“Fin a un episodio que se ha prolongado desde 2016, cuando se cerró tras el desprendimiento de varias placas metálicas, y que ha supuesto un gasto para las arcas municipales por encima de 1,3 millones de euros (su construcción costó 670.000)”.

Así reza el texto que acompaña a la galería de fotos que este periódico ofrece en su web sobre la reapertura de la pasarela de Labrit. En verdad, todo lo que ha rodeado el proyecto es buen ejemplo de lo que no debe ser una obra pública. Tras siete años, variados informes oficiales, no sé cuántos debates consistoriales, arreglos, pruebas de carga y acusaciones de sobrecostos y de derroche, la pasarela acaba de ser reinaugurada por el alcalde y sus concejales, quienes –lógicamente– expresaban alivio y liberación por ver el puente de nuevo en uso, aunque quede trabajo por hacer. El Ayuntamiento tiene que reclamar a los intervinientes en este proceso el casi millón y medio que hemos gastado de más, bajo la pasarela permanece hoy esparcida maquinaria y material de obra y los accesos están inacabados, el Jito Alai ha terminado machacado con tanta máquina y parece que nunca servirá como área de juego para un barrio que carece de espacios deportivos… Decía el alcalde esta semana que la reapertura no era motivo de celebración. Estoy de acuerdo.