Hola personas, buenos días y feliz domingo. Esta semana traigo a colación dos pamplonadas bien dispares, una de rabiosa actualidad, la otra atemporal.

La primera es obligada en esta semana, contaré en cuatro líneas el pequeño paseo que me di el martes para ver el espectáculo que ofrecía el río. Para verlo bajé a la Magdalena que es un poco el espacio en el que hay de todo. Hay una presa, que remansa el agua en avenidas calmas y la embravece en corrientes desbocadas como la del otro día, hay un molino, el de Caparroso, que se ve rodeado de agua por sus cuatro costados, hay arboleda, que se cubre de una corriente que discurre, veloz, entre chopos, hay huertas, que se ven anegadas para desesperación de los hortelanos, hay unas pasarelas, que desaparecen bajo el manto inmisericorde de las aguas, sigue habiendo, estos nunca fallan, familias enteras de patos que, inexplicablemente, son capaces de nadar contracorriente, hay un puente medieval, que en estas ocasiones ve como pasa el río por todos sus ojos, incluidos esos pequeños que son precisamente para eso, para liberar presión tras los tajamares, y hay espectadores, muchos, que móvil en mano no se quieren perder ese espectáculo que año tras año nos ofrece nuestro Arga. Recorrí el lugar por la margen izquierda, la derecha estaba totalmente inundada y subí al punto alto del puente de la Magdalena que me ofreció atalaya desde la que divisar en conjunto todo lo que había que divisar. No fue riada histórica, se han visto mucho mayores, pero, en cierta medida, la naturaleza nos volvió a mostrar su poderío. Y es mucho.

Para entrar en harina del segundo tema que trataremos hoy he de hacer un preámbulo. En el ERP del otro día, al final de mi paseo y tras haber utilizado el ascensor de Trinitarios dije que había llegado a las casas de la cuesta de Larraina. Craso error. A donde llegué fue las casas de la Cuesta de la Reina. Un amigo, lector de mis cosas y gran conocedor de las cosas de la vieja Iruña, en este momento quizá el que más conoce, docto, estudioso, erudito y divulgador de todo lo que a Pamplona se refiere, me escribió muy amablemente haciéndome ver el fallo que había cometido, fallo que reconocí ipso facto porque yo ya sabía como se llamaba la zona, pero…al mejor escriba le cae un borrón. Lo que me llamó la atención fue la manera en la que él me hacía ver mi metedura de pata, me dijo tras mentar el fallo: ¡si se entera el Dr. Arazuri!, a lo que contesté: peor será si se entera Isabel de Valois.

Me explico. La Cuesta de la Reina, debe su nombre a que por ella entró en nuestra ciudad, el día 7 de enero de 1560, la futura reina de España Isabel de Valois que iba camino de la Corte a contraer matrimonio con el rey Felipe II. La referencia que mi interlocutor hace al Dr. Arazuri se debe a que el insigne escritor en su magna obra Pamplona, calles y barrios, en el epígrafe correspondiente a esta calle reconoce que, aunque a él le gusta más el vascónico Larraina, el topónimo fetén es “la Reina”, y que lo dice con total certeza ya que Larraina es el topónimo al que “más horas he dedicado” y no aparece hasta que en 1933 nace bautizando el cercano campo de deportes.

Esta mención D. Jose Joaquín Arazuri me hizo reflexionar y caí en la cuenta de que le he dedicado un ERP a Jose Mª de Baroga, otro a Jose Mª Iribarren, otro a Ángel Mª Pascual, los tres, si bien en muy diferentes estilos, cronistas de la ciudad y que, en 309 artículos que llevo escritos, no le he dedicado ninguno a quién me ha dado de beber en infinidad de ocasiones para poder llevar a cabo muchos de mis escritos: el Dr. D. Jose Joaquín Arazuri Díez (Pamplona 1/12/1918-6/11/2000).

El Dr. Arazuri, pediatra de muchas generaciones de pamploneses –entre los que me encuentro, lo recuerdo perfectamente visitándonos en casa o bien en su consulta– fue un regalo que Pamplona tuvo la suerte de recibir. Pocas ciudades tienen entre sus paisanos alguien que se haya dedicado con tanto ahínco a conocer y divulgar, no ya el pasado, sino el pasado y el presente de su ciudad, todo lo que fuese Pamplona le interesaba.

La primera aparición pública de un escrito suyo fue en el número de Semana Santa de 1961 de la revista Pregón. Este primer artículo, titulado “La cuesta de la estación”, es un embrión de lo que con los años iba a ser su gran obra: Pamplona, calles y barrios (Autoedición, Pamplona, 1979). En él nos cuenta la historia de esta importante vía de comunicación, al ser la salida natural hacia Guipúzcoa y a partir de 1860 el camino a la estación del tren. La forma del artículo es también precedente de la que sería su forma de divulgar, de echo el nombre que Arazuri eligió para la nueva sección de Pregón fue el de Archivo Iluminado ya que, casi siempre, a sus textos acompañarán fotos históricas. Este primer artículo lo comienza con una vieja toma de 1882-83 salida de la cámara de José Roldán (padre) en la que podemos ver desde la plaza de las recoletas hasta el palacio de los marqueses de Echeandía. En la parte central y protagonista de la imagen vemos la vieja fachada de la iglesia de San Lorenzo que años después desaparecería para ser sustituida por una de las incalificables obras que nos dejó Ansoleaga. Arazuri se muestra admirador de aquella vieja fachada y extiende su opinión a un célebre viajero que la vio en su visita a nuestra ciudad en 1843 y este no fue otro que Víctor Hugo, del que, en un alarde de detalles, Arazuri nos dice que llegó a Pamplona una mañana de agosto de 1843, acompañado de su amante Julieta Drouet, a bordo de la diligencia “La Coronilla de Aragón”. El escritor francés alaba la sobria torre de la vieja iglesia y destaca la portada que el califica erróneamente de estilo Felipe IV, cuando era de estilo Borrominesco, señalando que “…sin ella la torre está un poco desnuda. Esta portada no tiene nada de chillona ni excesiva, ha sido una adicción feliz…” Aquella obra, nos cuenta el Dr., fue demolida, inexplicablemente, en 1901. De ella solo se salvó la imagen de San Lorenzo.

La torre, dañada por el asedio de O´Donell en 1841, fue rebajada unos metros en 1850 y su piedra la compro el sr. Insausti en 10.000 reales de vellón, para construir la casa de baños del paseo Valencia. Esto es dar datos y lo demás son tonterías, así era Arazuri, imagino que las horas en los archivos se le iban sin sentir, sobre todo en el municipal con sus amigos el archivero Vicente Galbete y el ordenanza Benito Iribertegui.

El espacio se me acaba y no he hecho más que empezar así que aquí colocaré el letrero de…CONTINUARÁ.

Besos pa tos.

Facebook : Patricio Martínez de Udobro

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