sin duda. Y nos definen como seres humanos.

Lo ha comentado antes, de alguna manera habría que redefinir el aburrimiento, porque es cierto que últimamente tenemos la atención bastante dispersa. Ponemos el primer episodio de muchas series y acabamos cada vez menos. ¿Es un problema de impaciencia?

–Yo estoy muy a favor de aburrimiento. Nos tenemos que callar y aburrir más porque solo así salen buenas ideas. Si estás permanentemente entretenido, permanentemente haciendo cosas, jamás surgirán. El principio motor de la creación es aburrirte. Y eso no significa aislarte en la montaña con el móvil desconectado; hay otras otras maneras de silencio. En esta sociedad hiperconectada, nuestra cabeza funciona como una tienda 24 / 7, siempre abierta, y cada vez hay más gente que necesita parar eso.

Y con las películas puede pasar lo mismo.

–Sí, hay películas que dejas porque crees que no pasa, pero quizás pasan muchas cosas y no eres capaz de verlas en ese momento. Hay obras que exigen y que no te lo ponen fácil. Y tú te puedes poner a la defensiva o aceptar el juego y esforzarte como quien se esfuerza en el gimnasio o quien se esfuerza con la gastronomía.

“La palabra contenido la asocio a ruido; vamos de titular en titular y no escarbamos. Claro, reflexionar implica parar”

¿La gastronomía?

–Siempre hago la analogía de la gastronomía. De pequeños, ¿a cuántos de nosotros nos parecía que era horroroso comer brócoli o pescado?  Pues, de repente, ahora hay gente que paga 10 euros por un zumo detox verde que sabe a rayos. O diles a unos colegas tuyos para ir a comer a un japonés. Van todos. O a un taiwanés. O a un turco. Pero nadie irá a ver una película turca, ¿verdad?

¿Esta idea de educar la mirada está en la fundación de Filmin?

–Los tres fundadores, Juan Carlos Tous, José Antonio de Luna y yo, llevábamos toda la vida distribuyendo VHS y DVD. Primero en Filmax, después en Manga Films, más tarde en Cameo... Y, en ese momento, le vimos las orejas al lobo, que aun estaba en la madriguera, aunque la música ya estaba sufriendo un cambio sistémico con Internet. Estaban Napster y llegó Megaupload. En ese momento, cuando Netflix estaba enviando DVDs por correo y todavía no era una plataforma, nosotros entendimos que el futuro estaba el mundo del on line.

Y contaron con Cines Golem.

–Tuvimos la suerte de que Pedro, Josetxo y Otilio apostaron muy fuerte por esta idea desde el principio.

Mesa redonda celebrada en el Congreso de Gestión Cultural de Navarra. Unai Beroiz

Pero creo al principio tuvieron más noes que síes.

–Tuvimos los noes del gobierno español y autonómicos, que no creían que una plataforma de cine on line tuviese sentido. Y también de los bancos. Era el año 2008, la crisis de Lehman Brothers, y dejaron de dar créditos a cualquier ente privado. Así que sí, tuvimos muchos noes, pero también muchos síes, empezando por el de nuestros socios. Fue inequívoco y contundente y durante 10 años financiaron a una compañía que perdía dinero. Es mejor ser agradecido y recordar toda aquella gente que desde el principio confió en Filmin. Entendían, como muchos otras compañías españolas, que era necesario crear una oferta legal que compitiera con la oferta ilegal que había.

Pasados más de 15 años, ¿cuál es la esencia que mantiene Filmin?

–Para muchos, Filmin es sinónimo de calidad, con todo lo amplio del término. Para unos, puede ser tener series clásicas o modernas, porque te hacen sentir bien, como Todas las criaturas pequeñas y grandes o Los Durrell. Para otros, calidad es tener Anatomía de la caída; disponer de todos los títulos clásicos de los estudios de Hollywood o acceder a conciertos de música clásica. En Filmin recorremos distintos caminos que satisfacen a perfiles muy heterogéneos de la sociedad española. Y esa creo que ha sido la clave, además de la cercanía.

Pero también entretiene.

–Claro, nosotros también queremos entretener, pero creo que la razón de ser de Filmin es ir más allá. El buen cine no es el que tiene respuestas, sino el que plantea preguntas.

¿Qué piensa si digo algoritmo?

–No lo critico, es estupendo para muchas cosas, pero desde Filmin a veces decimos que somos una plataforma libre de algoritmos porque este funciona como caja de resonancia. A partir de él, las personas que ven una comedia romántica irían de una otra y su mundo como espectador se empequeñecería. Eso es el algoritmo de las plataformas. En ese sentido, Filmin quiere pinchar ese filtro burbuja y ofrecerte otras obras que te pueden chocar inicialmente, pero que después te sorprenden y acabas celebrándolas. Además, creo que también estamos un poco cansados de que todas las películas y las series sean iguales en forma y fondo. 

Últimamente, todos somos creadores de contenidos: periodistas, guionistas, directores...

–La palabra contenido la asocio a ruido, a cosas que pasan muy rápido. A veces tengo la sensación de que somos como Super Mario Bros y pasamos de seta en seta hasta el precipicio final. Vamos de contenido en contenido, de titular en titular, y no escarbamos, no reflexionamos. ¿Por qué? Porque la reflexión implica inequívocamente parar.

"A lo mejor hay películas que te incomodan, no te entretienen, te ponen a la defensiva o te aburren. Pero tal vez nos ayudan a entender mejor al ser humano"

Volviendo al principio de la conversación, ¿qué películas diría que han cambiado su vida?

–Diría dos. Una es Network, la película Sidney Lumet con Peter Finch que tiene 50 años y nos explica mucho mejor el mundo actual que el 99 % de las plataformas este último año. Y Dublineses, de John Huston. Tiene todos los elementos que me gustan: la familia, la poesía, la gastronomía... Y la nieve, porque como mallorquín no la veo nunca y las cosas que uno no ve son las que más desea.