Decía un antiguo crítico taurino de la zona norte que cuando figuras llegar, toritos caer. Hoy que ya los toros no se caen como en aquella época tan funesta, aunque alguno todavía practica, podríamos decir que lo que cae cuando llegan las figuras es el trapío. La de ayer de Núñez del Cuvillo fue la corrida con menor presencia en lo que va de feria. En comportamiento tampoco es que fueran unos fenómenos. Se apagaron pronto por norma general. Fueron toros fósforo: resplandor inicial, flama a menos, y débil llama antes del ocaso. Y les faltó algo de casta. Prometió el segundo de Morante cuando antes de entrar al caballo lució un galope elegante hacia el capote del maestro, metió allí la cara con calidad y se empleó en el peto. Poco más.

También se empleó el segundo de Talavante que también prometía más de lo que era capaz de ofrecer. Y frente a ellos, duelo de titanes. Pero de titanes de los de verdad. El mandón eterno al que todo el mundo quiere ver, la moda que nunca pasa, quizás porque no sea moda sino arrebato y pasión; el Guadiana que desaparece y aparece siempre buscando explendor, y el jovencito casi imberbe que viene para poner el toreo patas arriba. Fiel a su cometido, fue éste el que se llevó el gato al agua cortando dos orejas al primero y una al que cerraba. Las plazas están de su lado desde antes de que despliegue el capote. Las peñas se reservan el pulmón para loarle las aperturas rodillas en tierra, para jalearle cada lance de muleta, para gritarle Perú, Perú, Perú.

Roca Rey ha logrado eso que durante los últimos años sólo han logrado unos pocos, contados: llenar los tendidos. Y eso es siempre de agradecer. Quizás le guste a usted más, o quizás no le agrade su toreo… pero su poder de convocatoria hay que reconocerlo, y las alegrías que ofrece al respetable, también. Roca Rey es El Rey en Pamplona y allá por donde pasa. Y eso es mucho en estos tiempos que corren.