El pasado martes despedimos en la iglesia de San Francisco Javier de Pamplona a nuestro querido compañero el arquitecto Manolo Sagastume.

A la salida del funeral empezó a llover… sirimiri, hacía frío… y en ese momento otro compañero arquitecto, Javier Torrens, me propone que en nombre del Colegio Oficial de Arquitectos Vasco Navarro (COAVN) escriba unas líneas para publicar sobre Manolo.

Es difícil hacerlo sobre un asunto en el que estoy tan personalmente implicado y, aún más, hacerlo como me gustaría, un merecido homenaje y reconocimiento hacia la persona que un día salió de San Sebastián para incorporarse a la primera promoción de la recién estrenada Escuela de Arquitectura de la Universidad de Navarra.

Había un aroma de aventura en esa elección, que ya apuntaba al espíritu luchador del estudiante, donostiarra hasta entonces, y pamplonica desde su compromiso con Jeru, la mujer con la que teje toda su vida.

Nuevos e inexpertos compañeros y profesores igualmente neófitos hacen que el aprendizaje de lo que era una profesión se tiñera de una necesaria alegría vital, recurso para su futuro cimiento profesional, que no le abandonará en toda una vida.

Manolo desempeñó, ya desde estos primeros años, un papel dinamizador que supo trasladar de modo alegre a la severa, y a veces algo estirada, actividad profesional de aquellos años. Así fue consolidando el espíritu de liderazgo que le iba a acompañar a lo largo de su trayectoria profesional.

Supo buscar buenos árboles donde crecer a su sombra. Los primeros años de trabajo profesional fueron una prolongación de su aprendizaje al lado de maestros cercanos. Así, su relación con el arquitecto Fernando Redón se prolongó por más tiempo que el propiamente empleado en las aulas universitarias. También las colaboraciones en trabajos singulares como el Plan Belagua, junto a Curro Inza y Félix Rodríguez de la Fuente, forjaron su capacidad analítica. Y esa circunstancia marcó el momento en que nos conocimos.

Eran años de confusión y los colegios profesionales no vivían ajenos a las nuevas alternativas planteadas, ni a las disyuntivas de posibles uniones o separaciones.

Así las cosas, Manolo se postuló para liderar al colectivo de arquitectos y presidir el COAVN en Navarra. Lo que pocos recuerdan es que en aquellas elecciones yo fui su contrincante… y que perdí. De esta manera se consolidó una relación personal de muchos años, que tanto he apreciado.

Su experiencia en las primeras intervenciones urbanas, como el premiado Plan Piloto de la Plaza de Santa Ana en Pamplona, le introdujo en el mundo del planeamiento de centros históricos, ganando el concurso del PEPRI de Tudela, en el que lideraba un extenso equipo de arquitectos y otros profesionales, con Jeru como historiadora.

Fue un trabajo dilatado en el tiempo, más de cinco años, en el que la labor dinámica del ‘Sagas’ nos hizo entender el urbanismo como un problema de gestión y diálogo continuos.

Otros ejemplos de su vocación urbana fueron el diseño de la Plaza de la O, junto al arquitecto Peña Ganchegui, y la Plaza Novísima de Tudela, hoy Plaza de la Judería, con el mismo equipo redactor del PEPRI.

En algunas de aquellas colaboraciones no obtuvimos el resultado esperado. Recuerdo cuando propusimos el Palacio de los Virreyes de Navarra, para alojar la sede del Nuevo Parlamento de Navarra, hoy restaurado por Rafael Moneo, como sede del Archivo General.

Fueron casi seis meses analizando los principales edificios de nuestra Comunidad, desde el Palacio de Olite, hasta el “Monumento” proyectado por Yarnoz y Eúsa, incluyendo su posible resignificación.

Mi amistad con Luis Tabuenca, forjada en el estudio de Curro Inza, derivó en que los tres juntos acabásemos enredados en una aventura conjunta que, bajo el nombre de BTS, nos permitió proyectar singularidades como el diseño del mobiliario urbano para el ajardinamiento de la Expo 92 en Sevilla, y otras experiencias de diseño para diversas entidades como la Caja Municipal, Artespaña, etc., para concluir finalmente con el proyecto de la actual Estación de Autobuses de Pamplona.

Manolo seguía extendiendo su actividad en proyectos siempre complejos y, desde luego, singulares, como el Palacio de Justicia de Pamplona, junto al arquitecto Ángel Farinós. Todo este patrimonio profesional, maduro y profundo, le llevó a concentrar sus esfuerzos hacia lo que siempre consideró su vocación principal: la de ser y sentirse ARQUITECTO.

Es verdad que también en aquellos años la profesión estaba fuertemente afectada por la crisis económica y era cuestionada estructuralmente en sus propios fundamentos.

Esto hizo que Manolo, en esta etapa de madurez personal y profesional, decidiera presentarse a las elecciones de Decano del COAVN. Ocupó plaza en el Consejo Superior de Colegios de Arquitectos de España (CSCAE) y desde allí medió con éxito en leyes de protección y regulación de la actividad profesional y de la cobertura sanitaria de los propios colegiados.

Por lo anteriormente narrado, me gustaría que este recuerdo nos lleve a entender la dimensión humana y profesional de Manolo Sagastume, arquitecto navarro nacido en Donostia hace 77 años, que nos ha dejado como herencia un ejemplo de entrega vital a una sociedad muchas veces incapaz de reaccionar a la inercia de los acontecimientos cotidianos. D.E.P.

*Manolo Blasco, con la colaboración de Belén Esparza y Luis Tabuenca, arquitectos