Desde que saltó la noticia de que la UEFA podría dejar a Osasuna sin competir en Europa por el asunto de los amaños de hace 10 temporadas no dejo de darle vueltas al hecho de que estamos ante una nueva muestra de que incluso el deporte más poderoso y seguido del mundo, con instituciones a las que se les presupone organización y sistemas y legislación de todo tipo, recurre a la imprevisibilidad, la subjetividad, el último minuto y en definitiva el desastre. Todas estas cuestiones, la cuestión de si una entidad tiene que tener vedado el acceso a competiciones europeas por equis años en base a prácticas pasadas, tendría que tener una reglamentación clara, previa y comunicada, del mismo modo que las distintas organizaciones nacionales y europeas deberían de comunicar a los clubes afectados de antemano las sanciones a las que se enfrentan o los vetos que tienen que soportar o por cuanto tiempo. Vamos, que esto se supiese –si estás sancionado o no por hechos de hace 10 años ya juzgados y sobreseídos en España– de oficio y poder competir tranquilamente en tu Liga sabiendo que tienes –o no tienes hasta equis año que se levanta la sanción– el camino libre para clasificarte. Y no este estar al albur de que los inspectores Hernández y Fernández de la UEFA tengan un día u otro, que alguien denuncie, que salga el sol por Antequera. No es solo que no sea serio, es que estamos hablando de un negocio que mueve miles de millones de euros y que en cuestiones así se gestiona a golpe de improvisación, con el enorme perjuicio que eso está causando a los afectados, en este caso un Osasuna que tres semanas después de meterse en competición europea no sabe si la va a poder disputar o no. Es un despropósito en toda regla, que no hace sino elevar el nivel de desconfianza que ya de por sí es alto hacia estos entes deportivos nacionales y europeos tan a menudo embarcados en asuntos turbios.