Hola personas, ¿Qué tal nos vamos aclimatando a las nuevas temperaturas? Esta semana tampoco vamos a ir a pasear a golpe de calcetín, sino que toca paseo cultural. Ya lo siento, pero cuando los que tienen la llave de las cosas interesantes de la ciudad deciden abrir el grifo hay que estar ahí y beber.

Veamos. La primera de las citas tuvo lugar el martes. Una vez más Ricardo Fernández Gracia, ese gran conocedor del arte navarro de tiempos pasados, nos convocó a las 7 de la tarde en el convento de las Agustinas Recoletas para presentarnos un cuadro con historia. La invitación fue formalmente realizada mediante un tarjetón en el que se reproducía el cuadro en cuestión y se daba pequeña razón del motivo y programa del acto, así como del título de la obra: Vista de la Taconera y el convento de las Recoletas, datado en el siglo XVII.

A las 7 en punto, este paseante se personó en la maravillosa y barroca capilla del convento y tras unos cuantos saludos de rigor tomé asiento y me dispuse a escuchar lo que tan sabios ponentes nos iban a contar. De la imagen en sí hablaremos más adelante pero antes veamos los entresijos de su descubrimiento. Nos contó Ricardo que en 2017, en una visita que cursaron al recoleto cenobio, acompañados de las hermanas moradoras de la casa, al llegar a una puerta por la que pasaban de largo, nuestro narrador, curioso como todo investigador debe de ser preguntó: ¿y… ahí dentro que hay?, eso es el “rebusco”, contestó la monja, y ¿qué es tal cosa? volvió a preguntar él, pues una especie de trastero, donde se meten cosas que luego se buscan y se rebuscan, ah, y ¿nos lo puede Vd. enseñar?, accedió la sor y al entrar, entre mucho cachivache y mucho titirimundi, nuestro amigo Ricardo al fondo vio algo que le llamó la atención. Aquel algo era el cuadro que hoy se presenta. Se encontraba tras una muralla de trastos, sillas, mesas, viejos objetos litúrgicos arrumbados y un sinfín de cosas más que le hacían prisionero en aquel oscuro rebusco. Una vez liberado de su mazmorra apareció un lienzo maltrecho en el que apenas se apreciaba nada, lleno de repintes por el verso y petachos por el reverso, sucio, con roturas, con faltas de materia y todo tipo de heridas que el tiempo puede proporcionar a un lienzo mal cuidado. Pero su nariz de expertos les dijo que aquella vieja tela algo escondía y pidieron permiso a las dueñas para intervenir en ella. Permiso concedido, lo llevaron a las chicas del equipo CYR-PA, restauradoras de grandes mañas que se echaron las manos a la cabeza al ver el milagro que se les pedía, pero que aceptaron el reto con gusto y ganas, ¿quién dijo miedo? Tras consolidar el soporte, comenzaron su labor y consiguieron que, como por arte de magia, las imágenes fuesen apareciendo.

Efectivamente en la imagen vemos la fachada inconfundible del convento que Juan de Ciriza y Catalina de Alvarado, Marqueses de Montejaso, mandaron construir para las Agustinas recoletas en 1634, tras él vemos nuestro inconfundible monte San Cristobal, a su izquierda en la imagen se adivina la bajada hacia el portal Nuevo de Santa Engracia que se aprecia abierto en la muralla. También a la izquierda vemos el árbol con sus gradas, ¿será el del Cuco, el de la Taconera, el olmo de San Lorenzo?, quién sabe, se dejan ver los paseantes por el parque, damas, niños, jóvenes, etc. etc. y vemos, en definitiva, la vida pamplonesa del S. XVII, o sea, un triunfo. El valor artístico del cuadro no es para llevarlo al Prado, pero como valor informativo y descriptivo de nuestra Pamplona pasada no tiene precio.

La juerga ha corrido a cargo de nuestra Fundación Fuentes Dutor, y de la bilbaína Gondra Barandiarán, a quien hemos de dar las gracias.

El segundo capítulo de este ERP tuvo lugar el jueves y se dio en el Palacio del Marqués de Rozalejo. Fernando Pagola, arquitecto que dirige la restauración del mismo, tenía prevista una visita con unos colegas arquitectos, se acordó de mí y tuvo a bien invitarme a la ronda, cosa que desde aquí le agradezco infinito. La obra aún está en una fase temprana, han trabajado mucho y aun les queda mucho por trabajar, pero todo tiene su explicación. Cuando llegamos lo primero que hizo Fernando fue reunirnos ante un panel en el que se podían ver los planos por secciones y por plantas del edificio en tres épocas: su estado primigenio del siglo XVIII, su estado agredido, tocado y retocado por mil intervenciones durante el XIX y el XX y el estado en el que va a quedar en el XXI. Los cambios del XIX, XX a los que me refiero no eran pintar las paredes o cambiar una bombilla, no, dichos cambios fueron obras de gran calado como añadir una escalera, dividir las plantas en pisos y alguna otra menudencia de ese nivel. Desfacer tanto entuerto no es cosa baladí

El Palacio si es importante por fuera por dentro es impresionante. Veamos un poco de su historia.

Lo manda edificar el militar bilbaíno Luis de Guendica que casó con la pamplonesa Mª Ignacia de Aldunate, en 1743. Pone a cargo de la obra a Juan de Larrea que, aunque fuese un simple cantero, dirigió la obra y fue quién puso la casa en pie. La planta baja ya da una idea de la solidez de la construcción, los sillares que la cierran a la calle son impresionantes, frente a ellos nace una abovedada escalera barroca que sube a la planta noble donde un gran salón, que goza de tres ventanales encarados a las torres de la Catedral, serán futura sala de exposiciones, una escalera añadida en el XIX sube a los pisos superiores donde se distribuirán salón de actos, oficinas y otras dependencias del Instituto para la Memoria Histórica. Dignas de mención las molduras que decoran los huecos de las puertas, y que son originales del XVIII.

En la visita nos acompañaba el jefe de obra, el leonés Javier Cuñado con el que pegué la hebra y al que pregunté por la sensación y la satisfacción que encontraba en su trabajo y me contestó lo que yo ya sabía que me iba a contestar, que no lo cambia por nada del mundo, que la satisfacción de volver a la vida lo maltrecho, no se paga con nada y me contó que había intervenido en restauraciones tan emblemáticas como el Museo del Prado o la Catedral de Santiago en la que había estado 3 años restaurando la Fachada de las Platerías, casi me muero de la envidia, me imagino al Maestro Mateo desde el más allá soplándole al oído por donde debían ir los trabajos.

Tras llegar a lo más alto, bajamos a los infiernos del edificio y vimos una maravillosa bodega que llegó a ser la más importante de Pamplona y que una vez acondicionada será visita turística.

El palacio luce en su fachada una bonita labra heráldica que en contra de lo que siempre se ha creído parece ser que fue Luis Guendica quien la instaló ennobleciendo la casa y no su descendiente Policarpo Daoiz, Marques de Rozalejo.

Una vez más el espacio se me acaba y me quedan un par de cosas que contar, será la semana que viene.

Besos pa tos. l

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