La 28ª Cumbre del Clima (COP28) ha intentado ser lo más resolutiva posible en la definición de objetivos y procedimientos para encarar la descarbonización mediante el “abandono” paulatino del uso de combustibles fósiles. Este es un extremo que hay que reconocer a la difícil negociación en tanto se ha logrado comprometer a cerca de 200 estados de todo el mundo con el objetivo de frenar el calentamiento global mediante el compromiso de cero emisiones netas en 2050 y los objetivos de eficiencia o implementación de energías renovables para 2030 que recoge el Balance Global suscrito. Se asienta un diagnóstico compartido sobre la necesidad científicamente respaldada de evitar un sobrecalentamiento más allá de 1,5 grados de la temperatura media preindustrial y la cita en Emiratos Árabes ha permitido definir mecanismos para gestionar una realidad diversa en aras de ese objetivo. Es clave la creación del fondo compensatorio para los países en desarrollo por el impacto de las medidas para proteger el clima. No sería éticamente sostenible impedirles el nivel de bienestar que disfrutamos quienes más hemos colaborado en crear el problema climático. El derecho a ese desarrollo pasa por disponer de energía, pero la gran mayoría carecen de medios para suministrarse energías limpias y dependen del carbón y los hidrocarburos. Están por despejar, no obstante las garantías de implementación cuando se trata de pagar su factura. Sin un dinero del que no disponen estos países, no habrá desarrollo de las energías renovables ni reducción de su dependencia de la economía del carbono. A esto se añade la actitud abiertamente obstruccionista de los lobbies productores por proteger su negocio. De Dubai sale un objetivo claro cuya consecución va a suponer un modelo de descarbonización a varias velocidades, según las capacidades de cada cual, y cuyo éxito lo determinará el grado de implementación. Seguramente es lo más lejos que se podía llegar para evitar vetos y lograr adhesiones amplias a una transición razonable no exenta de tragos amargos, como la puesta en valor de la energía nuclear para equilibrar la ecuación de la sostenibilidad del suministro energético con la reducción de los hidrocarburos. Pero ha evitado un fracaso que habría sido suicida en materia de la sostenibilidad ambiental a la que estamos obligados.