uando se ve una obra de arte acabada, bien sea un cuadro, una escultura, un libro, una función teatral, una danza, un concierto, etcétera, solo se percibe el producto final, pero ¿qué hay detrás de toda obra artística? Alguien me dirá que trabajo, inspiración, técnica, estudio... y así es, pero ¿cuál es el proceso creativo de esa obra? Si analizamos cómo se elabora, por ejemplo un cuadro (valdría lo mismo para un poema, una escultura, una canción...) desde el soporte en blanco hasta su exposición y venta, sería algo parecido a esto.

El inicio para todo artista es el momento más delicado, más duro e inquietante. ¿Qué hago, qué pinto? Tiene que haber una idea detrás para plasmarla y a veces no viene y hay que ir en su búsqueda. Y para ello, hay que parar, no hacer nada para que emerjan de tu interior las ensoñaciones. Como dice el escritor Jesús Ferrero, “cuando no hago nada estoy muy ocupado, decía Escipión, y tenía razón: los momentos vacíos de acción son muy densos, despliegan la verdad del pensamiento y dan alas a la imaginación”. Es el momento de ver otras obras, otros pintores, hay que documentarse y conforme la idea vaya surgiendo, vamos acotando nuestras referencias que nos sirven de guía, de inspiración. Llega un momento que ya lo vemos en nuestro interior lo que queremos hacer y es cuando, generalmente, se hace un boceto, un dibujo previo que exteriorice la idea. Con este boceto se empieza a pensar en los colores, la técnica, el formato y el soporte. Siempre surgen ideas que requieren innovaciones, por lo que tendremos que formarnos en el uso de nuevos materiales para ver sus posibilidades.

Es el momento de manchar, de hacerlo realidad, ya hemos adquirido todo lo necesario por lo que ya no hay excusas. Siempre, o casi siempre, surge el temor al lienzo en blanco, de romper esa armonía blanca y que vaya surgiendo un mundo nuevo en ese trozo de lienzo. Ese temor inicial pasa poco a poco, conforme avanza la ejecución, a un frenesí imparable, todo fluye. La obra siempre está viva, por lo que ella pide, ella demanda cosas que inicialmente no estaban abocetadas por lo que uno se deja llevar por sus demandas, otras veces tienes que parar, alejarte y comprobar si va conforme a lo que tú quieres. Este es el tiempo creativo más interesante para el artista, donde uno se encuentra consigo mismo. El escritor Ignacio Lloret lo expresa así: “Se trata de una labor solitaria que no soporta el ruido, ni las distracciones, ni un exceso de contacto social. Es una tarea que hunde sus raíces en el pozo de obsesiones, inquietudes, impulsos y pasiones que arrastra consigo el escritor”.

Otro momento difícil y delicado es la finalización de la obra, ¿dónde paro? Es una decisión que requiere su tiempo, sus pausas, su alejamiento temporal para retomarla en frío y comprobar si está ya definitiva o te sigue pidiendo más cambios, más correcciones. Una vez rematada y firmada, ya tienes una obra, pero con una sola no haces nada, una exposición requiere un número considerable, dependerá del espacio expositivo, pero siempre se hace más y se selecciona. Ya has empezado una serie, una línea, ahora la continúas con más cuadros y cada cuadro será una pelea, un intento de avance, de proponer algo diferente, aunque sean pequeñas variaciones. Son tiempos de producción, de ejecución, de ensimismamiento, de goce creativo. Pero llegará un momento en que notes que te repites, que la idea inicial ya está suficientemente expresada y sientes la necesidad de sacarla a la luz, que tome vida propia y saber qué opinan los demás. Hasta ahora has creado para ti, ahora viene el juicio público, la exposición pública, esto requiere mostrarse bien.

Con antelación has tenido que solicitar una sala donde exponer. Teniendo en cuenta las colas de artistas que, como uno mismo, esperan su turno, la saturación que existe, y que a la responsable de la sala le guste lo que haces... El plazo puede rondar entre un año y más de cuatro. Para mostrar tu trabajo has tenido que hacer un “book”, lo que viene a ser un dosier con fotos de las obras, un texto explicativo y un currículum. Si tienes la suerte de ser elegido, ya tienes sala y fecha. Ahora empieza la elaboración del catálogo: fotografía las obras, busca a alguien que te haga el prólogo, otro que diseñe y lo maquete. De ahí a la imprenta, presupuestos, pruebas de color, elegir el tipo de papel, formato...

Al fin la exposición. Protege toda la obra para su traslado, desenvuélvela y distribúyela por la sala. Ahí empieza el montaje, qué combinación es la mejor, cambia una por otra, desecha otras. El espacio te va llevando, obligando, te peleas con él porque a veces gana la obra y otras te las come. Una vez rematada, más o menos contento de cómo queda, vienen las presentaciones. Rueda de prensa o pase a los medios y después la inauguración. Un momento de nervios al qué dirán, a si gustará o no; pero también un momento de encuentros, de apoyos, de recibir halagos y el cariño de tu gente. Durante el periodo de exposición vienen las visitas guiadas, explica, defiende tu obra, haz que la gente se enamore de ella y si tienes suerte, vende lo que puedas.

Puede parecernos caro un cuadro, una escultura, un libro, una entrada de teatro, un disco..., pero si la obra te ha entrado por los ojos, por el oído, y te ha tocado el alma, esa obra con todo lo que ha conllevado hacerla y mostrarla, no es cara, es una inversión que uno, una misma se hace para alimentar su más hondo sentimiento, aquel donde se refugia la sensibilidad, el amor y la belleza.

Siempre, o casi siempre, surge el temor al lienzo en blanco, de romper esa armonía blanca y que vaya surgiendo un mundo nuevo

Durante el periodo de exposición vienen las visitas guiadas, explica, defiende tu obra, haz que la gente se enamore de ella