ituémonos. 1 abril de 2020, el peor momento de la pandemia, el país estaba confinado y el virus mostraba su cara más dura. En este momento el Gobierno de Madrid cerraba un contrato con un empresario amigo del hermano de Ayuso (una empresa sin relación alguna con el sector de la sanidad) para la compra de mascarillas chinas por valor de 1,5 millones de euros, sin concurso público y por la vía de urgencia bajo el paraguas de la crisis sanitaria. Al parecer por esta operación el hermano de la presidenta Ayuso se embolsó un porcentaje del 3%, 55.850 euros en concepto de intermediación. Una supuesta comisión que ya está en manos de la Fiscalía Anticorrupción por presuntos delitos de malversación y prevaricación. Casado persigue dos años después a Ayuso por presunta corrupción para luego recular. Y ha quedado como cagancho. De depender de Vox en Castilla y León a desliderar un PP fracturado en dos. Todo es patético. Y para colmo cientos de madrileños se movilizaban ayer para protestar por la “traición” a Ayuso y aclamarla como aspirante a La Moncloa. Algo no cuadra por muy popular que sea la del slogan “libertad”. De improvisada tenía esa convocatoria muy poco. Veo demasiados hilos maniobrando detrás. En la mani se escuchó aquello de “Ayuso, Cayetana; las mujeres al poder”. ¿Qué poder? ¿No serán más las ganas de pactar sin complejos con la ultraderecha y de tapar la corrupción? Nunca me he sentido tan lejos.
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